Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de octubre de 2009 Num: 764

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El tono de la vida
ERNESTO DE LA PEÑA

Dos poemas
THANASIS KOSTAVARAS

Nicanor Parra: “Ya no hay tiempo para el ajedrez”
JOSÉ ÁNGEL LEYVA

Brandes y Nietszche: un diálogo en la cima
AUGUSTO ISLA

Treinta años de danza mexicana
MANUEL STEPHENS

Maestro Víctor Sandoval
JUAN GELMAN

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Ana García Bergua

Parte de guerra

Por la mañana del primero de junio del año pasado, reuní a mis tropas con la intención de tomar la Alberca Olímpica, la cual se encontraba a dos horas en tráfico pesado desde el centro comercial de Churubusco que habíamos capturado el día anterior. Formé una columna de doscientos hombres y emprendimos el camino por la banqueta izquierda cuando, de repente, nos encontramos con que el enemigo había volado dos puentes peatonales y un restaurante donde venden carnitas y hamburguesas, por lo que era imposible continuar por esa ruta. Dicté entonces instrucciones a mis comandantes Pacheco y Zugazagoitia para que consiguieran unos autobuses donde trepar a la tropa, y formamos un campamento en la sala modelo Manchester de la Mueblería la Crisálida, a la espera de que los autobuses llegaran. Zugazagoitia llegó a las tres horas para informarme que el enemigo había confiscado todos los autobuses de la región, aunque había conseguido unos cuantos caballos, mulas y patinetas, con los que emprendimos la marcha a trote ligero, hasta encontrarnos, luego de un par de jornadas, a cuatro cuadras de la Alberca Olímpica, que en ese momento estaba en poder del enemigo.

Pedí por lo tanto a mis coroneles Huizache, Quilapayún, Dimas y Gestas, que rodearan la Alberca Olímpica para realizar un ataque en forma de cuña y sorprender al enemigo con una maniobra envolvente, pero al intentar dar la vuelta por la clínica del ISSSTE, mis coroneles fueron alcanzados por las balas del enemigo y las garras de unos osos salvajes que para el efecto había dejado salir la guardia del Deportivo la Ilusión. Pensé entonces que lo mejor era cabalgar hasta las puertas del deportivo y capturar a la guardia, pero el subteniente Antúnez me hizo ver, y con razón, que el parquecito de la entrada se encontraba custodiado por unos enormes leones de raza roaring twenties que eran indestructibles. Solicité entonces a mi adjunto, el coronel Ló pez Ranchería, que mandara traer las garrochas que habíamos mandado construir en San Luis Potosí, y que las distribuyera entre los soldados más ágiles y menos hambrientos, puesto que no nos quedaba más remedio que tomar la Alberca Olímpica por aire. Distribuidas las garrochas, cinco de las cuales habían sido destinadas para el Estado Mayor y seis para las miniolimpiadas de la tropa, yo, el Estado Mayor y los astutos Margolín, Rastacuero, Sinforoso y Peláez, al mando de sus compañías, tomamos impulso desde la ymca y nos dejamos caer desde aproximadamente cincuenta metros a la clínica, con la intención de ponernos a hacer fuego inmediatamente con unas pistolas cuarenta y cinco que habíamos confiscado en la victoria de la Comercial Mexicana el día 5 de los corrientes. Un error de cálculo, aunado a los dragones que envió el enemigo para interceptarnos, nos obligó a desviarnos hasta el eje vial, donde la compañía de Rastacuero se enredó en un combate con la guardia de la Cineteca que trató de repelerlos. En ese momento salió del edificio, provisto de trompeta y bandera blanca, el coronel Ráfaga, quien ofreció a la tropa pases para una película turca.

Dándome cuenta de que era un ardid para distraernos, ordené arrestar a Ráfaga y continuamos el avance por los túneles traseros del mercado sobre ruedas y la casa de una familia de nombre Ramírez, desde cuya azotea logramos apresar a la guardia y al entrenador de osos del malvado teniente Rivadabia, conocido por sus sangrientos crímenes y su torpeza en el manejo de la Remington. Proseguimos arrastrándonos por unas jardineras y cuando nos faltaban unos cuantos metros para llegar a la Alberca Olímpica, recibí parte del coronel Tapioca, informándome que acababa de sorprender al enemigo en el momento en que escapaba hacia el Eje 1, atacándolo y poniéndolo en completa dispersión. Entramos entonces a la Alberca Olímpica, donde comenzamos a disparar rápidamente las pistolas cuarenta y cinco y tres pequeños cañones del 5 que lanzó el soldado Meridian Frapé con una catapulta desde los Viveros de Coyoacán. Gracias a ese cañón y al coraje de la escuadra de garrocha que, por supuesto, recibirá un ascenso, nos posesionamos de la Alberca Olímpica, desde la que llamamos para solicitar el socorro del general Unzueta que se encontraba en el cercano poblado de Mixcoac, el cual acudió con su bomba atómica y desapareció la alberca en exactamente una hora y quince minutos, mientras la tropa vestía el traje de baño y pasábamos por las armas a los leones.