Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de febrero de 2010 Num: 782

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Amor indocumentado
FEBRONIO ZATARAIN

Nocturnos
DIMITRIS PAPADITSAS

Pulsos vs. determinaciones
JORGE VARGAS BOHÓRQUEZ

Chile: crónica desde los márgenes accidentados
ROSSANA CASSIGOLI

Escribir con zapatos
ANA GARCÍA BERGUA

Incansables ochenta años
ADRIANA CORTÉS entrevista con MARGO GLANTZ

Teolinca Escobedo: arte y corazón
AMALIA RIVERA

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
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Directorio
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REYES EN TRADUCCIÓN Y EN TRAICIÓN

RAÚL OLVERA MIJARES


Anthology,
Alfonso Reyes,
FLM-FCE,
México, 2009.

¿Cuánto tiempo debe transcurrir para pronunciar clásico a un autor? Cincuenta años parece ser incluso más del tiempo promedio. Este año precisamente se cumple el medio centenario de la muerte de Alfonso Reyes. ¿Cómo, a partir del lenguaje naval –classis era la flota para los romanos– el adjetivo classicus vino a significar, en referencia más que a un autor a un libro en particular, la obra que el canon prescribía abordar, que no era posible obliterar en clase, sino más bien focalizar, tomar como modelo e incluso emular? Homero, Virgilio, Dante, Cervantes, Shakespeare, Racine, Goethe y más modernamente Eliot, Pound, Borges o incluso, ¿por qué no?, Marcel Duchamp en las artes plásticas, constituyen autores de una sola obra o de varias, cuya significación resulta imposible de eclipsar. Si hay un clásico entre nosotros, después de Sor Juana y Ruiz de Alarcón, claro está, ése es Alfonso Reyes, poeta, humanista, prosista fino y agudo ensayista, cuyas Obras completas se ocupó de editar José Luis Martínez mientras vivía, autor también de una famosa, casi canónica Antología que este año vio la luz en inglés, en versión de Dick Gerdes, profesor de lengua y literatura españolas en la Universidad George Mason de Carolina del Norte.

El celo y la dedicación para con la lengua del marqués de Santillana, el bachiller Fernando de Rojas o un tal José Martínez Ruiz, mejor conocido como Azorín, no se pone en duda. Un acierto de la traducción, hay que decirlo, es la facilidad del estilo que acerca a Reyes al lector común, si bien despojándolo, casi por necesidad, de su sabor particular, ese dejo castizo y sentencioso del gran maestro de la prosa. Fondo y forma en Reyes, con referencia a la concreción verbal de su prosa, alcanzan un raro equilibrio, con un entramado tan firme que es capaz de pasar por el tamiz de la lengua de Chaucer sin perder cierto gracejo conceptual, y conservando toda la articulación de las ideas que vuelve su estilo diáfano e incluso marcado por una sonrisa.

Tratándose, con todo, de un traductor avezado en el trato con autores modernos, mister Gerdes aceptó quizá demasiado pronto el ofrecimiento por parte de la Fundación de las Letras Mexicanas, la cual viene auspiciando y gestionando otras traducciones de cuentistas y novelistas nacionales, para emprender la versión de un autor emblemático no sólo de México sino, si hemos de atender a la opinión de Jorge Luis Borges, del mundo hispánico en su conjunto. Y debía ser Reyes, precisamente, quien en vida fuera archienemigo de la errata, cazador infatigable de dislates y gazapos, el destinatario –desde luego inconsciente– de una mala pasada del destino, imputable a la impericia del traductor o bien a la apresurada selección de éste por parte de los gestores. Los clásicos exigen ciertos raseros de cultura humanística, universal, cada vez más raros en el mundo –claro que el mundo universitario anglosajón es muy ancho y se extiende al otro lado del Atlántico.


LO NEGRO DE LA NOTA ROJA

EDGAR MORÍN


Nota(n) roja. La vibrante historia de un género
y una nueva manera de informar,

Marco Lara Klahr y Francesc Barata,
Editorial Debate,
México, 2009.

