Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de agosto de 2010 Num: 807

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Vamos a matarnos
ALEJANDRO ACEVEDO

Visiones de Teotihuacan
ESTHER ANDRADI

Vicente Leñero y la pasión por la forma
ANDRÉS VELA

Propaganda vs. publicidad
LUIS ENRIQUE FLORES

La novel narrativa argentina
JUAN MANUEL GARCÍA

La fuerza de lo visual
LAURA GARCÍA entrevista con MARGARITA GARCÍA ROBAYO

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Foto: David Lozano

Visiones de Teotihuacan

Esther Andradi

I

En Berlín acaba de inaugurarse la mega exposición Teotihuacan, la misteriosa ciudad de las pirámides. Llegan a Europa por primera vez más de 450 objetos extraordinarios recuperados en las excavaciones, una muestra del arte, la religión y la vida cotidiana de las culturas de esta ciudad enigmática. Detalles de la arquitectura grabados en la piedra, la filigrana de vasijas milenarias y también fragmentos de los murales cuyos colores luminosos sobrevivieron el paso del tiempo, según reza el folleto. Hace seis meses estuve en Teotihuacan y un guía me mostró el origen de esos colores orgánicos, antes que la anilina alemana homogeneizara la paleta del mundo. Me contó de la cochinilla, el insecto que da el carmín, y de los traficantes que vienen a robar la hembra para conseguir muchos “rojos”; de los secretos del amarillo encerrados en raíces, del azul de las piedras.

II

Antes de ingresar propiamente a la exposición berlinesa, varias fotos históricas registran el comienzo de las excavaciones arqueológicas. En una de ellas, de 1910, se ve a Venustiano Carranza en Teotihuacan, a caballo, junto a un grupo de soldados. Me impresiona ese gesto del general, posicionado sobre la grandeza del pasado. ¿Qué habrá visto entonces? ¿Qué relación con esa memoria, tan magnífica como oculta? ¿Qué horizonte más abierto e ignorado?

III

“Ahora las ves desde la ruta”, me dice Ángeles, que me lleva a Teotihuacan ese domingo junto a sus hijas Aura y Alia. Emergen en medio de la planicie arbolada, gigantescas, las pirámides. Hay que imaginar lo que debe haber sido esta ciudad hace dos mil años, cuando en sus mejores momentos llegó a tener más de ciento cincuenta mil habitantes. Y pensar que el público hoy día accede apenas a una décima parte de ese conjunto.

Los conquistadores hablaron en sus crónicas de las Pirámides del Sol y la Luna. Pero el trabajo de la arqueología iluminó un sofisticado sistema subterráneo de canales de riego, y entonces se supo que antes que al Sol, los antiguos veneraron el agua y su capacidad fertilizadora. Germinal. Como todas las culturas, también las que construyeron Teotihuacan se asentaron sobre el agua.

IV

–¿Vas a ir el domingo a las Pirámides? ¡Estás loca! Te van a aplastar: el domingo todo el mundo va a Teotihuacan– me advirtieron.

Estamos al pie de la Pirámide del Sol. Pánico al ver a la multitud que va y viene, serpenteando por los trescientos sesenta y cinco escalones. Subir o no subir, la pregunta no llega a formularse, porque Aura y Alia, ya instaladas en las escalinatas con el impulso que ofrecen sus ágiles piernas, nos increpan:

–¿No van a subir?

–Y entonces, ¿para qué vinieron?

Subiremos, qué duda cabe.

Pero en este preciso momento los guardias comienzan a organizar a la multitud, porque la gente ha seguido llegando este domingo de otoño y ya son muchos, demasiados, los que desean ascender los casi sesenta y cuatro metros de altura de la pirámide.

–Los que van a subir ¡a la fila!

No voy a describir ahora el terror que me asalta. Pánico a terminar convertida en bicho bolita bajo los zapatos de la multitud, rodando, despeñándome.

Pero ya no hay vuelta atrás.

V

Comenzamos el ascenso. No hay espacio. ¡Somos tantos! No puedo estallar. No me atrevo a mirar hacia los costados. Prefiero concentrarme en mis pies y dejarme llevar. La multitud se encarga de ello. Visto así, parecería una exageración. Y sin embargo soy mis pies, la piedra en la que se apoyan, el aire que me rodea. Soy mi andar. La presencia de los demás es una forma de la respiración. Del equilibrio. ¿Quiénes respiramos? ¿Quiénes ascendemos? Soy parte de un cuerpo gigantesco. Mi pánico se disuelve en la serpiente emperifollada, esa misma que formamos quienes subimos. Mi cuerpo es un cuerpo que se enlaza con otros cuerpos. Soy un fragmento de esa unidad que me trasciende, soy este movimiento que me hace avanzar por las escalinatas, al mismo tiempo que me cuida. Ya llegamos al primer descanso, pero no quiero detenerme ahora, prefiero seguir con todos, no puedo desprenderme. Ni mirar hacia abajo ni a ninguna parte. Soy este presente irreversible, este instante mismo, este segundo. No hay pasado ni futuro. Sólo este ahora.

VI

Los escalones de este segundo trecho son empinados. Gateo. Gateamos todos. Escalando la pirámide mientras quema el sol somos un jaguar. O una iguana. Ya no veo, ya no oigo, ya no pienso sino con todos. Soy toda ojos, toda oídos, todo pensamiento. Y sin embargo los cuerpos no se tocan. Articulados unos con otros, juntos pero no mezclados, cada uno en su individualidad y su función. Una articulación invisible, una cuerda que engarza y sostiene el paso necesario. Ni tan brusco ni tan rápido, ni tan lento ni tan suave. Es el paso que es, el que debe ser. Una coreografía. Como el vuelo de los gansos dibujando figuras en el cielo. Danza la vieja, la niña y la embarazada, danza el bebé sobre los hombros danzantes de su padre en el ascenso. Suspiros. Risas. Exclamaciones. Somos ese soplo alcanzando la cumbre. Y no me doy cuenta de ello, sino cuando Alia y Aura me preguntan por su madre, que dónde está. Entonces vuelvo a mí.

Trepo las rocas hasta llegar al centro de la pirámide donde dicen que se carga energía. Pongo el dedo en el enchufe, miro hacia arriba a través del estrechísimo agujero de luz que me dejan tantas cabezas, y veo entonces las manos, infinitas manos alzadas hacia el Sol.

VII

La sabiduría de la multitud. ¿La hemos olvidado? ¿La hemos perdido? ¿La tuvimos alguna vez? Somos pasajeros de este mundo ascendiendo la pirámide, haciendo el camino que no debimos olvidar nunca.

Me curé del pánico a la multitud entre la gente. La gente me curó sin saber que me curaba. Estoy exultante en Teotihuacan.

VIII

¿Cuántos siglos más necesita esta civilización nuestra para entender lo que las piedras saben? Los aztecas lo intuyeron. Por algo le llamaron Teotihuacan: el lugar donde las gentes devienen dioses. Debe ser así nomás. Porque ese día, una multitud de dioses me transportó por encima de mis miedos hasta la cumbre. Aunque tuvieran todo el aspecto de turistas disfrutando un domingo cualquiera.