Opinión
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Adolfo Sánchez Vázquez, el marxista
E

n ocasión de los 80 años de Adolfo Sánchez Vázquez, la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM publicó, en 1995, Los trabajos y los días (Semblanzas y entrevistas), un libro en el que se recogen, como dice Federico Álvarez, editor del volumen, los discursos a campo abierto, es decir, aquellos textos, los artículos, las entrevistas o las conferencias dictadas fuera de la propia universidad y, por tanto, pensadas para un lector más amplio y diverso. Se reúnen también las reflexiones críticas sobre la obra del autor, que abarca una amplia temática e incluye a numerosos autores. En fin, es un libro muy útil pues invita a leer la extensa obra filosófica, política y literaria de Sánchez Vázquez, subrayando sus aspectos más vivos, su actualidad. Por ejemplo: a mediados de los años 80, antes del derrumbamiento del entonces llamado socialismo real, el marxismo atravesaba por una crisis que hizo a muchos abandonarlo como una teoría inservible. La vitalidad de otros tiempos se había apagado casi por completo, no obstante el imposible impulso reformador surgido en la Unión Soviética. ¿Tenía sentido ser y llamarse marxista en esas condiciones? ¿No pesaba demasiado la sombra del escepticismo como, en homenaje a Montaigne, en 1985 le cuestiona a Sánchez Vázquez el filósofo Héctor Subirats? He aquí la respuesta:

Efectivamente son 50 años de mi vida los que están vinculados con el marxismo, tanto en el terreno práctico como en el terreno teórico. En esos 50 años, a través de mi modesta persona, en cierto modo se puede registrar lo que ha sido un periodo de la historia del marxismo; he conocido el desenvolvimiento del marxismo en diferentes fases; he vivido en mi juventud toda la época de un marxismo dogmático, institucionalizado, sectario, que se convertía, en contra de lo que Marx pensaba, en una negación de su espíritu crítico; he vivido después el desarrollo del marxismo a través de la experiencia, aunque no personalmente, de los sistemas que se han construido en nombre del marxismo. La conclusión a que llego, después de todo ese largo periodo, es que muchas esperanzas, muchas ilusiones se han venido abajo, justamente al ver cómo, en nombre del marxismo, se han cometido desafueros que son su negación misma. Pero, naturalmente, esto ha hecho mi espíritu más crítico y, por tanto, más marxista, pues el marxismo, en definitiva, como Marx lo concibió, es inconcebible sin la crítica y la autocrítica. Estas experiencias negativas, que la práctica, la realidad ofrece, me han hecho más crítico con respecto a las diferentes experiencias, ideas o teorías. Desde mi punto de vista, el marxismo ha caducado en una serie de aspectos. Hay tesis que no se han confirmado, que la realidad ha refutado, pero en ese caso hay que hacer lo que habría hecho el propio Marx: no tratar de ajustar la realidad a las tesis que tratamos de explicarnos, sino forjar nuevas tesis que traten de explicar esa realidad. En mi opinión, el marxismo es fundamentalmente una teoría que pretende explicar, comprender el mundo, para contribuir a transformarlo. De esta forma, en cuanto que subsiste la necesidad de transformar un mundo en el que rige la opresión, la explotación del hombre por el hombre, la explotación de los pueblos, me parece que el objetivo fundamental del marxismo es hoy tan válido o más de lo que fue en sus comienzos. Creo por esto que hay que desarrollar un espíritu crítico, así como cierto escepticismo, un escepticismo que habría aprobado Marx: recuérdese su respuesta al cuestionario que le presentó una de sus hijas: hay que dudar de todo. Así pues, la duda, no una duda absoluta, sino una duda metódica, hasta que se compruebe lo que se está sosteniendo, es siempre muy provechosa y legítima. Así las cosas, una dosis de escepticismo frente a todo dogmatismo, y sobre todo una dosis constante de crítica, no hacen sino reforzar la actitud marxista, independientemente de los aspectos que deban ser rexaminados o de los que deban ser excluidos.

Años después, en entrevista con el periodista Fernando Orgambides, (1992), salía al paso de quienes afirmaban que el fin del mundo bipolar anunciaba el fin de la historia, a lo cual Sánchez Vázquez replicaba:

La historia no ha llegado a su fin porque el capitalismo liberal haya demostrado que, con su victoria contra el nazismo y después contra el socialismo real, ya no tiene adversarios. Yo considero que el capitalismo actual, muy distinto del que conoció Marx hace siglo y medio, es un régimen injusto, pese a las ventajas y logros sociales que hayan podido obtener los trabajadores en todo este tiempo. Por lo tanto, mientras exista el capitalismo, sigue siendo necesaria una alternativa no capitalista que dé solución a los problemas de injusticia, desigualdad y explotación que este sistema, por su propia naturaleza, no puede resolver. Independientemente de que en este momento concreto este ideal, en cierto modo, haya sido desacreditado por las experiencias negativas de lo que se ha hecho en su nombre y no se den las condiciones o no haya fuerza para abanderarlo, el socialismo en su esencia es necesario y deseable. Y no sólo por razones políticas o económicas, sino también por razones incluso morales.

Esa fue la columna vertebral de su obra como filósofo, la razón de ser de su militancia y el fundamento de su inquebrantable fuerza moral. Para nosotros sus hijos, nietos, sobrinos, se fue el ser amado, el hombre abierto, sensible, el maestro y el amigo. Agradecemos a todos los que en estos días han ofrecido genuinas muestras de cariño y solidaridad.