Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de agosto de 2011 Num: 860

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Ricardo Venegas

Un Oscar en el
Texican Café

Saúl Toledo Ramos

Haití militarizado
Fabrizio Lorusso

Historias de frontera
y sus alrededores

Esther Andradi entrevista
con Rolando Hinojosa

Mozart: no hay nada
que su música no toque

Antonio Valle

Dickens, el burlón
Ricardo Guzmán Wolffer

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Alonso Arreola
[email protected]

Allí estábamos…

…en el salón del lujoso hotel escuchando a una mujer que hablaba sobre whiskey. Organizada por cierta revista de arte, se trataba de una degustación a la cual fue invitado un grupo variopinto de compositores cuyo único punto de enlace parecía ser, superficialmente al menos, el haberse labrado un camino autónomo frente a los cambios de lo que confusamente seguimos llamando “industria musical”.

Terminadas las explicaciones sobre el color, densidad y aroma de las bebidas, el moderador lanzó sus provocaciones. Persona sensible, hasta él se veía incómodo con la mesa dispuesta en herradura, más apta para un debate entre diputados y líderes sindicales que entre músicos. Sus notables dialogantes: el flautista Wilfrido Terrazas (Generación Espontánea), el stickista Mauricio Sotelo (Cabezas de Cera), el músico y escritor Juan Carlos Reyna (Nortec), el productor Gerardo Rosado (Discos Intolerancia) y los compositores Deborah Silberer y Manuel Rocha, entre otros. En todos sus rostros la misma pregunta: ¿de verdad vamos a discutir cuál es la situación de la industria musical mexicana, una vez más? ¿Nos invitaron para hablar de nuestra relación con la crítica, los medios y los organizadores de conciertos? ¿Para eso, o únicamente se trata de pretextos temáticos para tomarnos fotos cerca de una botella? Creemos que la mayoría hubiera preferido otro tipo de intercambio.  Algo relacionado con la creación. Pero no.

Llevamos diez años sin superar el asunto de “la industria”, sin compartir los mecanismos específicos gracias a los cuales algunos músicos siguen adelante, sabedores de que su materia prima, sus decisiones estéticas y procedimientos, van mucho más allá de los contratos y las modas. Tal pareciera que hasta los medios heterodoxos se niegan a aceptar un cambio porque, de hacerlo, perderían los grandes temas de discusión, ese “mal de muchos” que justifica su papel de incomprendidos. Sin alguien a quien culpar tendrían que responsabilizarse. Estrategia errada en un mundo que abandona etiquetas y viejos procedimientos, pocos sabían que la de esa noche tenía el objetivo de convertirse en un publirreportaje coronado con el logotipo del whiskey auspiciante. En fin. De cualquier forma, hubo ideas que despertaron nuestra reflexión.

Una: la industria musical es muchas otras cosas además de vender discos. Ya lo hemos dicho antes: la fabricación, distribución y venta de instrumentos, la programación en foros y festivales, las agencias de manejo y contrataciones, las compañías de audio e iluminación, las grandes y pequeñas productoras de conciertos, las editoras de música, los estudios de grabación, las publicaciones físicas y digitales especializadas… todo eso y más es la industria musical. Pero sucede que los grandes mercenarios del sonido nos han querido convencer de que su antiguo motor de dominancia, el de las tiendas de discos, representa el único medio de subsistencia. Mentira. Prueba es esto: hablar sobre música mientras una marca de whiskey, inteligentemente, aprovecha lo que los invitados de una revista –en la cual se anuncia– han logrado sin ayuda o apoyo convencionales.

Dos: los críticos musicales están en extinción; en cambio abundan jueces ignorantes impulsados por el maniqueísmo, los compadrazgos y la conveniencia, cobijados por el vértigo de las redes sociales y la preferencia de melómanos light que desesperadamente buscan atajos para todo, incluyendo su propio gozo, y que nunca se comprometen con la pluma de alguien sino con la marca o compañía que lo mantiene. Y es que, ¿cómo va a haber críticos si lo primero sacrificable para muchos medios son ellos, gente a la que no se le paga, o se le paga mal, o se le paga por medio de un trueque casi prehispánico?

Tres: no importa cuán experimentales sean los músicos, si son realmente artistas profesionales no renunciarán a audiencias mayores en pos de mantenerse en una confortable elite. Los nichos que hoy es posible vislumbrar en internet son enormes hasta para los discursos más arriesgados. Tal como sucede a los exponentes de géneros populares, todos los creadores han de convivir con la iniciativa privada y con la pública para crecer, sin rasgarse las vestiduras por lo que hagan o dejen de hacer los grandes monopolios del entretenimiento. Para lograrlo hay que aprovechar ambos mundos, pero sobre todo producir con calidad.

Conclusión: en nuestro país se repite constantemente la historia de “primero triunfa (gana reconocimiento aunque estés jodido) que luego te utilizarán a cambio de promoción; toca, escribe, exprésate aunque no te paguen; confórmate con hacerlo para que, llegado el momento, te aplaudan en favor de otros”. Tales son los procederes de los mercachifles. “Avance en retroceso”, diría el desaparecido Fernando Marcos, cronista deportivo que tal vez despediría esta columna con cuatro palabras, si tuviera un whisky en la mano:  “Salud, pero no gracias”