Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de julio de 2010 Num: 800

Portada

Presentación

“El resto es silencio”
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Un gato de trapo para Carlos
RICARDO YÁÑEZ

Días de guardar con Carlos Monsiváis
MIGUEL HUEZO MIXCO

Respiren aliviados los malditos
JORGE MOCH

1966, el año cero de Carlos Monsiváis
HERMANN BELLINGHAUSEN

Carlos Monsiváis: conciencia y compromiso
JESÚS RAMÍREZ CUEVAS

Sobre Pedro Infante....
ENRIQUETA CABRERA entrevista con CARLOS MONSIVÁIS

Querido Carlos
LUCINDA RUÍZ

Famas póstumas de Carlos Monsiváis
MARGARITA PEÑA

Melancolía de las conversaciones pendientes
ALEJANDRO BRITO

Columnas:
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
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José Emilio Pacheco, cuentista (II Y ÚLTIMA)

Salvo que se pretenda ver en la paulatina simplificación estilística de Pacheco un proceso semejante al del viejo Borges, debe recordarse qué importante es el prosaísmo poeticista de William Carlos Williams en la mentalidad literaria del polígrafo mexicano. Así, El principio del placer, aunque menos misterioso que El viento distante, es el volumen más contundente y perfeccionado de los tres cuentarios de su autor.

La sangre de Medusa, en lo moderadamente exacto de su carácter inaugural, propone una obertura de los gustos temáticos que Pacheco elabora en el cuento: la referencia culta que no parece serlo, la restitución verbal de ambientes y hechos del pasado, la connotación trágica en todo destino humano, la mediocridad que se salva por medio de la perseverancia, la paciencia o la destrucción del otro, las historias paralelas que –faulkneriana y cortazarianamente– se explican mutuamente, la peripecia final y la sorpresa; sobre todo, un dejo pesimista y moral que se asoma en cada cuento, independientemente de su tema y su estructura, lo que hace de Pacheco una suerte de Marcial o Juvenal contemporáneo.

El viento distante es el mejor caldo de cultivo de su autor. Por un lado, a través de otro epígrafe, esta vez de Denis Donoghue, define su percepción del mundo de la infancia, área inexplorada en el libro anterior, y cuyo valor alcanza a obras como El principio del placer y Las batallas en el desierto: Chilhood is miserable because every evil is still ahead (el epígrafe es, incluso, irónico: para Pacheco, la maldad no sólo está acechando después de la infancia, sino que ésta queda sometida, de hecho, al poder absoluto del mundo de los adultos; esto significa que la infancia, la pubertad y la adolescencia no son ninguna edad dorada). Por el otro, los catorce textos del libro alcanzan las primicias del tono pachequiano y maduran lo que el libro anterior prometía.

El principio del placer, dedicado a Juan Rulfo, reúne seis cuentos en los que prevalece la inclinación fantástica, independientemente de que sus alegorías amplifiquen un elemento mínimo y lo proyecten hacia dimensiones macrocósmicas. El único cuento que cabe dentro de lo que se puede llamar realismo es “La zarpa”, que retoma la fugacidad de las cosas a través de la envidia que una mujer pobre y fea, Zenobia, le tiene a una rica y bonita, Rosalba. La solución es interesante: el texto se produce a través de la confesión que Zenobia hace en una iglesia, y por ella sabemos que la vejez iguala todas las condiciones. El tono es mucho más maduro y certero respecto a otros parecidos en El viento distante, pero no es, por cierto, el mejor de la colección a la que pertenece. Sin embargo, confirma una idea constante en los textos de corte realista de Pacheco: desaparecido el mundo heroico, en el que las tragedias y las aventuras o desventuras ocurrían en un plano superlativo y trascendente, el mundo contemporáneo descubre su fragilidad en los pequeños contratiempos domésticos, en las antiheroicidades familiares, en la mezquindad. Para decirlo de otra manera, “La zarpa” muestra que la aldea global contemporánea ha obtenido para la humanidad una conquista democrática que se traduce en el resplandor de la aurea mediocritas.

Tema con variaciones puede ser el subtítulo para la mayoría de los cuentos del libro. El tema (o sus rasgos) lo enuncié en el párrafo previo; las variaciones conducen a calidades y tensiones diversas. Como en toda buena sonata o sinfonía, las secciones ayudan a integrar la obra extensa: cada cuento forma parte de una comunidad polifónica, la parte se integra armoniosamente en el todo y, entonces, casi magia, el libro muestra sus intenciones y posibilidades más profundas: la de revelar, a través de fragmentos, zonas sensibles de la realidad, pues cada cuento se vuelve un aleph totalizador a fuerza de ser rendija abierta a lo inmensurable, alusión frente a lo expreso, poema desde la prosa.

Los cuentos de Pacheco representan el progreso de muchos artistas: el proyecto de una obra inaugural, plena de alusiones a otros autores; la búsqueda de una voz propia combinada con elementos experimentales y de vanguardia personal; la consolidación de un proyecto narrativo y la configuración de una voz propia. Lo extraordinario del caso es que Pacheco, después de publicar su primera novela, dio a la imprenta su mejor libro de cuentos y después, salvo Las batallas en el desierto, no ha vuelto a publicar obra narrativa.

Después de un camino de casi tres lustros, José Emilio Pacheco llegó a escribir, tras dos memorables tentativas, su mejor libro de cuentos: El principio del placer. Luego sobrevino en él un largo silencio narrativo hasta la publicación de Las batallas…; después, otro silencio. Ahora él se dedica preferentemente a la poesía. Ojalá que, después del justo homenaje que ha recibido con el Premio Cervantes, sorprenda a sus lectores con un nuevo cuentario.