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El gobierno les da sólo mil pesos mensuales mientras gasta centenares de millones en festejos

Viudas de milicianos del Ejército Libertador del Sur: abandonadas, enfermas y pobres
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Catalina Aguilar, captada en su vivienda de Cuautla, Morelos, escribió las anécdotas de su difunto esposo, Crisóforo Quiroz Serrano, integrante del Ejército Libertador del Sur, así como recuerdos de la peste, plagas y la hambruna en los primeros años del siglo XX. Hoy lamenta la pérdida de esos apuntesFoto Yazmín Ortega Cortés
Corresponsal
Periódico La Jornada
Jueves 18 de noviembre de 2010, p. 36

Cuernavaca, Mor., 17 de noviembre. En esta entidad sólo quedan 28 abuelas de la Revolución, todas abandonadas, sin atención médica especializada y con un subsidio de apenas mil pesos mensuales que los gobiernos federal y estatal rechazan aumentar desde hace tres años, mientras los festejos del 15 y el 16 de septiembre costaron más de 2 mil 900 millones y los del 20 de noviembre abultarán más ese monto, reprochó el historiador Édgar Castro Zapata.

La precaria situación de estas mujeres contrasta con el dispendio para festejar el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, criticó el también bisnieto de Emiliano Zapata y presidente del Instituto Pro Veteranos de la Revolución del Sur.

De 33 abuelas que había en 2009, a enero de 2010 quedaban 30. Recientemente murieron Constancia Valero y Graciana Colín. Las 28 sobrevivientes, la mayoría viudas de zapatistas, tienen entre 90 y 105 años, y sus relatos entretejen desolación y denuncia.

Los perdedores fueron quienes pelearon y los ganones los más duchos, pues el que tiene saliva lame más pinole, asegura Belén Pérez Jurado, de 90 años y viuda de Luis López García, ex combatiente del Ejército Libertador del Sur, quien se quedó sin tierra y terminó por odiar a los generales opulentos.

En casa de su hija, con quien vive en el poblado de Ahuatepec, municipio de Cuernavaca, recuerda que Luis nació en Xochitepec en 1900, y tenía 15 años cuando se unió a la Revolución. Creyó que mejorarían las condiciones de los desposeídos y tuvo fe en el reparto agrario, pero todo se vino abajo a la muerte de Zapata y Luis terminó de criado del general Javier Jiménez Segura, quien le decía que no se quejara, pues al menos tenía un techo prestado.

El veterano recibió la condecoración al Mérito Revolucionario, pero falleció el 4 de junio de 1976 de un cáncer gástrico, desnutrido, sin atención médica y hundido en la pobreza, y después el propio Jiménez Segura le quitó sus armas a la familia, aún dolida por la agonía.

¿Para qué quieren ayuda, si ya se van a morir?

Jesús Bahena Pineda era su compañero de armas y peleó bajo las órdenes del general Zapata, pero la Revolución también lo colmó de agravios y vituperios, entre ellos los de Armando León Bejarano, quien prometió en campaña cumplir el Plan de Ayala y, ya convertido en gobernador de Morelos, lo echó de su oficina junto con los veteranos peticionarios que lo acompañaban.

Cuenta su hija, Irene Bahena Zúñiga, que los campesinos visitaron al mandatario en 1976 y le pidieron apoyo porque ni huaraches tenían. Éste les contestó: ¿Para qué quieren ayuda si ya se van a morir? Yo debo juntar los 40 millones de pesos que me costó la campaña.

Irene relata las historias porque la parálisis facial impide hablar a su madre de 92 años, Josefina Zúñiga Lagunas, quien asiente cuando escucha que su esposo nunca olvidó ésa y otras afrentas, pero lo sostuvo el coraje y pasó sus últimos días con un sueldo mísero de empleado agrario en el estado y murió en 1995 a los 97 años.

Parecida suerte corrió el mexiquense Bartolo Díaz Salazar, quien se unió a la lucha en 1913 y al cabo de tres años El Caudillo del Sur lo ascendió a capitán segundo, pero siete décadas después murió postrado en su camastro, sin tierra, libertad ni justicia.

