Sociedad y Justicia
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La defensa de la universidad pública, lo positivo; el radicalismo, lo negativo: académicos

Aislado, el activismo estudiantil en la UNAM a 10 años de la huelga

La institución recobró un notable desarrollo en ciencias, humanidades y difusión de la cultura

Acercarse a los alumnos, vital para José Narro en su propósito de obtener más presupuesto

 
Periódico La Jornada
Sábado 6 de febrero de 2010, p. 33

La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) terminó el siglo XX sumergida en un gran conflicto: la huelga estudiantil que se inició en abril de 1999 y duró unos 10 meses. El punto inicial fue la defensa de la gratuidad de la educación superior –que a la postre se consiguió–, pero la radicalización de un sector del Consejo General de Huelga (CGH) derivó en que buena parte de los universitarios quedó fuera no sólo de los campus, sino de las discusiones y decisiones.

Esto generó enfrentamientos, divisiones y polarización entre la comunidad. Afuera, se sumaban denuestos y se convocaba al gobierno al uso de la fuerza pública. Esto se concretó el 6 de febrero de 2000, cuando la Policía Federal Preventiva (PFP) irrumpió en las instalaciones por órdenes del presidente Ernesto Zedillo.

Una década después, la principal institución de educación superior del país ha retomado –según análisis de varios académicos– un lugar preminente en la formación de profesionales. Hay un notorio desarrollo de las ciencias, las humanidades y la difusión de la cultura, al tiempo que recuperó su prestigio y presencia nacional e internacional como centro de vanguardia del conocimiento.

Sin embargo, gracias en buena medida a aquel movimiento y al anterior de 1986-1987, la UNAM encabeza la defensa de la gratuidad de los estudios superiores, reivindica su compromiso con la sociedad y encabeza la lucha por el reparto de mayor presupuesto para las universidades públicas.

Irrumpe la PFP

Hace 10 años, al amanecer, con el despliegue de la PFP se puso fin a la huelga más larga en la historia de la UNAM. La entrada de esa corporación significó un duro golpe para todos los universitarios. Durante casi 300 días se vivió tanto la renuncia del rector Francisco Barnés, autor de la iniciativa del cobro de cuotas, como –en el epílogo del movimiento– la detención de cientos de jóvenes empeñados en sostener la huelga.

A propósito de esta fecha, investigadores universitarios –que desde diferentes espacios estuvieron ligados al conflicto– hacen un balance acerca del movimiento. Coinciden en que tuvo aportes positivos y ubican como lo más importante la defensa de la universidad pública frente a la embestida neoliberal para privatizarla. Pero también hubo elementos negativos: el radicalismo que impidió el diálogo y llevó a la UNAM a un prolongado paro que parecía no tener solución.

Hortensia Moreno y Carlos Amador, autores del libro UNAM, la huelga del fin del mundo. Voces para un diálogo aplazado, califican de un error político el origen de la huelga. Ésta, que al principio “fue de masas y movió un resorte profundo en los corazones de los estudiantes, pronto se convirtió en un asunto minoritario en el que opinaban muchos medios y políticos, pero pocos universitarios. De ese modo la institución permaneció tomada por personas bastante intransigentes”.

Aseguran que existen dos grandes tabúes: el incremento de cuotas y eliminar el pase automático. “No hemos resuelto los problemas que se plantearon entonces, pero sí los ocultamos. Hoy las universidades enfrentan problemas que se agudizan por la situación económica del país. ¿Cómo resolver en una universidad que depende del dinero público los temas de las cuotas, el pase automático o el incremento de la matrícula cuando la principal fuente de ingresos del país –el petróleo– se agota? Ese es un asunto que nadie en el interior de la universidad se ha sentado a discutir, y realmente lo amerita.”

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Marcha para recordar la entrada de la PFP a CUFoto Roberto Garcia Ortiz

Hugo Sánchez Gudiño, profesor en la FES Aragón y en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, participante en los procesos de discusión posteriores a la huelga, asegura: “En 1999, las propias autoridades de la institución –con aval del gobierno priísta– propusieron las medidas privatizadoras. Hoy el entorno es distinto. Con un gobierno del PAN en la Presidencia que demuestra escaso interés en apoyar la educación superior, al actual rector, José Narro, cada año le corresponde librar una lucha por mayor presupuesto. De ese modo, y como una auténtica paradoja, algunas de las banderas del CGH, a las que Barnés se enfrentó, hoy han sido retomadas por las autoridades de la UNAM.

Esa batalla le toca a Narro encabezarla en todos los espacios políticos. Tiene claro que su as bajo la manga es pelear al lado de los estudiantes, que hace una década eran enemigos de la rectoría. Y ha trabajado en eso. Parte de su discurso y políticas van en ese sentido. A diferencia de sus antecesores, él asiste a plazas, escuelas periféricas y bachilleratos. Y mantiene contacto cercano con la comunidad, a fin de sumar apoyos, explica.

Subraya que una de las lecciones es comprender que el movimiento tuvo tintes de radicalismo y mantuvo una posición infranqueable que llevó a un callejón sin salida alargando la solución.

Hugo Casanova, del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación Superior, resalta que la UNAM vive hoy una situación de estabilidad que resulta positiva para el trabajo académico; sin embargo, tiene algunos costos para toda la comunidad, pues no se distingue un sector estudiantil activo en términos políticos y sólo existen algunas expresiones en espacios acotados. Desde mi perspectiva el activismo estudiantil quedó, a partir de 2000, desarticulado y aislado.

Lo lamenta, pues insiste en que la defensa de la gratuidad y la definición del compromiso social de la institución difícilmente podrían ser sostenidos hoy día sin aquel movimiento estudiantil.

Actual consejero universitario, Casanova considera que la UNAM es consistente en términos académicos, aunque eso no significa que antes no lo fuera; se mantiene como un proyecto nacional vigente más allá de las crisis institucionales; reconoce el esfuerzo de quienes han tenido responsabilidades de dirección y administración; pero, ante todo, sus académicos y estudiantes constituyen la base pesada, garantizan su fortaleza y sustentan su recuperación tras aquel conflicto.

En tanto, Sánchez Gudiño ve a la actual comunidad estudiantil menos politizada; apunta que muchos de quienes formaron parte del movimiento se incorporaron a cuadros directivos de la UNAM o a los partidos de oposición. Los jóvenes radicales se convirtieron en políticos profesionales.