Opinión
Ver día anteriorJueves 23 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los insensatos
E

nmarcada en los festejos de centenario y bicentenario y a propósito de las efemérides, Los insensatos de David Olguín aparece como una cruel y delirante metáfora de lo que es nuestra nación: ¿Qué país es éste? ¿Qué le pasó? preguntan los insensatos en un arranque de lucidez cuando pueden otear el futuro y ver en qué ha sido convertido. El dramaturgo, que también dirige, aprovecha el centenario de la inauguración del hospital psiquiátrico –hoy desaparecido– que durante muchos años fue conocido como La Castañeda para elaborar un texto en que realidad y delirio se confunden y borran sus límites al contar la historia de estos pacientes atrincherados y sin querer nada de los demás en el área de constricción del hospital al que ellos llaman El territorio libre de la Castañeda como un guiño a recientes historias revolucionarias. Los personajes han perdido su nombre y se reconocen con apodos, como símbolo del abandono en que se encuentran y la despersonalización a que su enfermedad los ha llevado.

Como es habitual en el dramaturgo, su texto juega con matices populares y citas cultas. La idea de Amuleto, el actor demente, de hacer teatro en el manicomio nos remite a Peter Weiss, y la manera de llevarlo a cabo recuerda a Edgar Alan Poe, como si el texto de Marat-Sade hubiera acogido El método del doctor Tarr y el profesor Fether, aunque Olguín no insiste en esto. Una gran virtud, entre otras, de la obra consiste en que, en medio de esa vorágine de imágenes contaminadas, el lugar común es cuidadosamente evitado, como sería la aparición de la calavera en la escena eco de los sepultureros de Hamlet y a la que, gracias a los dioses y al refinamiento de Olguín, nadie le susurra : Pobre Yorik y en la que La nave de los locos se ha permutado en esa tina con piedras que se van colocando y sacando en una tarea absurda. En la primera parte, el delirio es sólo de Amuleto a quien se le aparece la difunta Ofelia en cada uno de sus ataques, pero después ese delirio se hace extensivo a toda la escena, tras que los insensatos se bajan de la nave-tina en la segunda parte, con Cordero Pérez y Pérez, el escribiente a quien han secuestrado para que escriba cartas a sus familiares, inmerso totalmente en la historia, partícipe de los desvaríos de sus secuestradores, pero capaz de acompañar a Amuleto como su confidente.

Este paréntesis onírico, en que tanto Amuleto como Ofelia dan sus datos como lo harían ante alguna autoridad, se rompe para regresar a la realidad de La Castañeda, en donde la vorágine ya no es interior, sino que se presenta con la brutalidad de la violencia para cerrar la metáfora propuesta, en que el eje deja de ser la historia amorosa del actor y su difunta mujer, sino que se corre hacia el perpetrador del desaguisado antes del sorpresivo final.

Gabriel Pascal creó una sobria escenografía de paredes encaladas, con una puerta corrediza que da a la escalera y que es utilizada por el director para un trazo de gran amplitud, que no omite algún momento en la parte superior de la pared. Tanto las argollas empotradas en uno de los muros como la tina de la segunda parte cooperan para la acción escénica, con el diseño sonoro de Rodrigo Espinosa que los insensatos utilizan para palmear y recitar un agresivo texto que es conducido por Macabrillo, el que ya figura como oponente al liderazgo de Amuleto, quien se sueña noble y al que todos respetan. Los actores encarnan con gran destreza a personajes que podrían devenir en símbolos. Rodrigo Espinosa es Amuleto, el artista demente y finalmente derrotado, mientras Rodolfo Guerrero es un Macabrillo cuya ferocidad se deja ver antes, pero aparece en un final de gran guiñol a que la historia y nuestra realidad actual no son ajenas, y Humberto Solórzano encarna a Cordero Pérez y Pérez, quien vendría a ser el letrado republicano. José Concepción Macías es Cruz Cruz, torpe y utilizable personaje que seguirá al más fuerte, Ramón Barragán es el homosexual repudiado por la sociedad y por sus padres, Luis Mora es el inocente Pajarito, Maricela Peñalosa es la fantasmal suicida Ofelia y Raúl Espinosa Faessel es Sean, el extranjero autista que todo lo contempla con su bobalicona sonrisa.