Su viuda, Asunción Bernabé Martínez, tiene 92 años y camina penosamente, pero se expresa con claridad. Se necesita una Revolución como la que no consumó Zapata para acabar con tanto ratero del gobierno, asegura mientras contempla el nombramiento de su esposo, que un día cayó por andar ebrio, y el golpe en la cabeza lo inhabilitó los últimos 18 años de su vida.

En su postración le avisaron de un reparto de tierras en Cuernavaca, y Asunción mandó al hijo mayor con los papeles del ex combatiente, pero no le dieron nada, y desde entonces la familia se olvidó de la Revolución para buscar la subsistencia vendiendo jugos y frutas en las calles de Temixco.

Asunción también hace historia: “Emiliano Zapata no murió ese 10 de abril de 1919 en la hacienda de Chinameca, porque la víspera una mujer le avisó: ‘Te van a matar’, y él mandó a uno de sus compadres a que con su caballo, montura y atuendo, atendiera la cita donde los federales lo recibieron en formación marcial y a la señal del clarín comenzaron a dispararle...”

Añade que el caudillo marchó al exilio para volver en 1937 a morir entre sus familiares, y con ello coincide otra viuda, Gaudencia Valle Álvarez, quien relata que su esposo, el general Julián González Guadarrama, fue al cuartel de Tlaltizapán un 2 de febrero y tras escuchar Zapata el recado que aquél le llevaba le dijo que montara un toro.

Julián obedeció y vio que el general tenía mocho el dedo que le rebanó una reata. Por eso cuando los federales presentaron un cadáver con las manos completas, entendió que Zapata no había muerto.

Gaudencia tiene 86 años y vive mejor que otras abuelas de la Revolución, pero también padeció la ignominia cuando las autoridades exigieron 15 mil pesos a su esposo para reconocerle el grado, y como no tenía dinero quiso gestionarlo, hasta que en 1940 decidió que no pagaría.

Recuerdos perdidos

Catalina Aguilar Medina era una niña cuando Zapata le regaló tres monedas. Ya cumplió 100 años y es la viuda de Crisóforo Quiroz Serrano, quien combatió en Guerrero, Puebla y Morelos a las fuerzas de la usurpación huertista y falleció el 22 de noviembre de 1990 a los 90 años.

Ella vive en Casasano, municipio de Cuautla. Como sabe leer y escribir, anotó las hazañas de su esposo en el Ejército Libertador del Sur, pero se perdió el morral donde guardaba los apuntes y ahora sólo tiene recuerdos, como el de la plaga que consumió todas las milpas en 1915, la hambruna de 1916-1917 y la peste del año siguiente, cuando los muertos se pudrían al aire.

Dice Catalina que en 1919 todo mundo lloró a Zapata, y en 1923 la visitó uno de sus soldados, Margarito, para contarle que el caudillo enterró un baúl de dinero en el cerro del Cantón, y al concluir la maniobra les preguntó a él y a los otros ayudantes: ¿Quién quiere cuidarlo? Uno que andaba medio ebrio contestó: ‘¡Yo!’, y ahí mismo lo ajustició el general, para que cuidara el tesoro.”

Víctor Neri de Cortés ingresó a la lucha en agosto de 1912 y llegó a capitán primero de caballería. En 1944 recibió la condecoración al Mérito Revolucionario de la Secretaría de la Defensa Nacional, y hace 25 años –cuando tenía 89– murió en la pobreza extrema. Su viuda, Constancia Reyes García, tiene 105 años, radica en Tepalcingo con sus nietos, bisnietos y tataranietos, y aún espera vivir dignamente.

El capitán segundo Román Pliego García murió en 1984. Su viuda era Venancia Valero Martínez, quien falleció a finales de agosto pasado, a los 102 años. Ya estaba muy enferma, pero ver la foto del veterano la reanimó días antes, y como pudo se incorporó en su camastro, se alisó el pelo y musitó con una sonrisa: Mi marido peleó en la Revolución y obtuvo la condecoración al Mérito Revolucionario, pero justicia... nunca, jamás.