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Ver día anteriorJueves 2 de junio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Las alegres campañas
B

ienvenidos al mundo de las frases y las ocurrencias. La temporada electoral ha comenzado. Contra las ilusiones depositadas en la democracia como la vía más racional para debatir y escoger las ideas o las opciones de gobierno, las contiendas deifican al candidato, tratan al ciudadano como cliente y por encima de cualquier contenido positivo destaca la desmesura publicitaria, la cantidad de los mensajes sobre los significados esperables. Se asegura que los procesos electorales de hoy son mucho más equitativos que en el pasado, pero que es que antes, digamos en 1988, por ejemplo, no lo eran en absoluto y, aun mirándonos en ese espejo, es notorio que todavía hoy subsisten graves distorsiones que se expresan en la presencia pública de cada partido. Hay precandidatos que gozan de los favores de los medios convertidos en factor de poder y los hay que son ignorados como si no formaran parte de la realidad nacional, lo cual es de suyo grave e inequitativo, pese a las intenciones en sentido contrario de las últimas reformas puntuales. Claro que en este asunto también se observan excesos que marcan la pauta. El reciente caso de la exoneración del gobernador Enrique Peña Nieto por el tribunal electoral es sintomático del verdadero estado de salud de la democracia mexicana, pues ilustra a la perfección hasta qué grado y en qué poco tiempo las instituciones que debían vigilar por la absoluta legalidad y certeza de la contienda se degradan para ser cómplices de los grupos políticos que, en estrecha asociación con Televisa, Televisión Azteca y repetidoras han decidido ya quién habrá de gobernar este país a partir de 2012. Allí se dieron la mano muchas de las irregularidades que hace no mucho tiempo parecían sepultadas por los éxitos de la transición: la parcialidad del árbitro (en este punto ha de subrayarse la actuación de la presidenta del tribunal, que se reúne en cena privada, en su propia casa, con los imputados al margen de toda formalidad); la contratación por el gobierno del estado de México de unos servicios no autorizados en las normas vigentes que paladinamente dice no conocer; la simulación posterior de un juicio en regla en el cual no sólo la presidenta del órgano jurisdiccional no se excusa de intervenir sino que participa como ponente a favor de Peña Nieto; en fin, la ridícula devolución del caso al IFE para que éste le impusiera las multas correspondientes a los infractores que terminaría, por desgracia, en la no menos ridícula amonestación que, a ciencia y paciencia de la sociedad más vigilante, en los hechos absolvió a las empresas televisivas y dejó sin justo castigo su indebida injerencia en el proceso electoral que para todos los efectos está en curso. Mal, muy mal quedó el IFE con dicha resolución. Primero, porque ni siquiera pudo aprobar la propuesta planteada al Consejo General para multar a la empresas. Segundo porque al empatar en la votación se hizo más que evidente la absoluta fragilidad del órgano que debe dar certeza y credibilidad a todos los actores, asegurando la equidad. Tercero, porque la indiferencia de los legisladores para elegir a los tres consejeros faltantes demuestra que en el Congreso (los grupos parlamentarios y los partidos como tales) no hay preocupación alguna por la imparcialidad de la institución –que sería reducida al nivel de un departamento organizador electoral– ni tampoco, en el fondo, por la misma existencia de un órgano autónomo capaz de asegurar el juego limpio. Por eso resulta más incomprensible la decisión del consejero presidente, Leonardo Valdés, de cambiar su voto para no incurrir en desacato al Poder Judicial. ¿No hubiera sido un gesto realmente democrático mantener el resultado hasta que la Cámara cumpliera con su obligación constitucional de nombrar a los consejeros?

Y mientras esas cosas ocurren, las campañas se animan. Hay pocas ideas en juego, pues al final se cree a pie juntillas que ganará el que mejor espotice sus planteamientos, aquel que sea capaz de invertir grande recursos para saturar el mercado con el rostro y el nombre del agraciado. Pero también en esto, y véase lo que ocurre en el mundo, pueden darse sorpresas que arruinen la fiesta. Mientras sólo algunos se atreven a plantear un programa alternativo de nación o a discutir en la arena de los barrios propuestas o fórmulas para salvar al país, pero la contienda, vista en su conjunto, no levanta y se teme, pues hay muchos augurios, que veremos una redición de la llamada guerra sucia, que no es otra cosa que el recurso de la desesperación ante la posibilidad de perder las canonjías y los privilegios que da el poder. Son preocupantes, por ejemplo, las conclusiones autoritarias que ven en el imperio de la violencia reinante la justificación para evitar el desarrollo de los procesos electorales. El solo hecho de que esta posibilidad se haya planteado y discutido para Michoacán da una idea de cómo, en rigor, las críticas a la llamada clase política, a los partidos, no son gratuitas, pues al poner en tela de juicio la viabilidad del pluralismo hay una suerte de aceptación tácita de que otro camino, el de la defensa del nadie se mueva, está al alcance de la mano, siempre y cuando se proteja el actual statu quo que les permite reciclarse.

En esta situación, es increíble la ausencia de sintonía entre lo que se escucha en la calle y el decir de los funcionarios con aspiraciones. Basta que alguien les diga que son presidenciables para que pierdan la compostura en el afán de hacerse notar. El caso del secretario Cordero, siempre discreto hasta la grisura escenográfica, ilustra aquella relación entre el ser y la conciencia que vislumbró el viejo Marx. La competencia puede trastocar los sentidos, pero la formación política del secretario de Hacienda, su ubicación en el círculo gobernante, determinan sus obsesiones, los juicios de valor de cada persona. Famoso por dos declaraciones que lo pintan de cuerpo entero, el que ya se proclama como favorito del presidente Calderón vive imaginariamente en el país de sus estadísticas, pero la realidad, con su rostro brutal, no perdona. ¿Quién sigue?