Desde el momento en que la nota roja dejó definitivamente semanarios sensacionalistas y páginas interiores de diarios para ocupar primeras planas y horarios triple a, se hizo necesario un libro como éste. El tiempo pasó y mientras el número de periodistas asesinados ha crecido, la violencia a ratos se desborda y, ante la impotencia, parece que sigue brotando lo peor que llevamos dentro, como por ejemplo, en discusiones sobre la pena de muerte, que no muchos años atrás ni siquiera se habría hecho pública o incluso una oportunista bandera electoral.

Los autores de este libro mezclan con eficacia lo que no siempre se logra: el enfoque académico y el oficio periodístico. Con ello aportan elemen tos para que cualquier lector –además de estudiantes, académicos o los propios periodistas–, comprenda mejor el fenómeno de la violencia delictiva, los problemas estructurales en las empresas de medios, las explicaciones que más bien contribuyen al escándalo, y reflexione sobre la importancia del tratamiento ético obligado en estos temas, pues la información es un bien social fundamental que debe protegerse. La democracia es por necesidad una sociedad informada y sobra decir que estamos muy lejos de serlo.

Dividido en cuatro partes y un apéndice con herramientas para realizar investigación, el libro revela la historia del patito feo del periodismo, en el que hechos reales suelen combinarse con fantasía, imaginación y fábulas morales. En este sentido es relevante el análisis de su estructura narrativa, pues a través de operaciones discursivas –dramatización del relato, simplificación de la realidad, hechos descontextualizados o presentados como algo excepcional, entre otros–, se estimulan emociones o sensaciones que banalizan la información y reproducen los rasgos más grotescos de los “otros”, útiles para criminalizar a los agentes del mal: pobres, jóvenes, mujeres y homosexuales en la vieja nota roja, pero también delincuentes y ahora narcos.

Sin que falten en el libro principios normativos que establecen modos de operar en los que no todo se vale para obtener información, los autores dan cuenta detallada de garantías y derechos humanos cotidianamente violados por autoridades y medios de comunicación contra presuntos responsables, que incluyen poses auto incriminatorias o la exhibición de tatuajes como muestra de peligrosidad social. Y si los encargados de administrar justicia son los primeros en violar principios constitucionales, como la presunción de inocencia, o si empresas de información se auto erigen en tribunales mediáticos, entonces ya no es factible garantizar un juicio justo. Si a esto sumamos el desconocimiento general sobre mecanismos jurídicos en torno al sistema de justicia penal, entre otras cosas indispensables para entender por qué las autoridades privilegian operativos mediáticos en vez de transparentar la información, tenemos un panorama más completo y profundo sobre el laberinto en el que estamos metidos. Esta lectura puede ayudar a encontrar algunas salidas.


LA HISTORIA QUE NO SE VE

EMILIANO BECERRIL SILVA


El rey de las dos Sicilias,
Andrzej Kusniewicz,
Anagrama,
España, 2009.

