Opinión
Ver día anteriorSábado 25 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El traidor que necesitamos
H

oy resulta difícil ser optimista, luego de tres décadas de retroceso prácticamente en todos los campos de la vida cotidiana (trátese de la educación, de servicios médicos, de empleo o de seguridad pública, para señalar sólo unos cuantos casos) y sabiendo que difícilmente podemos aspirar a un cambio, cuando los medios de comunicación y el sistema político mismo construyen mitos en torno de personajes que se antojan irrelevantes, cuando son francamente incapaces para sacar al país del pantano en el que nos encontramos, y que de llegar al poder en 2012, no significarían cambio alguno respecto de lo que hemos venido viviendo y padeciendo.

Estando conscientes de que el empantanamiento económico que padecemos, que es ya crónico, está generando rápidamente toda clase de problemas sociales, algunos con características inéditas cada vez más graves, incluso con niveles de ingobernabilidad en diferente regiones del país, quizás tenga sentido buscar en la historia reciente el caso de naciones que pudieron superar sus crisis, con el propósito de identificar en ellas los elementos que lo hicieron posible.

Para mí una de ellas está en Sudáfrica, que en la década de los 90 parecía encaminarse a la debacle de una guerra civil, que hubiese costado muchísimas vidas y que en modo alguno les hubiese llevado a resolver sus problemas de origen. La otra podría ser Estados Unidos, que en la segunda década del siglo XX se vio sacudida por toda una serie de problemas políticos, de seguridad pública y una grave crisis económica conocida como Gran Depresión, que dejó a millones de trabajadores sin empleo, y que como la nuestra, se generó en gran parte a partir de los desequilibrios producidos por la especulación y los excesos propios del modelo capitalista.

En nuestro caso, la adopción de este modelo en una de sus versiones más primitivas, a partir de la década de los 80, substituyó el esquema de planeación económica dirigido por el Estado, por otro en el que supuestamente las leyes de la oferta y la demanda lo harían todo. A ello se sumó pronto la liberación del mercado mexicano para las empresas estadunidenses, supuestamente para lograr una reducción de los precios al consumidor, pero que tenía como riesgo la destrucción de los sistemas productivos nacionales, ante su incapacidad de competir en precios y calidad con los productos extranjeros, sin que el gobierno hiciera mayor cosa por proteger esa planta productiva, mediante apoyos, estímulos y créditos en condiciones comparables a los existentes en otras naciones.

La imposición del modelo, tuvo las consecuencias previsibles: miles de empresas destruidas, despido masivo de trabajadores y la rápida acumulación de capitales en un número reducido de familias. Al principio todo parecía ir bien para muchos, por la reducción de los precios ante la llegada de productos extranjeros, después los despidos empezaron a generar pobreza y con ello la capacidad de compra de productos y servicios se comenzó a reducir sustancialmente, los médicos vieron la reducción de su clientela, las escuelas particulares el decrecimiento de sus matrículas, y las empresas la caída de sus ventas. Después empezaron a darse los problemas de inseguridad, al grado de que muchos de los que habían hecho grandes negocios, comenzaron a ser víctimas de la violencia, o tuvieron que salir huyendo del país, ante los riegos de serlo.

No dudo que hoy en día, las ambiciones desmedidas sigan siendo una realidad entre la clase gobernante y algunos grandes empresarios, sobre todo los que son directivos de los bancos y las grandes empresas estadunidenses y españolas, que ven a México más como un botín que como una nación; sin embargo, considero que cada día existe un número mayor de empresarios y personas con altos niveles de ingresos que piensan que el país necesita un cambio serio de rumbo y de modelo económico, y que están dispuestos a participar en una estrategia que conduzca al país a recuperar su grandeza.

En la experiencia de Estados Unidos durante el periodo de 1924 a 1933 sucedió algo bastante parecido a lo que estamos viviendo. Eran los tiempos de los gánsteres y la prohibición del alcohol; del mayor florecimiento del Ku-Klux-Klan; del odio de los blancos a los negros y de los protestantes a los católicos y los judíos; del resentimiento de los desempleados y marginados contra una nueva generación de magnates, cuyas ambiciones no tenían límites, tiempos también en que granjeros y campesinos abandonaban sus tierras para migrar a las ciudades ante la falta de apoyos. La depresión económica mandó a muchos miles más de trabajadores a la calle, y las esperanzas de riquezas y bienestar terminaron en el bote de la basura.

El presidente Roosevelt asumió la presidencia en 1932, identificado con la aristocracia y las familias más ricas de Nueva York, pero pronto tomó la decisión de hacer a un lado las ideas del libre mercado y del capitalismo, para imponer otras, en las que el Estado asumía el control de la economía, creando fuentes de empleo con la construcción de obras de infraestructura y eliminando los privilegios que por años habían disfrutado los industriales y financieros con mayores recursos. Con la construcción de carreteras, presas, centrales hidroeléctricas, escuelas y centros de investigación, y con una visión de gobierno decidido a revitalizar las zonas rurales, Roosevelt emprendió la construcción de un país nuevo y diferente, que terminó convirtiéndose en una gran potencia mundial.

No pretendo hacer aquí una apología en torno a lo que ha llegado a ser uno de los imperios más belicosos y con mayor capacidad destructiva de la historia, pero sí reflexionar en torno de un proceso de cambio similar al que hoy necesita nuestro país. El presidente Roosevelt le dio una lección al mundo que nos es desconocida. En su tiempo fue acusado de traidor por los voceros de las industrias, los círculos financieros y aun por un amplio sector de la sociedad estadunidense, al igual que lo fue Nelson Mandela en Sudáfrica 70 años después por muchos de los que lo llevaron a la presidencia, por negarse a seguir las mezquindades de las ideas prevalecientes, pero la historia termino dándoles la razón a ambos.

En un siguiente artículo pretendo resumir algunas de las reformas y cambios más importantes que Roosevelt impulsó para terminar con la crisis a la que he hecho referencia.