Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de octubre de 2009 Num: 764

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El tono de la vida
ERNESTO DE LA PEÑA

Dos poemas
THANASIS KOSTAVARAS

Nicanor Parra: “Ya no hay tiempo para el ajedrez”
JOSÉ ÁNGEL LEYVA

Brandes y Nietszche: un diálogo en la cima
AUGUSTO ISLA

Treinta años de danza mexicana
MANUEL STEPHENS

Maestro Víctor Sandoval
JUAN GELMAN

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Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Angélica Abelleyra

Yara Almoina: ser rompecabezas inconcluso*

La seducen los materiales humildes, casi secretos, que hablan por sí mismos. Trabaja sobre papeles intervenidos con tal sutileza que parecen vacíos. Y todas las instalaciones, dibujos y acciones de Yara Almoina (DF, 1972) en su reflexión sobre el tiempo, los arraigos, la espera y la nostalgia, se han convertido en extensión de su cuerpo y en mirada puesta en el hallazgo.

Como buena postadolescente no sabía el funcionamiento de la carrera escogida como profesión: diseño gráfico. Pero siguió por ese camino, procedente de una familia española de abuelos filósofos, un padre ingeniero industrial y una madre abogada. Aunque nació en el DF, creció frente al mar del Cancún añejo, por lo cual las conchas, la arena con sus huellas, los peces y los hilos que conforman olas fueron los elementos que la vieron crecer y después retomaría en sus piezas gráficas, en sus improntas de aliento y sal.

Luego de la estancia playera en sus primeros tiempos, fue a Puebla a estudiar diseño en la Universidad Iberoamericana. La confección de universos diseñados con orden y limpieza tipográfica le han dado sustento antes como ahora y, sin embargo, otras búsquedas le inquietaron gracias a sus amigos artistas con quienes descubrió que el arte era esa “puerta abierta y misteriosa” con la que empezó a coquetear.

De manera autodidacta, con el apoyo de muchos talleres, vastas lecturas sobre técnicas y uso de materiales, así como intensas discusiones con el grupo de cómplices que ha alimentado, se fue integrando al mundo de la encáustica, el grafito, las tintas, los papeles japoneses y la cera. Además del conocimiento que se adquiere al dibujar, amasar, soplar, verter, derretir, ella se ha alimentado de ver. Retoma alguna idea de la escritora Clarice Lispector cuando señala que vivir es ver y, en la medida en que uno ponga atención en los detalles diminutos, la vida existe.

Eso es lo que la sobrecoge de las cosas: esos rasgos nimios que le dan sentido a un objeto, a una acción. Y todo ello, más sus materiales sutiles, la llevan a apre hender en la obra asuntos tan inasibles como el tiempo, las fronteras, la espera, el arraigo, el vacío.

Improntas de su cuerpo sobre una montaña de sal; relojes que marcan las horas con piedras que son tortugas que son manecillas; un autorretrato formado por quinientas piezas de un rompecabezas del que ella destruye una pieza para hacer imposible la (su) reconstrucción; treinta y tres bloques de hielo que señalaban su edad a los 33, dispersos por las calles poblanas con igual peso que su cuerpo (50 kilos entonces) y la imparable acción del derretimiento, son algunas de sus acciones y piezas que ha presentado en museos y galerías de México.

Ahora, tras una intervención quirúrgica complicada, vive un impasse que disfruta plenamente. Ya está recuperada por completo y se ha alejado de la producción artística. El diseño ocupa ahora sus días y no le causa frustración ni culpa. Además de reflexionar sobre los temas, los materiales, las preguntas que Lispector o Pessoa le plantean en cada hoja que lee, tuvo serias distancias respecto de todo lo extra artístico que en cierra el proceso creativo. La constante lucha y poca comprensión del mercado del arte, las guerras por una beca, la producción ex profeso para una bienal, las decepciones frente a los concursos, etcétera, así que puso un alto temporal a esto y se ha dedicado a la encuadernación para instalar un taller y empezar a producir libretas y otros objetos hermosos, prácticos. Será reconciliarse de otra manera con el trabajo artesanal; también hacer y usar en la más noble de las acepciones para ambos verbos.

Muchos le preguntan si hará algo sobre su experiencia de la enfermedad y recuperación. No lo sabe. El vacío que se ha creado en estos meses quizás se ocupe de otras sutilezas que evadan el tratamiento bobalicón de un aspecto tan inmenso como esa experiencia. Lo que sí le conmueve es la reacción amorosa de sus amigos, quienes a fin de cuentas le han dado el arraigo y la cura.

A punto de cumplir dieciocho años de estancia en Puebla, se mantiene en tiempo de espera. Ese lapso parecido a cuando entre amigos se envían cartas por correo postal y no sabes si llegará la tuya a su destino y a ti te llegará otra misiva. Por eso está expectante de que llegue la carta: ésa que no sabe si ella misma envió o lo hizo alguien más. Y si le llega, espera leerla, leerse.

*Con esta entrega se cierra el ciclo de Mujeres Insumisas como columna. Gracias a todo el equipo y a los lectores por la travesía desde agosto de 1999. Continuaremos en estas páginas desde otras aristas.