Según Aristóteles, ser en Acto es ser en Potencia. Somos una cadena de eventos que se suceden o, si se quiere, un mismo evento; lo que somos hoy forma parte de lo que seremos mañana. Esta explicación, cuyas variaciones ya han sido pensadas a perpetuidad –y que son tema para otro escrito–, da pie a uno de los acercamientos a El rey de las dos Sicilias –libro con el que Anagrama inaugura su colección Otra vuelta de tuerca–, del polaco Andrzej Kusniewicz. Y es que mientras Aristóteles entiende el correr de la historia como un sucesión de hechos ligados, Kusniewicz la entiende como una línea discontinua. Las razones que hacen que algo suceda no están necesariamente coludidas entre sí y, más aún, todo es una cuestión de perspectiva. Así, en primer lugar, el pasado se concibe y, en segundo, la relatividad de las cosas sólo puede ser contundente a través de la perspectiva histórica. Una decisión inofensiva se vuelve peligrosa a la distancia, a veces. El autor polaco sugiere subrepticiamente una postura historiográfica en la que el pasado se inventa mientras la realidad sucede; y aunque ambos –hechos e interpretación– podrían ser prácticamente opuestos, se funden en la literatura. De esta forma, Kusniewicz rastrea el pasado a partir de las trivialidades, construyéndolo con las casualidades insignificantes que “desde la banca” entretejieron (o mejor dicho, miraron) el fin del siglo XIX. Nada es evidente. La decadencia del imperio austrohúngaro se cuela por la psicología de todos los personajes y, sobre todo, está escondida en Emil R.; el personaje inactivo que conduce la novela, un aristócrata, subteniente de los ulanos, obsesionado con su hermana, espectador del inicio de la Gran guerra y del último suspiro de la decadencia del modernismo. De algún modo, la escritura del polaco agujerea la Historia, con mayúsculas, centrándose en donde ésta sufre menos daños: en lo prescindible. Podríamos remitirnos a Onetti, Petrovic o Perec, autores en cuyos libros los detalles también duermen en la memoria hasta que un azaroso cruce de caminos los despierta, volviéndolos trama (algunos catalogan a Kusniuewizc como el cuarto mosquetero polaco; los otros tres son Gombrowicz, Schulz y Witkiewicz). Para Andrzej Kusniewicz el pasado está “escrito” y por lo tanto no hay misterio, sólo detalles inadvertidos que nunca acaban. Las minúsculas partes del pasado hacen un todo que, a pesar de estar enterrado en el olvido, es infinito. Como en una especie de ruleta rusa, el polaco juega con la historia sin conseguir disparar una sola bala, ningún hecho trascendente. Sólo regresa al pasado para, como en una repetición, narrarnos lo que no se vio. Es más, pareciera que lo importante no es la historia, sino el imaginario de sus espectadores –y, por qué no, de sus atmósferas–: ahí se engrosa su novela, cobrando vida. Valen más los miedos y deseos que miraron el tiempo, que el tiempo mismo. Vale más la mariposa que su aleteo.



Corazón minado. Declaratoria, Pascual Reyes,
Una historia como cualquier otra, Carlos Avilez,
Aire en espera,
José María Arreola,
Rhythm&Books,
México, 2009.

Varios atributos comparten, además del sello editorial, estos volúmenes. Los tres incluyen un prólogo: el de Corazón... es de Jaime López; el de Una historia... corre a cargo de Armando Chong, y el de Aire... pertenece a Fernando Rivera Calderón. Asimismo, los tres incluyen ilustraciones –en ese mismo orden, hechas por Antonio Ledesma Nostragamus, Guadalupe Rosas y César Caballero. De formato alto y diseño tipográfi co muy poco convencional, comparten un rasgo aún más relevante: amén de la literatura, lid en la cual debutan, Reyes, Avilez y Arreola, son músicos con larga trayectoria y reconocimiento amplio. En esto tiene que ver, y mucho, que el nombre de la casa editora sea un afortunado parafraseo del rhythm & blues, género musical del que los autores han sabido abrevar en sus respectivas rutas sonoras. Por lo que hace a sus particulares senderos literarios, cada uno extrae de su universo personal y su capacidad fabuladora lo mismo el deslumbramiento que la angustia, la esperanza que el júbilo, y lo proponen al lector como una vía extra para conocer-se.



Si te atreves dilo por escrito,
Valeria García Ferreiro,
Extremos,
Valeria García Ferreiro,
Siglo XXI ,
México, 2009 .

Estos dos volúmenes de García Ferreiro transitan por los linderos postmodernos entre el ensayo que a sí mismo se quiere y se imagina “serio”, y cierto género de textos cuya vocación antisolemne puede ponerlos en riesgo de anteponer su cariz desabrochado a la con veniencia de una estructura que no por lógica ha de ser despreciable. Pertenecen a la colección “para curiosos escépticos” Por las dudas, y su apuesta gráfica se corresponde con lo abigar rado y diverso de los temas que abordan: desde el concepto del nombre hasta el significado de la vida, los climas, la caligrafía...