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Un mensaje a la juventud
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Estudiantes del Colegio de Ciencias y Humanidades Naucalpan, de la Universidad Nacional Autónoma de México, durante un encuentro con el subcomandante Marcos, líder del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en abril de 2006Foto Víctor Camacho

Dedicado a los profesores y estudiantes del CCH

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esde 1968 hasta hoy los jóvenes revelan ser una nueva categoría en la historia universal. Es cierto que con anterioridad, en varios países de América Latina y del mundo, los jóvenes ya habían hecho acto de presencia, como ocurrió con la famosa reforma universitaria a la que en Córdoba, Argentina, convocaron los estudiantes. Es cierto también que muchos héroes de la historia universal, desde la antigüedad, han sido jóvenes; pero se distinguían como héroes, no como un protagonista genérico de la historia. En cambio, desde 1968, en París, en Chicago, en México, y hoy en el Magreb y los países árabes, los movimientos de la juventud están a la vanguardia de la lucha por otro mundo posible. Están contra la guerra, están contra las discriminaciones raciales, están contra los simulacros de democracia o de socialismo que en realidad son dictaduras de ricos y poderosos apoyados en las fuerzas de seguridad a su servicio, legitimados por la clase política de fingida elección popular o de partido, y hoy serviles ante las grandes potencias cuyos máximos dirigentes asumen abiertamente la mentalidad y la criminalidad colonialista –que desde ayer asumieron contra Vietnam, contra Cuba, contra los afroamericanos–, y que ahora, cada día que pasa, manifiestan orgullosos contra los países y los pueblos de la periferia, y también contra la inmensa mayoría de los jóvenes del mundo entero, de los jóvenes de las poblaciones marginadas y excluidas, de las clases medias depauperadas, de los hijos de los trabajadores desregulados, de los hijos de los técnicos y profesionales que no tienen educación, ni empleo, ni esperanza de tenerlos, ni futuro que perder.

Por esas causas aparece la juventud rebelde desde los años sesenta. Y también porque desde los años sesenta se empiezan a aplicar las primeras políticas neoliberales hoy en auge; las políticas que le quitan el futuro a la juventud, y que enriquecen más que nunca al gran capital. Porque desde los años sesenta se toman medidas de reducción de los servicios públicos y sociales que hoy dejan sin escuela, sin trabajo y sin futuro a la inmensa mayoría de la humanidad, en particular a los jóvenes y a los niños que son el futuro de la humanidad… Y porque desde entonces el discurso oficial muestra más y más su falsedad, su falta de respeto a la palabra, su falta de respeto a las personas, su falta de respeto a la moral pública, su inmensa capacidad de mentir, su maquiavélica capacidad de convertir la realidad en escenarios de falsas luchas en las que se enfrentan unos pueblos contra otros, unas culturas contra otras, unos jóvenes contra otros, para que pueblos, culturas y jóvenes se destruyan entre sí, a reserva de destruirlos también con campañas de odios raciales, de odios religiosos, y con todo tipo de narcóticos y de armas que les venden a trasmano y que permiten a quienes los producen y distribuyen hacer inmensos negocios a costa incluso de su propia juventud, hoy principal consumidora del mundo.

Por donde se vea las víctimas preferidas son los jóvenes, y como los jóvenes son quienes más resisten, son también a quienes más enajenan, a quienes más destruyen, con el escapismo de las drogas, y con bandas trasnacionales de narcotraficantes que los reclutan por las buenas o por las malas al tiempo que los enfrentan con sus propias comunidades, con las comunidades a las que antes defendían, así les hacen perder el sentido de la vida y el sentido de la lucha contra la opresión, contra la explotación y la exclusión, y los reclutan para juegos de guerra en que luchan como pandillas de mafiosos por pequeños territorios a cuyos vecinos les venden seguridad, en vez de luchar al lado de sus pueblos y de su gente por ese otro mundo posible, que hoy corresponde a un programa de acción y de creación más rico que cualquiera de los anteriores en los valores que defiende y que apuntan a otra libertad, a otra justicia, a otra democracia que se construyan desde abajo y con los de abajo y de las que los campesinos mayas zapatistas son los pioneros, con muchos otros pueblos de América y del mundo, que traen para el mundo un proyecto de paz y de libertad, de justicia y de democracia, y a los que ciega y criminalmente se contesta con ataques y asedios, con intentos de corrupción y cooptación, como si sus luchas no fueran la más segura forma de defender la vida en la Tierra y ese buen vivir sin el mal vivir de nadie que reclaman los indios de los Andes.

