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A la mitad del foro

Hasta la coyunda lamen

E

ntraban a Palacio y repetían el ritual de sumisión de los tiempos de Moctezuma, del Tlatoani; con la vista baja y la cerviz inclinada, repetían al aproximarse al Presidente de la Revolución que degeneró en gobierno: Señor, mí señor, gran señor. En los actos públicos, la retórica era halago de marmóreo gorro frigio republicano: Jefe de todas las instituciones nacionales, llamó una vez Mario Moya a Luis Echeverría. Venía de lejos: en el alemanismo, Eugenio Prado, líder de los diputados, le obsequió al primer presidente civilista un cetro enjoyado con los escudos de los estados de la Unión y la inmarcesible inscripción: Miguel I.

Vino el vuelco y los alternantes han dejado de ir al pie del Ángel de la Independencia para gritar ¡Viva Agustín de Iturbide! La democracia llevó a Felipe Calderón al balcón central de Palacio Nacional. El Grito excluye a su paisano el criollo, hasta ahora. Nadie aclama ahí a Agustín I, pero los cortesanos no necesitan esperar la rencarnación de Pío Marcha. Felipe Calderón despidió a dos secretarios encargados de despacho y a un secretario particular. Y las pantallas de la televisión difundieron urbi et orbi el ritual cortesano, la sumisa abyección, el servilismo de protodemócratas que sacaron al PRI de Los Pinos y restauraron los faustos del primer imperio de pacotilla y el éxtasis de servir a Su Alteza Serenísima.

Hoy, sin entorchados. Pero no olvidemos que Santa Anna es el héroe inmortal de Cempoala, al que canta una estrofa del Himno Nacional; que el Quince Uñas dejó el poder cuando bajaron los pintos guerrerenses al mando de Juan Álvarez. Y hasta el año 2000, hasta los albores del tercer milenio, no volvió a gobernar la derecha de los notables, de La Profesa, del oscurantismo que se asustó porque Maximiliano, el príncipe que fueron a pedirle a Napoleón el pequeño, les pareció liberal en exceso. Pero ahí están, a nombre de la democracia y sin que la efectividad del sufragio altere el espíritu cortesano, ni la reverente genuflexión ante su señor acá en la tierra. Javier Lozano, poblano patronal que deja la Secretaría del Trabajo y la persecución del sindicalismo, el enano del tapanco que retaba a los legisladores, agradeció a Felipe de Jesús la deferencia de permitirle colaborar en el trance de la transición democratizadora. Y Roberto Gil, diputado con licencia y secretario particular, agradeció a la suerte, o a Dios, haberle encontrado para México a un Presidente a la altura del reto histórico. Y a él, simple mortal, la ocasión de servirlo y declarar ahí mismo su ilusión de emularlo: Cuando sea grande, quisiera ser como usted, señor Presidente.

Aquí no ha pasado nada. Felipe Calderón convocó a reunión extraordinaria del Consejo Nacional de Seguridad Pública: es urgente que las fuerzas de seguridad cuenten con la preparación y entrenamiento necesarios para garantizar el respeto a los derechos humanos, dijo. Quinto año de gobierno y soplan vientos de fronda. La presión del exterior no se reduce al deterioro de las perspectivas en la zona del euro y el previsible evento catastrófico que anuncia el Banco de México. Los organismos internacionales denuncian abusos y violaciones a los derechos humanos en la guerra contra el crimen que ha cobrado 50 mil muertos. El presidente Calderón cambia el tono y afirma que los militares acusados de esas violaciones –que son excepción y no la regla, dijo– deberán someterse a la jurisdicción de la justicia civil.

