Opinión
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Cien goyas con música
E

n estos días, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) realiza numerosas actividades académicas y culturales para celebrar el primer centenario de su existencia. Tales actividades tuvieron como punto culminante, venturosamente, un concierto sinfónico, realizado a última hora del día preciso de la efeméride, 22 de septiembre de 2010.

No deja de ser materia de reflexión el que la fecha haya coincidido prácticamente con la celebración del 71 aniversario de la fundación del Partido Acción Nacional, un partido retrógrada, dogmático, confesional, hipócrita, excluyente y decimonónico que se encuentra en el polo opuesto de todo lo que representa la UNAM.

El programa musical de la conmemoración, protagonizado por la Orquesta Filarmónica de la UNAM, estuvo conformado en su totalidad por música mexicana, incluyendo el ubicuo Huapango, y representó además la última actuación del galés Alun Francis como director artístico del conjunto sinfónico universitario. Puede decirse que tocar el Himno Nacional Mexicano en una ocasión como ésta, y como parte integral del programa musical, tiene una cierta lógica, a diferencia de otras instancias en las que se está volviendo costumbre tocarlo a diestra y siniestra y a la menor provocación, abaratándolo y haciéndole perder su significado.

Después, dos breves piezas emblemáticas, cada una a su manera, de un concepto tácito de mexicanidad: la Marcha Zacatecas, de Genaro Codina, y el vals Dios nunca muere, de Macedonio Alcalá. En efecto, no es difícil percibir un sentido de identidad nacional en esta marcha y este vals, identidad que está impresa un poco en el contenido musical de ambas piezas y otro poco en la carga simbólica que el paso del tiempo les ha asignado. Los arreglos sinfónicos a estas piezas de Zacatecas y Oaxaca, correctos, pero un tanto tibios; esta audición de ambas reafirma el hecho de que en circunstancias ideales, deben ser interpretadas por una banda.

En el centro del concierto y de la celebración, el estreno absoluto de la Sinfonía No. 4, Conmemorativa, de Federico Ibarra. Encargada ex profeso para la ocasión, la obra representa una importante adición al catálogo sinfónico más importante de un compositor mexicano vivo. En el plan general de su sinfonía, Ibarra alude a una tradicional estructura en cuatro movimientos, aunque tratada de una manera muy personal; prueba de ello, por ejemplo, el diseño seccional y de variada expresión de su primer movimiento.

A lo largo de esta Sinfonía Conmemorativa es posible percibir con claridad el poderoso dominio de Ibarra sobre su materia sonora y, de modo particular, una orquestación sólida y eficaz que da lugar a una variada paleta tímbrica.

En varias ocasiones he mencionado los hilos conductores que recorren la música de Federico Ibarra, hilos que tejen un entramado de continuidad y unidad de estilo muy interesante; la Cuarta sinfonía no es la excepción, y en ella es posible detectar, sobre todo en las primeras páginas del primer movimiento y algunos momentos del último, claros puntos de contacto, gestos compartidos y motivos análogos con otra de sus obras destacadas, la Sinfonía No. 2, Las antesalas del sueño.

Además, Ibarra ha resuelto con tino la amalgama y el balance del coro y la orquesta en el cuarto movimiento de su Sinfonía Conmemorativa (basado en un texto de Justo Sierra), ahí donde otras obras mexicanas recientes han padecido la obnubilación de sus partes vocales ante la avalancha de una densa orquestación. Antes, en el tercer movimiento, el compositor propone un fugaz y bien logrado episodio en el que el coro cita, a bocca chiusa, el más famoso himno estudiantil de la historia, el emblemático Gaudeamus igitur.

En suma, una obra muy bien lograda que habla claramente de la madurez, seguridad y dominio del oficio de Ibarra. Mala señal, entonces, que el frenesí mediático de esa noche en la Sala Nezahualcóyotl haya sido dirigido desvergonzadamente hacia impresentables gobernadores engominados y lideresas partidistas traidoras y acomodaticias, y no hacia la figura de Federico Ibarra, buen universitario, buen compositor y buen maestro. Siguen siendo ésas, lamentablemente, nuestras prioridades.