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Felipe Garrido
Un cuadro
Cuando volví a la habitación me sentí muy complacido con la forma en que el grabado se veía en la pared del fondo –pero me daba pena quedármele viendo, porque allí estaba mi madre, con sus ojos severos. De alguna manera, era como si la escena llenara todo el salón. Dos mujeres desnudas me miraban de frente; una estaba de pie dentro de la fuente; la otra sentada en el brocal, inclinada a un lado para salpicar a su compañera. Orgulloso me sentí de haberlo traído del tiradero, pero luego, por detrás del marco, el agua empezó a escurrir. Dijeron que era la lluvia que trascendía el tejado, pero no llovía. Más bien era la luz que bajaba por el muro, pensé. El cuarto estaba en silencio, pero en mi cabeza resonaban las voces de las dos muchachas, que gritaban porque el agua estaba fría. Quité el grabado, para dar gusto a mi madre, y el agua dejó de escurrir. El muro estaba seco. Pero el agua que había en el piso tuve que recogerla con un trapeador. |