jornada


letraese

Número 182
Jueves 1 de Septiembre
de 2011



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

Adiós noches salvajes

De las opciones para ejercer el goce homoerótico sólo quedan La Casita, El Oasis, El Jardín-Wateke, Parking, Evolution... y dos o tres más. Las matanzas masivas en algunos lugares de Monterrey tienen en vilo la oferta nocturna gay. El acoso que se cierne sobre estos giros proviene de cárteles y fuerzas oficiales por igual. Los puntos de la mariconada se han convertido en campos de resistencia.
Martín, licenciado en mercadotecnia, tiene cinco años viviendo con la novedad del sida, resultó seropositivo. Tres años se la pasó deprimido después de ser echado de su trabajo. Sus salidas al centro se hicieron esporádicas. Una noche tuvo ganas de ir a su lugar predilecto. Allí se sintió reanimado. Ligó con un albañil de buenos bigotes. Cuando se percató de que el novio sólo quería emborracharse a sus costillas, Martín prefirió largarse. Buscó un circuito de ligue. En una esquina le dio un vuelco el corazón: el chofer de un auto lo veía con interés. Martín se detuvo. Continuaron el intercambio de miradas, gestos, entendimientos. Hasta que a Martín se le ocurrió jugar con su celular. Sin utilizarlo, así nomás. Hizo el ademán de marcar para hacerse el interesante. El coche dio un arrancón y de inmediato Martín se vio rodeado por un convoy de hombres armados. Les explicó: soy puto, nomás soy puto. Le quitaron el celular y la cartera. Fue a parar al hospital por la golpiza que le propinaron. Los pelados lo confundieron con un halcón.
Kate es un transexual de casi dos metros de altura. Ha invertido sus herencias en pura cirugía estética. Mucho ha gastado en implantes y terapias hormonales. Su pelo planchadísimo es acicalado con esmero y envidiado por sus amigos cada vez que visita el baño de la disco. Mientras baila se va de este mundo, embelesada con su propia imagen. Kate no se percata del arribo de un batallón del gobierno federal. Ni siquiera reacciona cuando la música enmudece y se encienden las luces. El público corre hacia la periferia, se deja someter. Los uniformados revisan bolsos y carteras, apuntan con sus bayonetas, toquetean genitales, roban lo que pueden, humillan parejo. Kate sigue danzando en el centro del salón. Un militar se le acerca, le manotea, le increpa: “¡Mira nomás este hembrón y yo sin tocar mujer desde hace tres meses!” A Kate se le dibuja un mohín de fastidio en su rostro perfectamente maquillado, pone los brazos en jarra y con suprema autoridad responde: “¡Eso no es de Dios!”. Y sigue bailando. Los federales, con las manos vacías, se retiran. La pachanga continúa. La Kate despilfarra los privilegios de su rango hasta el amanecer.


S U B I R