Editorial
Ver día anteriorSábado 30 de julio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Rodríguez Zapatero: derrotas por mano propia
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a decisión anunciada ayer por el presidente del gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, de adelantar los comicios presidenciales en ese país para el próximo 20 de noviembre –en coincidencia con el aniversario de la muerte de Francisco Franco y cuatro meses antes de lo que prevé originalmente el calendario electoral– constituye un vuelco en el discurso del propio político español –quien hasta ayer sostenía que un adelanto en los comicios provocaría inestabilidad política y económica–, que difícilmente se explica sino como una cesión de su parte a las presiones de la oposición política, de los círculos empresariales, pero también de su propio entorno partidista y de amplios sectores de la sociedad.

Según el grueso de los análisis políticos formulados en ese país, la decisión de Rodríguez Zapatero obedecería a un intento de no perjudicar demasiado al aspirante presidencial del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el ex ministro del Interior Alfredo Pérez Rubalcaba. Sin embargo, es inevitable cotejar las perspectivas de un triunfo del partido todavía en el poder en los comicios de noviembre con el desplome padecido por esa misma fuerza política en las elecciones autonómicas de marzo pasado, y preguntarse, en consecuencia, si el PSOE será capaz, en menos de seis meses, de remontar ese mal desempeño. Tampoco ayuda mucho a las aspiraciones del socialismo obrero español una realidad económica que mantiene a 4 millones de personas en el desempleo, que ha significado el recorte generalizado de los beneficios sociales y los derechos laborales –todo ello bajo el gobierno del PSOE–, ni el hecho contradictorio de que el candidato de ese partido enarbole, como parte central de su campaña política, una serie de medidas contracíclicas que el régimen del que formó parte hasta hace unos meses sencillamente no supo o no quiso poner en marcha.

Con tales elementos de juicio, y aunque en política no hay nada escrito, en una primera impresión parece que el adelanto anunciado ayer por Rodríguez Zapatero en realidad acorta el margen de maniobra de su ex colaborador para edificar una candidatura sólida y competitiva, y que en los hechos implica una entrega por anticipado del gobierno español al ultraconservador Partido Popular (PP) y a su máximo dirigente y candidato presidencial, Mariano Rajoy.

Ahora bien, con independencia de las lecturas prospectivas, la terminación anticipada del mandato de Rodríguez Zapatero representa en sí misma una derrota política para quien generó grandes expectativas a su llegada al Palacio de La Moncloa, en marzo de 2004, y hoy se va enmedio de un desencanto social comparable con el que legó la primera presidencia socialista, encabezada por Felipe González. Tal regresión no sólo es consecuencia de la crisis económica todavía vigente en la nación ibérica sino, ante todo, de la incapacidad e insensibilidad del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero para proteger a la población de los efectos de esa crisis: en efecto, aunque se proclame de izquierda, el PSOE ha venido aplicando las fórmulas económicas tradicionales de la derecha para hacer frente a la recesión: sacrificio de las personas y favores a los corporativos privados con cargo al dinero público. El efecto que ha tenido esto es un amplio rechazo a la gestión del actual mandatario, una de cuyas expresiones más acabadas y emblemáticas ha sido el surgimiento del movimiento de los indignados, que acamparon por semanas en la Puerta del Sol, de Madrid.

Finalmente, no deja de resultar paradójico que el desencanto de la ciudadanía ante un PSOE cada vez más cercano a las prácticas de la derecha termine por favorecer al PP, el cual, ciertamente, no habría actuado, en circunstancias similares, con mayor sensibilidad social, y cuyas filas han sido salpicadas por denuncias diversas sobre corrupción y desvíos de fondos que involucran a decenas de mandos de ese partido. La conclusión insoslayable es que el eventual cambio de siglas en el gobierno español no podrá verse, en caso de concretarse, como resultado de méritos políticos de la derecha partidista de ese país, sino como una derrota por mano propia del socialismo ibérico.