Opinión
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El general
V

er el presente con claridad suficiente para hacer las preguntas correctas sobre el pasado. A partir de esta premisa del escritor británico John Berger, la documentalista Natalia Almada explora, en El general, su segundo largometraje, la vida personal y el impacto político de su bisabuelo, el ex presidente mexicano Plutarco Elías Calles, último caudillo de la Revolución Mexicana. Para elaborar este trabajo la realizadora recuperó las cintas de audio grabadas en 1978 por el escritor Mauricio González de la Garza que contienen el testimonio de Alicia Calles, abuela de la realizadora, y su opinión sobre la figura controvertida y contradictoria de su padre, el anticlerical furibundo que no vaciló en enviar a sus hijos a colegios católicos mientras se libraba como presidente a una persecución religiosa que tuvo como punto álgido la guerra cristera y su secuela de ajusticiamiento de sacerdotes, y la respuesta enardecida de un poder clerical que recurrió también al crimen y al cierre masivo de los templos de culto.

Escribir nuevamente la memoria, registrar la larga sombra del pasado sobre el presente. La directora intenta de modo por demás azaroso establecer un paralelismo entre la época turbulenta que recrea el testimonio de Alicia Calles y la crisis política y social que vive México en el año 2006, al día siguiente de unas elecciones viciadas que suscitaron en las plazas públicas la demanda, jamás satisfecha, de un esclarecedor recuento de votos. Hay en el documental tres épocas de la historia mexicana: los años 20 que evoca la abuela; los años 70, época que ella misma compara con lo vivido en su infancia (la misma adulación de la clase política por el hombre fuerte en el poder, la misma corrupción, la continuidad del sistema), y la primera década del nuevo siglo, donde la bisnieta del jefe máximo asiste al colapso de la ilusión de un cambio democrático.

Natalia Almada no se ha propuesto en El general la evocación puntual de la biografía política de su antepasado. No hay una reconstrucción histórica lineal ni mucho menos un juicio categórico sobre la figura denostada del hombre que en su tiempo también fue conocido, sin gran paradoja, como el Mussolini mexicano o el Lenin latinoamericano. Las evocaciones de Alicia Calles aluden más a la complejidad del político que quiso operar el tránsito pacífico del país de un solo hombre, la patria bronca del caudillo, a una nación de instituciones y leyes, y que en el camino se ganó la reputación de hombre autoritario e inclemente, enorme villano de la historia, en contraste persistentemente desfavorable con su sucesor inmediato, Lázaro Cárdenas.

Al hablar de Calles, sin embargo, la realizadora alude más al pueblo mexicano que de los años 20 a la fecha mantiene invariable su predilección por las figuras mesiánicas, desde los líderes políticos hasta los símbolos religiosos. En su visión del presente recoge las protestas estériles ventiladas en la calle, los testimonios de irritación pasajera de transeúntes o vendedores ambulantes que invariablemente concluyen en la resignación fatalista; señala la eficacia de los festejos populares como amortiguadores de la indignación ciudadana, las pistas de hielo que son el Rockefeller Center de los pobres, o el tianguis de la devoción de un 12 de diciembre cualquiera, y junto con Octavio Paz, concluye con una sentencia lapidaria: Después de siglos de fracasos, lo único en que creemos los mexicanos es en la Virgen de Guadalupe y en la Lotería Nacional.

El general no tiene la redondez expositiva ni la fina elaboración estética de su documental anterior, Al otro lado (2005). Una sucesión abigarrada de escenas en el Zócalo, en las calles o en los mercados, aunada a una azarosa selección de escenas de películas (Vámonos con Pancho Villa, Que viva México, Si yo fuera diputado) y a un popurrí musical a ratos eficaz, a ratos meramente efectista, no hacen justicia suficiente a un proyecto sin duda novedoso y a un material de archivo que exigía una consideración más consistente. La escena final al pie del monumento a la Revolución, impronta melancólica de un fracaso político y de un saldo histórico negativo, no tiene en el tratamiento que le precede un vigor parecido.

Los testimonios fragmentados de la abuela y su esfuerzo por reivindicar la figura de Calles presentan, en el atropellado reflejo de un tiempo presente, un balance apresurado. En el alud de conmemoraciones vacías que el cine mexicano de ficción dedicó este año al centenario de la Revolución, la mirada escéptica y desengañada del documental de Natalia Almada es, por encima de sus limitaciones, un valioso trabajo digno de tomarse en cuenta.

El general se exhibe en Cinemex Insurgentes y Santa Fe, Cinépolis Interlomas, Cinemanía Loreto, Cine Lido y en la Cineteca Nacional.