Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de septiembre de 2011 Num: 862

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Dos narradores

La desaparición de
las humanidades

Gabriel Vargas Lozano

En Washington se
habla inglés

Hjalmar Flax

Una historia de Trotski
Paulina Tercero entrevista
con Leonardo Padura

Borges: la inmortalidad como destino
Carlos Yusti

Cantinflas, sinsentido popular y sinsentido culto
Ricardo Bada

Cantinflas: los orígenes
de la carpa

Carlos Bonfil

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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A Leonardo Padura (Mantilla, 1955) le gustan mucho las novelas policíacas. Dice que en los años noventa el estado de la novela policíaca cubana era lamentable. Pero autores como Raymond Chandler le demostraron cómo una novela policíaca puede ser literatura y el entonces joven escritor decidió probar fortuna en el género. Así nace el personaje de Mario Conde. Afirma Padura: “Para mí no era importante quién había matado a quién, sino qué sucedía alrededor de la persona que moría y alrededor del asesino; me interesaba un contexto social cubano muy específico, visto desde la sensibilidad de Mario Conde.” Por eso sus novelas policíacas resultan muy cubanas, a la vez que son muy distintas de aquellas novelas que lo dejaban con hambre en otro tiempo. “Mario Conde tiene muchísimos defectos y una cualidad fundamental: es un hombre decente. No podía ser corruptible porque él iba a juzgar a los corruptos.” Por eso, quizá, con Padura el lector se siente en casa. Me encuentro con Padura en un almuerzo en su honor, en Ginebra, Suiza. A la conversación se unen nuestras anfitrionas en un diálogo de acentos latinoamericanos que habría complacido a Bolívar.  En El hombre que amaba a los perros conviven la ficción y la historia: Iván hace amistad con quien resulta ser el asesino de Trotski, Ramón Mercader. Padura investiga en archivos de tres países para narrar la saga del hombre considerado la mano derecha de Lenin: Lev Davidovich Bronstein, mejor conocido como León Trotski. Iván recibe y luego transmite la historia de Trotski
y Mercader.

Una historia de Trotski

entrevista con Leonardo Padura
Paulina Tercero

–¿Quién era Ramón Mercader?

–Ramón Mercader es un hombre muy propio de esos años treinta en que se polarizaron las posiciones ideológicas: para ser revolucionario había que ser estalinista. Un espía de Stalin lo ayuda a convertirse en distintas personas hasta asesinar a Trotski. En sus circunstancias y con su psicología, él pensó que había que actuar así para ser un verdadero revolucionario. Iván tiene la misma edad que esos jóvenes que lejos de Cuba, en el ’68, enfrentarían tanques en las calles, arrestos, disparos…

–¿Dónde estaba usted entonces? ¿Sabía lo que estaba ocurriendo en el ’68?

–Iván es mayor que yo. Su relación con el 68 fue mucho más consciente que la mía, pero Iván no es una figura autobiográfica ni es mi alter ego. Su función literaria es muy importante: tiene una connotación simbólica y metafórica porque es el resumen de todos los sueños, frustraciones y desencantos de una generación. Yo era un muchacho de barrio y para mí el ’68 fue significativo por la Olimpiada de México.

–Desde su obra Fiebre de caballos –para algunos una “novela-aprendizaje”– ¿qué camino ha recorrido?

–Nunca se aprende a escribir una novela porque cada obra presenta una relación diferente con el hecho literario: importa mucho tu momento como individuo, como intelectual, la situación del país. Escribí esa novela en 1983, cuando trabajaba en la revista El Caimán Barbudo y de pronto fui enviado a trabajar al periódico Juventud Rebelde sin ser periodista (estudié literatura). Me sentí muy mal porque pensé que haría mi carrera en la revista cultural más importante de Cuba. Se publica la novela y lo que al principio parece un castigo se convierte en un premio: los seis años en Juventud Rebelde me transformaron en un escritor con nociones profesionales de la literatura.

–De pronto se escucha una voz femenina de acento argentino:¿Cómo asienta la parte histórica y cuánto hay de su propia cosecha en personajes como Trotski o su esposa?

–La investigación permite tener determinadas certezas. Lo que uno relata parte del conocimiento que uno tiene. El periodista Alex Haley dice: “Seguramente los hechos no ocurrieron siempre como los cuento, pero según mis conocimientos y la investigación que llevé a cabo, pudieron haber ocurrido como los presento.” La novela puede llenar con ficción los vacíos que dejan los documentos históricos.

–Presentar a Stalin como envidioso, rencoroso, ¿es para que Trotski parezca bueno?

–Trotski era más humano. Pese a ser un obsesivo revolucionario, dejaba un espacio para los sentimientos, la familia. Trotski vivió exiliado en Europa, escribía muy bien, era un hombre muy culto. Por su parte, Stalin era muy basto y un gran manipulador. Su objetivo era llegar al poder y ejercerlo hasta las últimas consecuencias. El contraste es muy fuerte.

–¿Cómo es ser escritor o periodista joven en Cuba?

–Para un escritor el reto es la publicación, por factores económicos. Sobre el tema de la censura, no hay que olvidar que varios escritores cubanos que publicamos fuera enviamos nuestros libros desde nuestra computadora a la editorial que está en España, en México o donde esté. Es decir, no hay ningún mecanismo de censura. Lo que publican las editoriales cubanas es la visión de los escritores que viven en Cuba. Es una visión que interroga siempre la realidad: no hay una literatura afirmativa con respecto al sistema. Hay una búsqueda, un espacio de ejercicio de la crítica: algo importante en un país donde el periodismo no cumple esa función. Es necesario, evidentemente, que haya una revolución dentro del periodismo. Ésta ya se produjo en la literatura, en el teatro, en las artes plásticas, en la danza, en el cine...

A punto de despedirnos, se pone de pie la dueña de la voz que preguntó sobre Trotski y su esposa. Es una mujer menuda. Sonríe y dice:

Yo he estado fascinada con su libro El hombre que amaba a los perros. Lo encontré por casualidad en una librería de Buenos Aires. ¿Sabe por qué lo compré? Porque hablaba de Trotski. Su historia es la historia de mi familia: Trotski era el tío de mi padre.

–¡Pero, a ver... pero su padre era… usted me dice…!– exclama Padura.

–Bronstein, que es el mismo apellido de Trotski: Davidovich Bronstein. Ese era el apellido de la madre de mi padre, hermana de Trotski… ¿Se da cuenta? Yo no conocía la historia de mi familia...