Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Sábado 31 de diciembre de 2011 Num: 878

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Degas y las mujeres
de traseros grandes

Anitzel Diaz

Nathalie Handal,
la lengua múltiple

Ana Luisa Valdés

En casa fuera de casa
Ricardo Venegas entrevistacon Indran Amirthanayagam

La plegaria de un dacio

Dos poemas
Mihai Eminescu

En buen rumano
Leandro Arellano

Medan* Tahrir en El Cairo
Vivian Jiménez

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Jorge Moch
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Josefina, Ernesto y una pesadilla mediática

Si hacemos caso a las advertencias de la Historia debemos aceptar que los grandes consorcios de medios masivos, liderados con todo y sus taras y vicios por el duopolio Televisa-tv Azteca, son un fiel determinante de la frágil balanza electorera en México, y que nuestra democracia, pubescente niña de apenas doce años de edad, nació enferma de progeria y es una quimera que languidece avejentada, ajada, vejada y trunca; que no queremos reconocer que agoniza a pesar de los estertores, la descomposición social, la mano de la violencia en la vida diaria, la constante intimidación a la sociedad que suponen retenes y convoyes de uniformados encapuchados y tramposamente anónimos tal que fueran delincuentes en descampado y armados, siempre armados hasta los dientes, que van por ahí enseñando en mueca perruna.

Si observamos notas de prensa, menciones en noticieros y los comentarios más o menos editoriales con mayor o menor sesgo, perfila con cortesana nitidez la preferencia de los grandes consorcios, lanzados desde mucho antes de hacerse oficiales las candidaturas (y sus patéticos estadios previos) en campaña promocional de su favorito a la presidencia: las televisoras apoyan de manera destacada (unívoca en la práctica cotidiana) al priísta de origen –hélas!– salinista del popular y engominado copete, Enrique Peña Nieto. Pero tampoco, contumaces manipuladoras de su capital político, hacen las televisoras ascos a la nebulosa candidatura oficialista que se debate entre la ingenuidad, el atropello y la preponderancia de dos figuras principales, el delfín Cordero, cachorro de la presidencia atrabiliaria de Felipe Calderón, y la delfina Josefina, abanderada de gruesos sectores de la ortodoxia neopanista, cuyos hilos siguen manejando desde sombras a menudo sobradas de reflectores personajes ingratos –otra vez la Historia– a nuestra historia, como Carlos Salinas de Gortari o la pareja nefasta de san Francisco del Rincón. En derredor de estos dos principales personeros comiciales de la derecha brinca, enano y casi mítico como chaneque, un Santiago Creel megalómano, embebido en sus delirios de lo improbable pero, dicen los que dicen que saben, no imposible. Y a ratos, a ratitos, aparece a cuadro Andrés Manuel López Obrador, cuya intentona de aglutinar izquierdas parece enfatizar a veces que la izquierda en México es refractaria a las amalgamas y en cambio indefectible, inevitablemente sectaria y proclive a tribalizarse –y trivializarse–   a sí misma.

Ante este panorama que es circo y grotesca caricatura, entre masacres y levantones, atentados y devaluaciones, entre gasolinazos y la histeria publicitaria del mercachifle navideño, inauguramos un año que se devela cruel, un baño largamente anunciado en los medios de mierda y lodo, una guerra sucia constante en el contexto electoral, un descrédito redivivo y revolvente en la política convertida ya nunca en herramienta de convivencia social y gestión pública, sino  insolvencia moral, arreglos cupulares y secretos, intervención negociada del extranjero en nuestros asuntos (como Estados Unidos, histórico ganador en este río nuestro tan revuelto, tan de mineras impunes, tan de petróleo barato y dinero lavado) asoma el discurso de Josefina y Ernesto, que contrasta notablemente, en su mascullar  “orden y respeto” con la amorosa república de una izquierda fracturada y atomizada y la ausencia evidente de un proyecto coherente por parte del copete alzado y su guapa esposa actriz de telenovela.

Ese discurso, el mismo que antes regó como mala semilla la hermana del presidente del nepotismo en Michoacán, el del “orden y el respeto”, huele a fascismo cuando se pronuncia ante la estampa de los soldados atajando el paso en las carreteras, cuando caen abatidos por el odio activistas de los derechos humanos, defensores de migrantes, quienes exigen que aparezcan decenas de miles de desaparecidos. Es el tufillo del fascismo que apuntaba Primo Levi en El sistema periódico, aquel que “no era un desgobierno improvisado, sino la negación de la justicia”; el régimen que “se había consolidado como guardián de un orden y una legalidad detestables, basados en el apremio al trabajador, en la ganancia incontrolada de quien explota el trabajo ajeno […] en la mentira sistemática y deliberada”.

Orden y respeto que, además de su esencia nauseabunda, hacen espectáculo de la imposición electorera y se arrogan el derecho de salpicarnos de su porquería mediática, de su mentirosa sonrisa de afiche, de lodo, de sangre, de mentiras sin fin.