Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Sábado 31 de diciembre de 2011 Num: 878

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Degas y las mujeres
de traseros grandes

Anitzel Diaz

Nathalie Handal,
la lengua múltiple

Ana Luisa Valdés

En casa fuera de casa
Ricardo Venegas entrevistacon Indran Amirthanayagam

La plegaria de un dacio

Dos poemas
Mihai Eminescu

En buen rumano
Leandro Arellano

Medan* Tahrir en El Cairo
Vivian Jiménez

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


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Juan Domingo Argüelles

Arte, poesía y pelos

A lo largo de los siglos, la censura oficial y eclesiástica propició un arte sin pelos. Los únicos pelos admitidos en la pintura eran los de las largas cabelleras de los personajes femeninos, cuyo propósito era caer sobre los senos y cubrirlos. Más aún: en El nacimiento de Venus, de Botticelli, la cabellera es tan larga que sirve para cubrir el pubis:  pelo sobre pelos. La casta Susana, de Tintoretto, no tiene pelos; y La maja desnuda, de Goya, apenas si tiene una tenue pelusa, pero no exactamente pelos.

El tabú en el arte clásico es el de los vellos pubianos. De ahí que estuviera tanto tiempo censurada la maravillosa pintura de Gustave Courbet (1819-1877), El origen del mundo (1866), que hoy se exhibe por fortuna, sin hipócritas pudores, en el Musée d’Orsay, en París. Courbet se atrevió a ponerle pelos al arte,  ¡y qué pelos!,  ¡y qué visión más maravillosa del desnudo femenino! Pero también le puso los pelos de punta a la censura.

Lo más absurdo del tabú piloso en el arte es su cercanía con la pornografía. Paradójicamente, no en el caso de la obra de Courbet (plena de pelos), sino en casi toda la depilada pintura clásica. Una de las características de la pornografía contemporánea es la casi absoluta ausencia de pelos. Los genitales masculinos y femeninos se han rasurado para una mirada más anatómica que erótica. Parece ser que la pornografía con pelos es invendible hoy, del mismo modo que el arte con pelos era censurado y perseguido en el pasado. Lo supo, por ejemplo, Modigliani.

En su libro Bohemios, Dan Frank trae a la memoria el episodio de 1917, en París, cuando Berthe Weill organizó, en una galería de la rue Taitbout, la primera exposición de Modigliani. Refiere:


Gustave Courbet

“La noche de la inauguración había tanta gente dentro de la galería como fuera de ella. De un lado, los amantes del arte; del otro, los viandantes, estupefactos ante los desnudos expuestos en el escaparate. Enviaron a un agente que se encargó de informar al comisario. Éste les hizo llegar el siguiente mensaje: hay que descolgar los cuadros. Berthe Weill se negó. Fue inmediatamente citada en la comisaría de policía. Tuvo que cruzar la calle entre los abucheos y pullas de los señores con polainas y las señoras con tocado.

El comisario estaba furibundo:

–¡Le ordeno que retire toda esa porquería!

–¿Y se puede saber por qué? –le preguntó la galerista.

–Esos desnudos... –el representante de la ley escupía al hablar. Cuando se repuso, respondió con una voz rota por la cólera a esos desnudos... ¡tienen pelos!

Hubo que cerrar la galería. Para ayudar a Modigliani, que vivía sumido en una profunda miseria, Berthe Weill le compró cinco cuadros.”

Al igual que la pintura clásica, la poesía clásica está, generalmente, depilada. Casi no hay menciones o alusiones al vello pubiano o a los pelos. Tuvo que venir Pablo Neruda para decir lo siguiente, en su “Material nupcial”: “Horizontal, temblando y respirando y blanca/ y sus pezones como dos cifras separadas,/ y la rosal reunión de sus piernas en donde/ su sexo de pestañas nocturnas parpadea.”

Los pelos sólo son mencionados explícitamente en la poesía erótico-jocosa de autores como Félix María de Samaniego (1745-1801), quien en El jardín de Venus escribe, por ejemplo:  “Ya descubría las redondas tetas/ de brillante blancura,/ ya, alzando la delgada vestidura,/ manifestaba un bosque bien poblado/ de crespo vello en hebras mil rizado.” O bien:  “Cuando la vista alzando descuidado,/ vio con admiración cierta montaña/ de pelo engrafillado”. (La portada del libro de Samaniego tiene la imagen femenina más desnuda posible pero, ¡previsiblemente!, sin ese “bosque bien poblado.”)

Por lo general, sólo en las obras narrativas explícitamente erótico-pornográficas (Grushenka, Fanny Hill, Historia de O, etcétera), el vello pubiano no es marginado. Pero hay que ser muy exhaustivos para encontrar pelos en la literatura canónica. En una de sus elegías, García Lorca hace uso de la imagen para, más que nombrarlos, aludirlos:  “Llevas en la boca tu melancolía/ de pureza muerta, y en la dionisíaca/ copa de tu vientre la araña que teje/ el velo infecundo que cubre la entraña.”

No hay vellos en la poesía de Borges ni en la de Vallejo, aunque sí en la de Gonzalo Rojas:  “Una vez hubo/ una mujer vestida con la u de tu cuerpo/ que palpitaba adentro de todas mis palabras,/ los vellos, los destellos.”

Quién lo hubiera pensado: la pornografía, en las antípodas de la censura, adoptó el canon pubiano del arte clásico ¡sin pelos!