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Jair Cortés
De presentaciones de libros
Si partimos de la idea de que un libro es un descubrimiento que cada quien realiza de manera personal y que la lectura de un mismo texto puede diferir ampliamente entre dos o más personas, no entiendo por qué las presentaciones de libros siguen existiendo. La gente, quizá, asista a la presentación de un libro para conocer al autor, para tomarse una fotografía con él y regresar a casa con el ejemplar autografiado. Estoy a favor de las lecturas públicas, pero acudir a un lugar para que un “especialista en la materia” me diga, desde una experiencia ajena a la mía, qué es importante en el libro, me parece que contradice la naturaleza de un lector que busca el asombro individual sin muletas ni falaz ayuda de terceros. La lectura es, en un primer momento, un asunto entre el libro y yo.
Cartel del la
1a Feria del libro teatral en el DF |
Quien presenta un libro está en ventaja sobre el que asiste a la presentación del mismo; el que lo presenta puede mentir, manipular con su lectura nuestra atención, cuenta la película antes de que todos la vean y la cuenta para quedar bien, le hace saber al público que él es una autoridad capaz de desentrañar los misterios vedados para el vulgo, como si nadie entre la multitud tuviera los medios propios para enfrentarse a la literatura. Por otra parte, una presentación de libro implica el establecimiento de relaciones cortesanas, en donde un supuesto “poder” ofrece un falso o frágil posicionamiento en la, ya convulsa, república de las letras. Presentar un libro da prestigio, aunque nadie lo lea después. Estos actos son igual de estériles que las exposiciones de pintura en donde el pintor explica cada una de sus obras a los asistentes.
Habrá quien me contradiga diciendo que una presentación del libro tiene que ver con la difusión y la promoción de una obra y que resulta muy necesaria para la dinámica editorial, pero si somos realmente sinceros, sabemos que para vender un libro hay mecanismos mucho más efectivos que escuchar elogios descomunales, peroratas académicas, especulaciones, improvisaciones vergonzosas y, sobre todo, lugares comunes.
En su Crónica de la poesía mexicana, José Joaquín Blanco aseguraba ya desde 1977 que “a la literatura mexicana le falta sentido de las proporciones; unos lentes; es rica en monumentos y caricaturas, no en personas”; las presentaciones de libros han fomentado esa práctica en nuestro país, alimentando, por un lado, figuras literarias y, por otro, evidenciando una grave carencia de rigor crítico.
El libro permanece o desaparece según sus lectores, y muchas veces quienes presentan un libro optan por hablar del autor, por situarlo en un contexto social, por alabarlo u ofenderlo y, a final de cuentas, eluden un encuentro frontal con la literatura, traicionando lo que tanto pregonan defender. La aparición de un libro requiere, urgentemente, de rituales menos banales y más congruentes con la trascendencia de la escritura.
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