Pero, además, la ONU condenó el excesivo uso de la fuerza en el desalojo de los estudiantes normalistas de Ayot- zinapa, Guerrero, y pidió al gobierno mexicano investigar diligentemente y de manera seria, completa e imparcial, la muerte de dos jóvenes que recibieron disparos de armas de alto poder, así como las desapariciones y torturas denunciadas. Dos muertos, estudiantes pobres, alumnos de una normal rural. Aquí no ha pasado nada. Los policías iban desarmados, dijo el procurador ya cesado; los mandos de las policías estatales y federales evaden responsabilidad, se culpan unos a otros, mientras las autoridades siembran armas y confusión para culpar a los estudiantes, para atribuirles la responsabilidad de los hechos. Hay dos muertos y hay un responsable: el gobernador Ángel Heladio Aguirre. No digo culpable, eso lo decidirá un juez cuando los indiciados sean puestos a disposición de la justicia.

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Vista del Palacio Nacional en la ciudad de MéxicoFoto José Carlo González

Pero es enorme el peso de dos estudiantes muertos en Guerrero por marchar en protesta porque no los recibía el gobernador. Y el de la memoria de los campesinos asesinados en Aguas Blancas por la policía enviada por el entonces gobernador Rubén Figueroa, hijo, a impedir su paso y arribo al palacio de gobierno en Chilpancingo. Ernesto Zedillo recibió en Los Pinos la llamada de su amigo Rubén: ¿Hubo muertos? ¿Cuántos muertos? Y había también videos de la matanza. El amigo del presidente Zedillo dejó el gobierno y lo sustituyó Ángel Aguirre. El mismo que postuló el PRD para suceder a Zeferino Torreblanca en el cargo. El mismo que se dijo partidario del diálogo al responder a los reporteros que le preguntaban quién envió hombres armados a desalojar a los estudiantes de Ayotzinapa de la Autopista del Sol. Hoy marchan por las calles de Chilpancingo los normalistas que le exigen dejar el gobierno de Guerrero.

Gobierno de la izquierda, conforme a los usos y costumbres de la pluralidad a la que se adaptaron los oportunistas, los que cambian de chaqueta desde tiempos del virreinato, los del poder por el poder mismo, los que buscan señor a quien servir y sirven graciosamente a los dueños del dinero. Los estudiantes de las normales rurales son pobres. Son campesinos como los muertos en Aguas Blancas. La izquierda protestó entonces, demandó juicio político y la defenestración inmediata de Figueroa. Hoy, ensordece el silencio del PRD y siembra desaliento el de Andrés Manuel López Obrador. ¿Por qué? Los padres de los jóvenes de Ayotzinapa no dudan, no callan: Nos hemos equivocado al elegir a ese gobernador. Detrás de ese rostro bonachón está el de los caciques históricos de Guerrero.

Aquí no ha pasado nada. El PRI gobierna 19 estados de la República. Y serán 20 el 14 de febrero de 2012, cuando Fausto Vallejo tome posesión del cargo de gobernador de Michoacán, de la tierra de Lázaro Cárdenas y de Melchor Ocampo. Y vendrán las elecciones en Tabasco, Chiapas, Morelos, Guanajuato, Jalisco. El PAN puede conservar el gobierno de Guanajuato y perder los de Morelos y Jalisco. Y en el Distrito Federal, la encomienda de Marcelo Ebrard se puede complicar por la pobreza de sus candidatos y por la experiencia ecuménica de Beatriz Paredes.

Diciembre de 2011, quinto año de gobierno y Felipe Calderón recibe honores mayestáticos de sus cortesanos, prepara la defensa futura de su gobierno y estrategia de guerra. Como fuera menester. Ya anuncian la visita papal que seguirá a las reliquias de Juan Pablo II. Y se fortalece la campaña clerical contra el Estado laico mexicano; juego de espejos el de las reformas al 24, pero está en el limbo la reforma aprobada en febrero de 2010 para establecer en el texto del artículo 40 de la Constitución que México es una República laica.

Mientras lo sea. ¿Qué hicieron?, le preguntaron a Benjamín Franklin en Filadelfia, al salir de la sala en que votaron la Constitución de los Estados Unidos de América: Una república, si pueden ustedes preservarla, respondió.