Opinión
Ver día anteriorJueves 14 de julio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La ópera de a barrio
S

i Bertolt Brecht retomó La ópera de los mendigos del autor inglés del siglo XVIII John Gay para escribir su Ópera de tres centavos en 1928 y Kurt Weill desdeñó la música original de Johann Cristoph Pepusch y del propio Gay musicalizando la obra de Brecht con inspiración del jazz y de la música de cabaret, no hay que asombrarse de que el mexicano Erando González escriba su versión con ritmos latinos y mariachis aunados a música del siglo XVIII, según declaración suya, sin olvidar algún tema de Weil que se filtra en los arreglos que hizo conjuntamente con Armando López. Gay intentó con su parodia desnudar al primer ministro de su época Robert Walpole, y Brecht, aunque sitúa su obra en el Londres victoriano, procura demostrar los vicios del capitalismo, ya que delincuencia y trata de pobres son vistos como empresas. Erando González ubica su versión en el Tepito de los años 50 del siglo pasado, pero utilizando la fórmula brechtiana de Cinco dificultades para decir la verdad, alude en casi todas sus canciones a la descomposición social que vivimos actualmente.

Erando González es actor, músico, hábil versificador como se constata en este texto y profesor en el Centro Universitario de Teatro (CUT). Un muy dotado egresado de ese centro y alumno de González, Bernardo Velasco, asume la tarea de dirigir la obra de su maestro y se asigna los papeles principales del delincuente El Mai y de Badú, el explotador de los mendigos a los que proporciona jirones de ropa y falsos muñones para despertar lástima. Bernardo Velasco y tres actrices, todas con estudios y entrenamiento, además de cierta experiencia cabaretera, doblan a todos los personajes que la obra requiere, cuyo argumento no se aparta del original, a excepción del final, aunque se propone con cierta ironía cambiarlo por la llegada de un jinete en caballo blanco con el perdón de la autoridad y una recompensa para Mai el filoso (que es el final propuesto por Gay y Brecht como metáfora del triunfo de la impunidad). En la función a la que asistí se presentaron junto a Bernardo Velasco las actrices Marissa Saavedra, Sandra Arcos y Maité Suárez, todos con encanto escénico y disciplina, y que alternan en otras funciones con Marco Argueta, Sonia Franco, Tsayamhall Esquivel y Sofía Vogel.

En un brillante montaje, pleno de brío y de gracia, los elementos escenográficos –en diseño de Javier Vargas– son mínimos y consisten en un muro de tablas formado por cajones y por el ropero en donde Badú guarda los aditamentos de su sucia empresa como secretario general de la Confederación General del Andrajo en una burla no tan disfrazada de los sindicatos charros en nuestro país. En un afortunado momento, la sombra cuadrada del muro es el límite de la prisión del protagonista, nunca rebasado por los otros personajes. A un costado del escenario, la música en vivo (Leysa Reyes al piano, Ulises Castillo al bajo, Armando López con la batería, Oliver Ochoa percusiones e Itzam Pacheco con saxofón, teclado y flauta) con sus integrantes luciendo la ropa, la nariz y bigotes postizos de los malandrines al servicio de Mai como si también fueran miembros de la banda, cuenta con la dirección musical y orquestación de Itzam Pacheco.

La actuación artificial y paródica del elenco hace que el travestismo de actrices en roles masculinos se acepte como una convención más y divierta por la gracia de sus caracterizaciones muy estereotipadas, ya sea como los bandidos o, en el caso de Marissa Saavedra como el Güero Durazno, un prepotente policía muy condecorado con ligas inconfesables con el crimen y que nos remite al Negro Durazo de la época de la acción. Son también graciosas las apariciones ya como féminas de Sandra Arcos encarnando a la ingenua Judy y de Marissa Saavedra como su beoda madre, de las prostitutas tan diferentes entre sí o de Maité Suárez que interpreta a Lupe, la otra esposa del Mai. Las escenas se suceden a buen ritmo con la intercalación de las canciones cantadas con muy buena voz y bailadas con pericia por los miembros del elenco en coreografía de Alexis Zanetti, lo que constata que Bernardo Velasco es un hábil director además de su gracia escénica y sus aptitudes de cantante y bailarín.