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Ver día anteriorJueves 14 de abril de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Paréntesis: geometría global
A

bro un paréntesis en el análisis del tema de la resolución del Consejo de Seguridad sobre Libia y sus secuelas, que se corresponde con el aparente impasse en el que, de acuerdo con diversos indicios, ha caído la evolución de los acontecimientos, tanto sobre el terreno como en el plano diplomático. Esta ralentización, quizá más aparente que real, se ha expresado en acciones militares inconclusas e iniciativas políticas frustradas. Uso el paréntesis para referirme a un tema diverso o, para mejor decirlo, a uno de sus aspectos: las alteraciones cada vez más notorias que el comportamiento asertivo de China en el plano internacional provoca en la nueva geometría global del poder. Es ésta la expresión que usa, en su artículo del 8 de abril en el Financial Times, Philip Stevens al considerar que en 2012 habrá cambios de gobierno en cuatro de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad (y quizá en todos, si la coalición británica se desfonda por los embates de las turbulencias económicas) y que estas mudanzas llevarán adelante el rediseño de esa geometría. De los cuatro (o cinco), sólo uno parece estar ya definido. Desde hace tiempo se sabe que el nuevo líder chino, que ascenderá grada por grada al pináculo del poder para sustituir a Hu Jiantao, es Xi Jinping, con fama de modernizador, amante de las películas de Hollywood y que eligió Harvard como universidad para su hija. Al debate de esas alteraciones provocadas por la República Popular estuvo dedicada una serie de mesas redondas, bajo el título de La huella global de China, organizadas en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM en los tres últimos días de marzo. Esa huella ha alterado el equilibrio de poderes al que nos habituaron los decenios de la guerra fría y han impuesto, sobre todo en este siglo, una nueva geometría global.

Me correspondió, en un ciclo que abarcó nueve temas –tres bilaterales, tres regionales y tres globales– abordar uno de los primeros: la relación con Estados Unidos. Al calificarla como la primera relación bilateral de genuina interdependencia dentro de la globalidad, sostuve que ambas potencias, por así decirlo, están condenadas a colaborar entre ellas. Aunque la balanza bilateral de poderío militar sigue inclinándose hacia el lado estadunidense, cuyo platillo contiene guadarneses y capacidades técnicas que en mucho superan el peso del número de efectivos que aún colma el platillo chino, el mejor equilibrio de otras balanzas bilaterales, como la financiera, la económica y la comercial, y, sobre todo, la laboriosa identificación y construcción de áreas de interés mutuo, hace que ambos países privilegien el acuerdo y el entendimiento, más que la confrontación. Son interdependientes, en el sentido más estricto de un término del que suele abusarse. (Por ejemplo, cuando el término se aplica a la relación mexicano-estadunidense se olvida que sale sobrando el prefijo.) En cambio, Stevens sostiene que, debido sobre todo a la cada vez mayor cobertura de la red de relaciones económicas internacionales de China (o, en otras palabras, debido a su cada vez más extensa huella global), la competencia con Estados Unidos es inevitable (están condenados a competir entre ellos, pudo haber dicho). Ambos enfoques no son excluyentes: la competencia no impide la colaboración, ni ésta imposibilita aquélla. “Lo importante –afirma Stevens– es cómo se administra.” Administrar la competencia es una de las claves de la interdependencia.

Para examinar la relación económica bilateral sino-estadunidense acudí a las actas de la escenificación más reciente, a mediados de 2010, del segmento económico-comercial del Diálogo Económico y Estratégico Estados Unidos-China. Advertí en esos documentos un deseo recíproco, casi compulsivo, de evadir las cuestiones conflictivas –política cambiaria china, restricciones a la inversión por parte de Estados Unidos y asuntos de propiedad intelectual, entre muchas otras– para concentrarse en las áreas de cooperación más promisorias, incluyendo buen número de cuestiones multilaterales. China y Estados Unidos coincidieron, por ejemplo, en implementar respuestas muy activas, oportunas y efectivas ante la crisis y se atribuyen, no sin razón, haber contribuido, más que ningún otro, a la reactivación de la economía y a la estabilización de las instituciones financieras. Ambos comparten objetivos en la reforma de los organismos financieros multilaterales, en los que Estados Unidos desea una mejor distribución de los costos de sus operaciones de rescate y China un más completo reflejo de su nueva y elevada estatura financiera global. (Por cierto, Xi Jinping, según revela Stevens, mide cerca de 2 metros y habría que ver si considera que su estatura personal debe reflejarse en la global de su país.)

Han sido muy frecuentes las noticias sobre fricciones y conflictos entre China y Estados Unidos. Una de las mayores se refiere a las inversiones de empresas chinas en este país. En el diálogo, los estadunidenses prometieron que su órgano de supervisión y control de las inversiones extranjeras directas no discriminaría por el origen geográfico de las mismas. Sin embargo, no ha sido así. Hace años ganó celebridad la negativa estadunidense a permitir que una empresa petrolera china adquiriese instalaciones de refinación en su territorio. Ahora y de manera repetida se están cerrando las puertas a una empresa china fabricante de equipo de telecomunicaciones, Huawei, que es ya la segunda en importancia en el mundo, para atender pedidos y suministrar equipos a redes en ese país. Un listado elaborado este mes enumera no menos de 20 casos en que, alegando razones por lo general conectadas con un vago concepto de seguridad nacional, se ha negado la autorización a inversionistas chinos. Las barreras de entrada a la inversión extranjera directa, que no deberían existir de acuerdo con los compromisos internacionales de Estados Unidos, se erigen, se mantienen y se imponen a inversiones provenientes de China.

En esta semana, los jefes de Estado o de gobierno del BRICS se reúnen en China. Se había supuesto que las perspectivas de la cumbre de fin de año, en Francia, del Grupo de los 20 serían el tema central de sus debates. Ahora, con el caso Huawei, el BRICS ha ganado una bandera: combatir la discriminación por origen geográfico de las inversiones directas. Es legítimo y en ocasiones deseable que un país limite o excluya las IED de determinados sectores; lo que no es admisible es que lo haga en forma discriminatoria. Cierra paréntesis.