Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Tres poemas
Lefteris Poulios
Educación y lectura en México: una década perdida
Juan Domingo Argüelles
El humor no es cosa de risa
Enrique Héctor González
El humor: vivir la gracia
Ricardo Guzmán Wolffer
El observatorio de Tonantzintla
Norma Ávila Jiménez
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Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Corporal
Manuel Stephens
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
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Rogelio Guedea
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Fachadas
Es una costumbre arreglar la fachada de las casas. Renovarlas o pintarlas. A veces poner un portón eléctrico o un cancel. Nos gusta dar una buena imagen a los transeúntes o conductores que pasan por la calle empedrada. No me había detenido a pensar nunca en esto, aun cuando más de alguna vez pinté de azul la fachada de mi pequeña casa en Colima. Sin embargo, el otro día que terminaba de construir en el sótano una casa para un pájaro, salí por la puerta al jardín de atrás y me detuve en el muro de ladrillo blanco, el muro casi derruido, con la pintura descascarada y la hierba desbordada que mira hacia la bahía. Giré la vista y vi, en contraste, la fachada impecable: recién pintada, llena de flores amarillas en los maceteros, la puerta cancel reluciente. Entonces me dio vergüenza de mí mismo. Sentí pena de saber que a veces uno hace las cosas sólo para agradar a los otros, como si a los otros realmente les importara ocuparse de lo que uno hace o no. No pude volver a lo que estaba haciendo, que era la casa para un pájaro. Preferí, mejor, imaginarlo volando, en plena libertad, y me puse inmediatamente a barrer toda la hojarasca y a quitar la enredadera que ya invadía, incluso, el jardín vecino. |