Opinión
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Raúl Vera, el pastor de las controversias
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l 7 de noviembre, Raúl Vera, obispo de Saltillo, recibió el premio Rafto 2010, por su destacada actuación en la defensa de los derechos humanos y la justicia social en México. Monseñor Vera fue galardonado por la prestigiada fundación noruega Rafto, porque es un crítico del abuso del poder y un defensor valiente de los inmigrantes, los pueblos indígenas y otros grupos en peligro. Raúl Vera, a lo largo de su trayectoria, se ha atrevido a cuestionar con firmeza a las autoridades y a defender los derechos humanos de grupos más vulnerables. No es un personaje que calcula sus reproches y cuestionamientos a gobiernos, no hace mucho calificó de dictador a Felipe Calderón por no reconocer la amalgama de complicidades entre la delincuencia organizada y el Estado mexicano. Sus posturas han llegado a chocar con muchos obispos, como fue el caso de la condena a los matrimonios gays y a la condición homosexual; allí Vera llamó a quitar prejuicios y no actuar como fariseos, se refirió a quienes consideran que aquellos que tienen una orientación diferente a la heterosexual son incapaces de realizar aportes a la sociedad, por ejemplo como padres o madres de familia, sin necesidad de aparentar lo que no son. La diócesis de Saltillo es una de las pocas que tiene un trabajo pastoral con este sector, apoya a la comunidad de San Elredo, que promueve los derechos humanos de homosexuales y lesbianas.

Raúl Vera goza del reconocimiento, no sólo de parcelas progresistas de la sociedad, sino aun por conservadores que, sin estar de acuerdo con sus posturas, lo toma en cuenta. Es uno de los pocos obispos respetados por diferentes sectores de la clase política, desde el gobernador Humberto Moreira –quien ya lo postula para el Premio Nobel y admite que a veces le jala las orejas– hasta Andrés Manuel López Obrador –quien lo declara el mejor obispo en México.

La fórmula de monseñor Vera es sencilla, es una persona honesta y congruente. Vive el evangelio con todas sus exigencias y sabe trasmitir con fervor su fe. En su casa no tiene piscinas ni gimnasios, no aparece en las revistas sociales en banquetes junto a los acaudalados ni tiene órdenes de aprehensión por millonarios fraudes. Es un pastor coherente. Él mismo se define obispo controvertido, defensor perseverante de los derechos humanos: indígenas, mujeres, mineros, campesinos, migrantes, homosexuales. Crítico de los gobiernos panistas y del uso de la violencia indiscriminada de las fuerzas armadas en la lucha contra el crimen organizado.

Vera es uno de los pocos herederos de aquella mítica generación de obispos y pastores profundamente comprometidos con los pobres y en la defensa de los derechos humanos que en las décadas de 1960 y 70 enfrentaron en diversos países de América Latina la represión de los autoritarismos militares. Aún se recuerda a personajes como Helder Cámara, de Brasil, y Óscar Romero, de El Salvador. Mientras esta generación de prelados maduraba en la Conferencia de Medellín, Colombia, en 1968, el joven estudiante de la Facultad de Ingeniería en la UNAM Raúl Vera vivió en carne propia el movimiento estudiantil en México. Vera tiene notorias diferencias con el resto de los obispos mexicanos; mientras la mayoría de los prelados ingresan al seminario siendo casi niños, entre los 11 y 14 años en promedio, casi 70 por ciento, Raúl Vera ingresa a la orden de los dominicos con 23. El obispo de Saltillo es uno de los poquísimos prelados que ha cursado su carrera en una universidad pública y secular; recordemos que la mayoría de los obispos ha adquirido su formación en instituciones intraeclesiásticas, por cierto casi 40 por ciento de los prelados ha pasado por la pontificia universidad gregoriana situada en Roma, Italia. Estos datos, para algunos intrascendentes, revelan la mayor sensibilidad social de Vera, así como la mayor capacidad de interlocución secular que posee el obispo. “L’Église, c’est un monde”, diría Emile Poulat, mi viejo profesor de sociología de la religión, porque muchos obispos no conocen otro.

Monseñor Vera es designado en 1995 obispo coadjutor en la diócesis de San Cristóbal de las Casas, en pleno levantamiento zapatista, el entonces nuncio Prigione lo coloca allí para neutralizar y contrarrestar la labor de Samuel Ruiz. Vera sorprende a la opinión pública porque no sólo hace propios los compromisos de la diócesis, sino radicaliza su opción pastoral por los indígenas ante el estupor de los sectores conservadores de la Iglesia mexicana y del propio gobierno mexicano. De ahí que ante el retiro de Samuel Ruiz, el Vaticano no lo confirme como sucesor en la diócesis y lo nombra obispo de Saltillo, en 1999. En Bergen, Noruega, en su mensaje de agradecimiento por el premio, Raúl Vera López expresó: A través de mi labor pastoral, en colaboración con grupos de defensores de los derechos humanos, me ha tocado ser testigo de cómo impunemente se atenta contra la dignidad de la persona, en diversos ámbitos y distintas áreas geográficas de México... La impunidad es la característica actual de la administración de justicia en México; aun en los casos aparentemente resueltos para quienes piden justicia, no existe reparación del daño, ni cumplimiento de sentencias o recomendaciones internacionales, ni castigo para los violadores de los derechos humanos dentro del Estado. La Fundación Rafto se pudo haber equivocado en haber elegido a la persona no adecuada para su Premio 2010, pero no se equivocó en elegir a México para hacer denunciar ante la comunidad internacional la terrible situación de violaciones sistemáticas a los derechos humanos de parte del gobierno contra hombres y mujeres ciudadanas de nuestro país. Felicidades.