Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de septiembre de 2011 Num: 862

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Dos narradores

La desaparición de
las humanidades

Gabriel Vargas Lozano

En Washington se
habla inglés

Hjalmar Flax

Una historia de Trotski
Paulina Tercero entrevista
con Leonardo Padura

Borges: la inmortalidad como destino
Carlos Yusti

Cantinflas, sinsentido popular y sinsentido culto
Ricardo Bada

Cantinflas: los orígenes
de la carpa

Carlos Bonfil

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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Actor, actor o El crimen de Mario Moreno (II Y ÚLTIMA)

Fue Miguel Contreras Torres, veterano del cine silente, quien le dio a un entonces muy joven Mario Moreno su primer papel, por cierto secundario, en el cine. La película se titula No te engañes, corazón y fue filmada en 1936. Otro pilar del cine mexicano, Arcady Boytler, fue quien un año después le concedió el lugar protagónico en Así es mi tierra y Águila o sol, en compañía del también cómico Manuel Medel. Hasta ese momento resultaba imposible hablar de Cantinflas, pues el otrora actor de carpa podía recibir nombres como El Tejón. En 1939, Chano Urueta lo dirigió, aún acompañado por Medel, en El signo de la muerte, cinta cuyo argumento fue escrito por Salvador Novo y que contaba con música compuesta por Silvestre Revueltas. Dos años más tarde, a ese otro insoslayable llamado Alejandro Galindo le tocó en suerte ser el último en realmente dirigir a Mario Moreno –en Ni sangre ni arena (1941)–, ya que ese mismo año, quien para entonces ya era Cantinflas y coproducía sus propios filmes, hizo debutar a Miguel M. Delgado en la excelente El gendarme desconocido. Como bien se sabe, fue antes de eso, en 1940, cuando Juan Bustillo Oro dirigió Ahí está el detalle, que para muchos es la cinta cumbre del célebre cómico y en la cual, efectivamente, el personaje Cantinflas luce con todo ese esplendor que, desgraciadamente, Mario Moreno acabó por desdorar hasta extinguirlo por completo.

Empero, antes de la morigeración –que coincidió, entre otros hechos, con el arribo del color y el de la major Columbia como distribuidora–, fueron realizados los filmes que consolidaron a Cantinflas en tanto icono de la cultura popular: Los tres mosqueteros y El circo, ambas de 1942; Romeo y Julieta, de 1943; al año siguiente Gran hotel; en 1945 Un día con el diablo; en 1946 Soy un prófugo –cuyo reparto incluye a Buster Keaton–; en 1947 ¡A volar, joven!, con Ángel Garasa, que lo acompañó en muchas buenas, malas y peores–; un año más tarde El supersabio y El mago; y finalmente Puerta, joven en 1949, acompañado por Silvia Pinal, todas ellas dirigidas –aunque esto sea sólo un decir– por Delgado.

Treinta años de agonía

Durante los siguientes treinta y tantos años, hasta El barrendero (1981), que fue su última, Mario Moreno siguió produciendo, escribiendo, protagonizando y, en realidad, también dirigiendo sus propias películas. Desde luego, siguió llamando Cantinflas a su personaje, pero tal porfía tiene sus obvios motivos en la fama adquirida, la conveniencia comercial y la fuerza de la rutina, y no por desgracia en un respeto a la esencia misma de lo cantinflesco, que el propio Moreno se encargó de ser el primero en aniquilar.

Como deslizándose en un tobogán, Moreno hizo de aquel delicioso vivales verborreico, que comía, bebía –y fumaba– cuanto podía, siempre a costa de los demás; que huía de las responsabilidades como de la peste; que más por azar que por convicción desempeñaba algún oficio siempre temporal; que se relacionaba con las figuras de autoridad siempre bajo el signo de la sorna y la irreverencia; que vivía en la marginalidad respecto de toda institución, aun pudiendo ser parte fugaz de ella… A ese “peladito”, para decirlo con Samuel Ramos, Octavio Paz y otros, a ese ñero, carnal, compa, raza, banda, barrio, Mario Moreno acabó convirtiéndolo en varias antítesis: ya fuese médico, profesor, burócrata, ¡sacerdote!, lo que uno ve es a un actor en el colmo de la autocomplacencia, repetitivo y anticlimático, caritieso y como embelesado de sí mismo, que se hace llamar Cantinflas y que no para de soltar discursos de moralina dizque edificante, por otro lado bastante útiles para el sostenimiento de un stablishment al que le venía perfecto que una de las más grandes celebridades nacionales diese lecciones de buen comportamiento social.

Basta ver cualquiera de las cintas filmadas por Moreno a partir de la década de los años cincuenta para ser testigo de la agonía y la muerte de Cantinflas en tanto personaje. Más que verlo actuando, escuche el lector los diálogos y comprobará que ahí está el detalle: sin prisa pero sin pausa, Cantinflas va desapareciendo para dejar su sitio a Mario Moreno, y mientras uno habla mucho sin decir nada y sin que le importe –en esa pirotecnia verbal que hasta la Academia Española de la Lengua recogió como algo específico–, el otro intenta decir algo y lo consigue, para desgracia del primer e inigualable Cantinflas, así como para lamentación de quienes, hacia su final, lo vimos desfigurarse en una triste caricatura traicionera.