Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
El sexenio sangriento
Amalia Rivera entrevista
con James D. Cockcroft
El documental, ventana
de ventanas
Jaimeduardo García entrevista
con Raúl Fajardo
Diálogos entre Joyce, Boulez, Berio y Cage
Carlos Pineda
Daniel Sada: el resto
es coser y cantar
José María Espinasa
Fraternidad, la idea olvidada de Occidente
Fabrizio Andreella
La piel de la palabra
Luis Rafael Sánchez
Leer
Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|

Ana García Bergua
De prodigios y tarjetas
Contarte debo, mujer, de un prodigio que en estas tierras llaman la tarjeta, que a pesar de ser pequeña y sin florituras ni adorno ninguno, es poderosa y mágica y doquiera que vas te preguntan por la tarjeta o qué tarjeta tienes y si careces de ella te ves sujeto a mil tristezas y penalidades. Mas con ella también se padece, pues hete aquí que la tarjeta es cosa de mucho poder y magia; dícese que con ella puedes pedir la Luna si la deseas y he oído de quien con la tarjeta se ha hecho de gran fortuna y comodidades, y a fin de mes es menester pagar a la tarjeta y cuentan de que muchas veces la tarjeta encanta a su poseedor y éste olvida por completo a lo que asciende su caudal y por lo mismo no logra pagar a la dicha tarjeta. Y que los acólitos de la tarjeta, que son muchos y repartidos por doquier en estas tierras junto a sus máquinas de voces, llaman y llaman al pobre diablo y le amenazan con ir a su casa y llevarse todo cuanto posee e insultar a sus hijos y alanzarlo contra el muro si no paga la tarjeta. Y al mismo tiempo por lo bajo le llaman otros acólitos que –se murmura– no se entienden con los anteriores y le ofrecen ansina otra tarjeta de oro o de platino –aunque su materia es débil y provoca desconfianzas– mejor, dicen, que esa anterior que lo acongoja tanto, pues con ella podrá hacerse de un palacio o un carruaje en cómodos pagos, dicen, y es por ello que confuso el tarjetahabiente como le llaman ahora al cautivo no sabrá qué hacer y será grande su desesperación. E incluso se oye por ahí que existen unas tarjetas que seducen con que pagarán a las otras tarjetas y así uno vivirá cómodo y feliz, mas bien se sabe que no es cierto, pues a fin de mes los acólitos de la tarjeta visten sus ropas más oscuras y despliegan sus modos más torvos y amenazadores para que la tarjeta cobre lo suyo, aunque se haya pagado el mínimo, se dice, que sólo sirve para que la tarjeta no se nos marchite entre las manos y volvamos a ser presos del efectivo que cosa tan triste es y desprotegida, pues no hay hombre que no aspire a poseer tarjeta y con ella hacerse de lo que nunca podría imaginar, y es por ello que todos caen en las trampas de las tarjetas que son muy dignas de verse. Y cuentan además que las tarjetas son mágicas en tal manera que sin saberlo uno aparece en otras tierras y compra algo que ni se imaginó existía, merced a dos pases mágicos que hacen otros acólitos de la tarjeta cuando acude el inocente a comprar tres patatas o cuatro sardinas y por olvido estraño de efectivo paga con la tarjeta. Y se habla de las maravillas que se han sucedido con una tarjeta llamada banamex que por doquier compra objetos de toda clase sin que sus dueños lo sepan hasta que se enteran, por unos vidrios donde la tarjeta manifiesta su espíritu, de que estuvieron en la remota Tijuana o el acalorado Durango haciéndose de las botas que llaman picudas o botellas de vino en el Sams. Y es grande el agobio de los que ni lucieron las botas ni probaron el vino mas tienen que pagar a la tarjeta lo que a la tarjeta se le debe y son tardadas y tristes las peticiones para recuperar los caudales robados por esta magia, pues cuando acuden a los frailes que habitan los edificios de vidrio y cantera del dicho banamex les contestan que sólo las voces resolverán sus problemas y así pasan meses desérticos hablándose con fantasmas escurridizos hasta que les devuelven aquel caudal robado y los ladrones siguen sueltos por ahí, compre que te compre jubones de piel en lugares lejanos, a más de inconcebibles para muchos. Y otras magias hay que consisten en el paseo que dan a los que portan la tarjeta y los llevan por aquí y por allá unos malvados, hechizando con la tarjeta todo lo que apetecen y luego vienen los pagos y el acoso de acólitos que por doquier saltan y cobran y amenazan o bien ofrecen y seducen para tener diez o mil tarjetas, da igual, que por la tarjeta aquí se mata o se muere y es cosa de verse de tantos prodigios que la tarjeta realiza. Y es por eso que he pensado hoy mismo coger el barco en Veracruz y regresar a nuestra pobre labranza, que aunque asolada de pestes y calamidades no vive bajo el influjo de la magia de la tarjeta, pero para lograrlo y llevarte unos recuerdos –una televisión, un vestido de plástico que en estas tierras se lleva mucho– es menester que me haga de una tarjeta y mucho miedo me da, que por llevar la tarjeta a nuestras tierras sus acólitos nos alcancen y allá practiquen sus magias y poderes.
|