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El mundo a cuestas
Un amigo escritor que también es psicólogo me recomendó, después de oír mi caso, ir con un psicoterapeuta para que me ayude a mejorar, dijo, mi calidad de vida, esto es, a que ya no me duela el mundo como me duele, y así poderle sonreír todo el día a la desgracia humana, y dormir las ocho horas diarias de rigor, y no angustiarme en medio de la multitud que no va ni viene de ninguna parte, o de la soledad de isla que llevo en mis andamios interiores. Yo, después de escucharlo, no tengo más remedio que decirle –o no se lo digo, pero lo pienso– que si esas maravillas logra la psicoterapia yo prefiero quedarme así angustiado ante la rama que se quiebra o tiembla de frío, o roto ante el pájaro que no puede volar, o insomne frente a la muerte consuetudinaria de mi país que agoniza, o tristísimo ante el niño que pide limosna a la entrada y salida del metro. Que me deje así, le digo, porque sufrir es ver, y no hay cosa mejor –en esta vida y en la otra, le digo– que estar despierto. |