Opinión
Ver día anteriorLunes 26 de octubre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Lo que Dios ha unido...

E

ntre las incontables materias por desaprender y relativizar en tiempos de irracionalidad disfrazada de crisis está la manera de entender y practicar tradiciones que, no obstante haber probado su escaso provecho, siguen siendo observadas sin reflexión, con entusiasmo y, en ocasiones, con despliegue de ostentación, incluso a costa del patrimonio familiar.

Otra prueba del ser humano como especie de lento aprendizaje y de que en este planeta-manicomio las tácticas de amedrentamiento masivo aún no alcanzan toda su eficacia, es que cada día, en todos los puntos de la Tierra, los individuos continúan casándose y teniendo hijos. El creced y multiplicaos como mandato supremo, por encima de ideologías, regiones, experiencias, criterio propio y demografía.

Se entiende que la mayoría de las parejas, por costumbre, miedo, interés o presión social, efectúen determinados ritos y ceremonias que intentan asegurar la duración y armonía de su contrato (Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre, así como epístolas, declaraciones y formulismos varios). Pero que en el siglo XXI individuos que se pretenden pensantes sigan costeando y protagonizando cursilonas puestas en escena nupciales propias del XIX, confirma lo del lento aprendizaje, independientemente de la clase social y de la duración de lo que Dios unió, muchas veces más breve que los preparativos de boda.

Hoy día carece de sentido y cuesta demasiado ponerse a crear empleos eventuales entre divinidades, jueces, sacerdotes, monaguillos, músicos, cocineras, meseros, impresores, modistas, decoradores, joyeros, cronistas, fotógrafos y parientes dispuestos siempre, si no hay quien se los impida, a entrometerse en las vidas ajenas para sancionar en público humillaciones y torpezas.

Edmundo Vidal, en sus Apuntes del pasmado, de próxima aparición, escribe a propósito de estas promovidas prácticas: “Petimetre uno pide la mano de petimetre dos. Ufano, petimetre tres la concede en calidad de propietario.

Una vez que petimetre cuatro aprueba esa unión en nombre del Estado, petimetre dos es entregada a petimetre uno por petimetre tres al pie de un altar, donde son declarados marido y mujer hasta que la muerte los separe por petimetre cinco, quien además los bendice en nombre de petimetre todopoderoso. Por último, cierto número de petimetres, algunos a cambio de obsequiar chucherías, presencian el espectáculo, beben y se atragantan...