Opinión
Ver día anteriorLunes 26 de octubre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Melón

Sorpresas: My Friend

E

n días recientes he tenido sorpresas muy agradables que voy a hacerle partícipe, mi querido bonkó (sic), con muchísimo gusto por orden de aparición. La primera fue en un programa de televisión, aunque me costó un poco de trabajo identificarlo, pues, al principio creí que estaba disfrazado de Santaclós, a un compañero de mil batallas llamado Roberto Velázquez, conocido en el medio como El Tierno.

Cayeron una cascada de recuerdos a mi mente, ya amenazada por el Alka-seltzer, que pude capturar y gozar porque estuvimos en varias agrupaciones destacando la orquesta de Chucho Rodríguez, y muchas grabaciones con la dirección de Luis González Pérez, el inolvidable Viejo, en especial con la Danzonera Mandinga, puedo asegurar la única mexicana que ha ejecutado el danzón con toda propiedad.

También coincidimos en un conjunto dirigido por Luis Lozano Cachimba con compañeros de mucha calidad como Chencho Paredes Guzmán, en el bajo, el Chamaco Ángel Romero Donís y Mario Lovillo El Ruso, en las percusiones, dos tipos dueños de agilidad mental y sentido del humor a los que El Tierno solía escuchar sus ocurrencias para contarlas después, como aquella en que se preguntaron y contestaron uno al otro: ¿Quién cruzó el canal de la cancha? ¡Hombre, pues, el ron piza! Que no eran sino La Mancha y Damián Pizá. En las trompetas, Manolo y My Friend (otro apodo de El Tierno), que noche a noche me ponían a gozar; sin duda, tremendo grupo.

Otra sorpresa muy agradable fue en un programa que conduce mi admirada Eugenia León, ya que presentó a Tony Camargo, uno de los mejores soneros mexicanos, que cada fin de año se pone de moda con su creación El año viejo. También me trajo recuerdos a granel, ya que al hacerle coros tuve la oportunidad de grabar por primera vez, así como conocer Acapulco como parte de su conjunto en una temporada truncada por un temblor que desgajó parte de un lugar precioso llamado Rocamar, donde trabajábamos. Espero narrarle algún día, mi enkobio, más anécdotas de momentos que he compartido con este tapatío que se avecindó en mi Santa María. En viajes que hice a Venezuela y Colombia me pude dar cuenta de que Tony es un ídolo en aquellos lares, muy merecido, creo yo.

Dentro del ambiente nocturno un señor llamado Ramón de Flórez tuvo, según mi opinión, la gran idea de presentar en su lugar, Villa Fontana, a una agrupación, si mal no recuerdo, con el nombre de Violines Mágicos, cuyos miembros poseían categoría y clase fuera de serie que hacían lugar de distinción a ese Villa Fontana, el cual creó toda una leyenda en la vida nocturna de un México que por desgracia se fue, empezando por el vestuario.

Los músicos, todos de primerísima calidad, se presentaban de frac, dirigidos por Roberto Pérez Vázquez, y era todo un agasajo escucharlos. Los intermedios los cubría Daniel de la Vega, pianista que fue toda una figura en el ambiente sonero, pero don Ramón no se conformó con tener ese lugar únicamente. Le dio a la música popular un sitio de mucha categoría con el nombre de Fontana Rosa, donde sentaron sus reales una orquesta notable dirigida por Jorge Ortega que tenía a Chilo Morán entre sus elementos, compartiendo tarima con quien, según mi modesta opinión, ha sido el mejor grupo de música cubana de todos los tiempos en este México de mis amores: Luis González Pérez y sus Fantasías, ante quien me quito el sombrero, como diría Ángel Fernández.

A Fontana Rosa acudí con frecuencia, casi siempre sin compañía, para disfrutar de la música que hacían que mi trompa de Eustaquio me diera las gracias. Durante una semana, por ausencia de Emilio Domínguez (RIP), lo suplí después de mis labores en el 33, para deleitarme con El Tierno y El Moco, en los metales, Juan Chía y el Rango, en las percusiones, Vitillo en el bajo y en el piano el inolvidable y nunca bien reconocido Luis González Pérez El Viejo, a quien don Ramón de Flórez supo darle la categoría que merece por eso y muchas cosas más que quedan entre nosotros. ¡Muchas gracias, don Ramón! ¡Vale!