Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de febrero de 2010 Num: 782

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Amor indocumentado
FEBRONIO ZATARAIN

Nocturnos
DIMITRIS PAPADITSAS

Pulsos vs. determinaciones
JORGE VARGAS BOHÓRQUEZ

Chile: crónica desde los márgenes accidentados
ROSSANA CASSIGOLI

Escribir con zapatos
ANA GARCÍA BERGUA

Incansables ochenta años
ADRIANA CORTÉS entrevista con MARGO GLANTZ

Teolinca Escobedo: arte y corazón
AMALIA RIVERA

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
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Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

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Lenguaje, egoísmo y felicidad

EL IDIOMA DE LOS SIMIOS

Los chimpancés han existido en su estado actual por unos 30 millones de años y, aunque parecen contar con la estructura biológica y un control sobre el rango de sonidos similar al humano, aún no han pronunciado una sola palabra. Esto es inquietante, ya que el habla es una de las herramientas sociales más poderosas y hubiera sido lógico que los simios evolucionaran un lenguaje. No podemos asegurar que los monos no tengan un idioma que desconocemos, pero los experimentos para descifrar ese lenguaje no han rendido frutos demasiado promisorios y los diseñados para enseñarles a hablar han fracasado. Es claro que pueden expresar ideas como “representaciones vocales de estados mentales internos”, de acuerdo con el trabajo de los biólogos Robert Seyfarth y Dorothy Cheney, realizado en los ochenta, pero no pueden relacionar sonidos simbólicos en forma de frases. Algunas especies de primates entienden el equivalente a frases al combinar dos llamados en un tercero. Quizás la diferencia entre ellos y nosotros es que en nuestro cerebro los sistemas de percepción, pensamiento y producción de sonidos están vinculados y pueden combinar sus funciones de manera impredecible, mientras que en los demás simios estos sistemas no pueden interactuar. Aparentemente, el principal obstáculo para desarrollar un sistema de comunicación complejo radica en que no son capaces de reconocer que los demás tienen una vida interna con pensamientos propios, por tanto no tienen interés en compartir los suyos. Si algo es muy claro entre los humanos es la intensa necesidad que tenemos, desde que aprendemos a balbucear, de contar nuestras vivencias e ideas, de expresar todo lo que nos ocurre y describir lo que nos rodea. Quizás esta extraña desinhibición y la obsesiva creencia de que nuestro universo interesa a los demás son los verdaderos motores de nuestra evolución.

RAZÓN Y FELICIDAD

De acuerdo con el doctor Jaak Panksepp, la felicidad no proviene del neocórtex cerebral, como se había pensado, sino de regiones mucho más primitivas del cerebro, lo cual puede sugerir que es una emoción que compartimos con otras especies inferiores. La felicidad parece traducirse en una disminución de la actividad del neocórtex, donde se realiza la planeación y los procesos racionales. Además se ha demostrado que diferentes emociones involucran diferentes regiones del cerebro y esto permite que tengamos sensaciones contradictorias. Podríamos preguntarnos entonces: ¿es la razón el enemigo de la felicidad, y es ésta un vestigio de un bienestar primigenio?

FELICIDAD E INFELICIDAD

Resulta difícil creer que la razón, a la que debemos la cultura, sea el motivo de nuestra infelicidad. Lo que es claro es que la búsqueda de la felicidad nos atormenta como a ninguna otra especie. Como señala Nancy Etcoff, es buscando la felicidad que invertimos en libros de autoayuda, en antidepresivos (más de 120 millones de prescripciones anualmente), en drogas ilegales (400 mil millones de dólares en 1995, el ocho por ciento del comercio mundial), en entretenimiento y en alcohol. Pero aparentemente este inmenso esfuerzo sólo nos ha llevado a un mundo con los índices de depresión y ansiedad más altos de la historia. Nuestra percepción de la felicidad a menudo está inspirada en una idea errónea; que la felicidad y la infelicidad son los extremos de una línea. Pero todo mundo sabe intuitivamente que estar menos infeliz no es estar feliz. La felicidad es otra cosa que la simple ausencia de malestar y, para entenderla, debemos asumir que tenemos dos sistemas paralelos que deben alimentarse con estímulos distintos y a veces opuestos.

FELICIDAD EN LOS OTROS

Tenemos el cerebro cableado con dos sistemas muy antiguos: el de las recompensas, que exige lo que necesita para sobrevivir, y el de placer, que está más centralizado en el cerebro y tiene exclusivamente ese objetivo. Cuando nacemos somos puramente hedonistas, pero a medida en que crecemos nuestras defensas van desarrollándose y vamos afilando nuestra sensibilidad, enfocándonos en prevenir el sufrimiento. Nacemos como seres sociales propensos a imitar, a sentir empatía y compasión por los demás. Nuestra fragilidad al nacer es insólita en el reino animal y dura un período muy largo, por lo que nuestra supervivencia en esa fase depende exclusivamente de los demás. Quizás sea ésta la razón por la que la mayoría de las fuentes de la felicidad provienen de los momentos que disfrutamos con otras personas (deportes, arte, sexo, convivencia), de lo que compartimos y no tanto de los placeres egoístas. Esto es exactamente lo opuesto a lo que pregonan muchos de los propagandistas de la autoestima y los charlatanes del amor propio como terapia, quienes hacen creer a la gente que la felicidad está en uno mismo. En el fondo es claro que sólo somos monos privilegiados por nuestra paciencia para con los demás.