Tal vez algunos piensen que exagero, cuando todo lo que digo está basado en investigaciones y trabajos sobre los problemas de la juventud y de los pobres de la Tierra, y sobre la forma en que los atacan, desorientan y enajenan quienes les temen y quienes en la llamada sociedad del conocimiento imponen las políticas educativas del desconocimiento; quienes en nombre de la libertad del mercado imponen la desregulación y el desempleo de los trabajadores, quienes en la educación imponen los criterios de la privatización del conocimiento y de la transformación de los educandos en meros instrumentos o robots que les permitan disminuir riesgos y optimizar utilidades y riquezas.

Tal vez algunos piensen que me estoy saliendo del tema, porque en realidad supongan que debo hablar nada más de la educación, pero de la educación estoy hablando. Y pienso que como jóvenes estudiantes de esta u otra institución escolar –o como simples jóvenes ustedes, y nosotros como profesores no tan jóvenes o muy viejos–, tenemos que plantearnos la educación del carácter, de la voluntad y la moral de lucha como la base de cualquier educación.

A mi memoria vienen las cartas del lord Chesterfield a su hijo, en las que le enseña cómo guardar el control de sí mismo hasta en los momentos más difíciles, y le transmite varios pensamientos sobre el arte de vivir, pensar y luchar. Y también a mi memoria viene aquella reflexión de un líder de la independencia de un país asiático que dijo: Debemos tener músculos de hierro y nervios de acero. Y me acerco al sureste mexicano, y recuerdo el discurso de una comandante zapatista que con su voz dulce y su tono cantado y firme, en una gran asamblea de la selva Lacandona, nos dijo: Lo primero para conocer es perder el miedo.

Y, bueno, pues ya que estoy en la Lacandona, donde hago mis estudios pos-doctorales desde 1994 en que me invitó a acompañarlo en su caminar por los derechos de los pueblos indios, ese grande obispo que recientemente falleció y que se nombraba don Samuel Ruiz, y donde me hice adherente zapatista, y donde he aprendido más de lo que ustedes puedan imaginar… donde aprendí a oír más, a dialogar más, a pensar y actuar más; donde aprendí a vincular conocimientos y saberes del aula y del campo, a entender desde abajo y a la izquierda que el corazón tiene razones que la razón no comprende y que se manifiestan muchas veces en formas no verbales sino de solidaridad y de apoyo mutuo, y donde advertí cómo seguimos siendo un país incompleto y que no se reconoce a sí mismo porque no reconoce al indio, y no se da cuenta de la grandeza del indio y de México, de la dignidad y la identidad de los pueblos originales, y de la imposibilidad de que México sea una avanzada del mundo mientras no se entienda que el proyecto zapatista de emancipación no es sólo un proyecto de emancipación para los indios de México o de América, sino un proyecto de emancipación y sobrevivencia para todos los seres humanos que quieran con la vida hacer real la libertad.

Bueno, pues algo de eso aprendí y tiene que ver con otros conocimientos que llevo aprendiendo desde hace ya varias décadas, unos sobre las nuevas ciencias de la complejidad y las tecnociencias, y otros sobre las humanidades y las formas en que desde el siglo XVIII se vinculan las luchas por la cultura, por la independencia, por la justicia y el socialismo, por la democracia y la libertad.

Y en eso estaba cuando me recordaron que hace cuarenta años fui a Naucalpan a inaugurar el proyecto de bachillerato del CCH, y me hicieron pensar en un mensaje que quiero transmitirles para terminar un texto que empieza a ser demasiado largo.

Estoy seguro, en primer término, que la educación propia y de los demás es una lucha actual por el aprender a aprender a pensar, a leer y escribir, a razonar, a recordar, a experimentar y practicar, lo que implica un desarrollo del pensamiento crítico, reflexivo y creador, un amor a la lectura de la poesía y la narrativa, un acercamiento a las ciencias de la historia y de la sociedad, un conocimiento de las matemáticas como lenguaje para razonar y hacer ciencias, un conocimiento de las ciencias experimentales y de la práctica de las utopías, así como una práctica de los oficios manuales y de los juegos y deportes, tareas que no son abrumadoras cuando se emprende el aprendizaje como una actividad vital que no se deja y que se sabe combinar con el trabajo, la lucha y la fiesta en el aprendizaje de una cultura general y en el dominio de algunas especialidades y oficios en que se adentra y ejercita uno más, si no quiere uno reducirse a ser ni un sabelotodo ni un especialista eficiente pero inculto.

Estoy seguro, por otra parte, que en estos cuarenta años las innovaciones de las ciencias y las tecnociencias nos obligan a actualizar muchos de nuestros conocimientos y a seguir aprendiendo a aprender, a lo que también estamos obligados si queremos descubrir, con nuestro propio saber y entender, los nuevos y ricos proyectos de la emancipación humana por los que debemos luchar sin cejar, a sabiendas de que como maestros tenemos que preparar a la juventud para entender el mundo y para cambiarlo, y como estudiantes también.

Estoy seguro que los profesores y estudiantes del CCH y de nuestra Universidad magnifica sabremos cumplir con nuestro deber.

Gracias.