Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de octubre de 2010 Num: 815

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El último cierre
FEBRONIO ZATARAIN

18avo día o El nuevo
orden de cosas

KATERINA ANGUELAKI-ROUK

Mitos y realidades
de la masonería

ADRIANA CORTÉS KOLOFFON entrevista con MA. RUGENIA VÁZQUEZ SEMADENI

Antonio Plaza, un poeta descastado
LEANDRO ARELLANO

Bertrand Russell, el caballero de la lógica
MARIO MAROTTI

Russell epistológrafo
RICARDO BADA

Alianzas para la gobernabilidad
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

Dramafilia
MIGUEL ÁNGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Alonso Arreola
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Sonidos de Berlín (II Y ÚLTIMA)

El primer concierto de la Orquesta Filarmónica de Berlín ocurrió el 17 de octubre de 1882; sin embargo, la gestación del ensamble se dio años antes, cuando los miembros de la Former Bilse Orchestra, fundada por el entonces popular director Benjamin Bilse, se sublevó en busca de mejores salarios, convirtiéndose en un grupo más o menos itinerante. Tras encontrar sede permanente –remodelada en 1888 por el arquitecto Franz von Schwechten–, los músicos eligieron libremente a su primer director artístico, Hans von Bülow. Desde entonces han pasado casi trece décadas y numerosos invitados y conductores, lo que transformó a ese grupo de inconformes en uno de los más respetados del planeta. Asimismo, pasaron dos guerras mundiales y la destrucción de su edificio, lo que derivó en el levantamiento de la célebre Berliner Philharmoniker, impresionante complejo pentagonal diseñado por Hans Scharoun y cuya construcción coincidiera con la del terrible Muro de la Guerra fría.

Dirigida actualmente por Sir Simon Rattle, los más reconocidos capitanes de la orquesta fueron Sergiu Celibidache, de 1945 a 1952, y Herbert von Karajan, de 1954 a 1989, el año de su muerte. Polémica, asociada al régimen nazi por el misterioso comportamiento del desgarbado director Wilhelm Furtwängler (a quien se le dedicara la reciente película Réquiem por un imperio), la Filarmónica de Berlín ha echado raíces en lo más profundo de la cultura musical, sonando lo mismo en el filme 2001: odisea del espacio que en algún álbum de los rockeros Scorpions, por no enlistar los cientos de grabaciones clásicas en las que destacan, por supuesto, altas exhibiciones de Bach, Beethoven y Wagner.


Pierre Boulez

Erigido con tres pentágonos que representan la terna “espacio-música-hombre”, el edificio de esta filarmónica ofrece una de las mejores acústicas –cuidada hasta en la elección de las telas y maderas de sus butacas–, así como una cálida intimidad. Con los músicos situados al centro (diseño que luego copiarían la Ópera de Sydney, el Renzo Piano’s Parco della Musica de Roma, el Suntory Hall de Tokio y la Sala Nezahualcóyotl de México), la altura y forma de su techo (26 mil metros cúbicos), así como los paneles móviles y estructuras piramidales que lo completan, regalan una visión plagada de líneas rectas cuyo laborioso entramado otorga, finalmente, un aspecto orgánico y atemporal. Las 5 mil 431 pipas de su órgano contribuyen a ello, tanto como los elementos del foyer que nos recibe a la entrada: el piso de piedra pulida, las paredes de cristal multicolor de Alexander Camaro y la escultura Triada, de Bernhard Heiliger. Es ahí, precisamente, donde se instalan algunas mesas altas y barras con champaña y vino, así como fotografías de los intérpretes de la orquesta. Su ambiente es refinado, claro, pero jamás denso. Aunque se siente el protocolo, también es perceptible un aire de costumbre que adelgaza su solemnidad. Hoy, por ejemplo, sábado 18 de septiembre de 2010, el Musik Fest de la Berliner Philharmoniker presenta un programa homenaje a Stravinsky con la dirección de Pierre Boulez. Sonarán …explosante-fixe…, del propio Boulez, y Le Rossignol, de Stravinsky.

Para la primera, compuesta y aparecida tras la muerte de Stravinsky en 1971 (Canons and Epitaphs – In Memoriam Igor Stravinsky), varias veces reformada por Boulez, toman el escenario un ensamble reducido de cuerdas, alientos y cantantes, así como tres flautas, una de ellas eje principal para el trabajo de programaciones que en vivo realizan miembros del IRCAM (Institut de Recherche et Coordination Acoustique/Musique) de París. Para la segunda se suman la orquesta y el coro completos. Ambas estremecen por su fuerza e innovación, por su complejidad y elevada interpretación. Ambas son conducidas con elegancia y serenidad por Boulez, a quien la audiencia homenajea al final haciéndolo salir en tres ocasiones. Eso sí, pese a la magnanimidad de El ruiseñor y su abigarrada experimentación, si con algo nos quedamos es con las dinámicas e interludios electrónicos logrados en …explosante-fixe…, ésos sobre los cuales Boulez dijera en una ocasión: “La cualidad gestual de un instrumentista es absolutamente necesaria, pero lo que me interesa de los elementos electrónicos en vivo es la interacción entre los músicos y la tecnología, la transformación de ese gesto a través de procesos no gestuales.” Lo que impresiona sobremanera, conmoviendo al pensamiento, a su poca capacidad de “seguimiento” frente a una partitura heterodoxa que se recrea a sí misma de formas siempre distintas. En conclusión, una pieza que cualquier melómano debe escuchar, y mejor aún si sucede en un espacio como éste.