Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de septiembre de 2009 Num: 757

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Poema de los treinta años
RODOLFO USIGLI

El Viaje Adolescente
RODOLFO USIGLI

Riesgo inminente
ROLANDO GÓMEZ

Figuras de un apocalipsis en las ruinas de Nueva York
THOMAS MERTON

El 9/11 ocho años después: la herida abierta
NAIEF YEHYA

El hambre en Nueva York
EDITH VILLANUEVA SILES

Columnas:
Galería
RAÚL OLVERA MIJARES

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Raúl Olvera Mijares

Octavio Paz, el humanista

De los catorce volúmenes que integran las Obras completas de Octavio Paz, doce caen en un género más bien informativo o referencial –en el sentido de Jacobson– el cual es posible designar provisionalmente como ensayo. Poesía y poética, artes gráficas e historia, autores hispánicos y extranjeros, antropología y lingüística, México y España, Europa y el mundo anglosajón, China e India, un bazar de ideas, nociones canónicas y sesgos no pocas veces inéditos. La originalidad de Paz como pensador, varias veces puesta en tela de juicio, se orientaría más por el uso creativo de una retórica que por su labor como sistematizador o explorador de nuevos territorios para la reflexión.

De los surrealistas y su afición por escudriñar en los recovecos de la conciencia, con sus retruécanos conceptuales y gusto por la paradoja, navegaría hacia piélagos hasta ha poco ignotos, reclamados por antropólogos culturales y expertos en la historia de Oriente. México, desde luego, no quedó fuera de sus lucubraciones, en dos vertientes principales: la esencia de lo mexicano y la difusión del gran aporte a la cultura española que entrañó la obra de algunos autores novohispanos –príncipe entre ellos sor Juana.

El laberinto de la soledad (1950) y Las trampas de la fe (1982) fueron dos obras que catapultaron a Paz como el mexicano más conspicuo en el exterior, las pilastras que sostendrían su fama internacional que, sumadas a su excepcional obra poética, tanto por su vastedad como variedad, harían posible una serie de honores nacionales y extranjeros de los que el escritor sería objeto en la segunda mitad de su vida. Aunque cabría preguntar si esos miles de páginas son realmente ensayos y en qué sentido.

La novela larga –eso que los franceses llaman roman– y el ensayo –otra palabra de origen galo– son los últimos grandes géneros anexados a la historia de las literaturas de Occidente. Ambos hijos del siglo XVI y XVII, uno iniciado en España por Cervantes, con el Quijote, y otro en Francia con Michel de Montaigne. Octavio Paz como prosista y esporádico narrador jamás cultivó la novela, sin embargo, volvió objeto de sus reflexiones una gama de temas sólo comparable en México –por el número de páginas y su seriedad– a la obra de Alfonso Reyes.

Pero ensayar conoce múltiples significados. Si ha de tomarse el ejemplo de Montaigne, el ensayo sería un género que pudiera catalogarse más bien como subjetivo o escrito para el propio autor, no ajeno a la meditación y al intento de explicarse a sí mismo lo que se entiende de un tópico. Ensayos bastante largos y elaborados, en ocasiones hasta difíciles de penetrar, compusieron Thomas Mann, Henry James y Juan García Ponce. Obras de hondura psicológica, que reflejan el proceso mismo de la comprensión, de hacer carne de la propia carne los procedimientos empleados por otros escritores. Subjetivo es un buen término para calificar estos intentos, compuestos principalmente para uno mismo más que para los demás. Escritos esotéricos o hacia el interior de un círculo de iniciados que, en ocasiones, es tan estrecho que sólo engloba al propio autor.

Ensayos de esa vastedad y –las más de las veces– carácter velado o críptico difícilmente se prestan para aparecer en publicaciones periódicas, ya suplementos culturales ya revistas. Octavio Paz, por tanto, tuvo el cuidado de precisar que lo suyo en las piezas sueltas –no en los tratados– había sido una suerte de periodismo literario, expresión afortunada, que designa el ejercicio de los escritores que eligen las publicaciones periódicas como un medio para dar a conocer sus ideas, ajustándose a ciertos esquemas abiertos de comunicación: No escriben para sí mismos sino para otros, no pretenden ser subjetivos de entrada sino objetivos, exotéricos en vez de esotéricos, pues exhiben intenciones más didácticas –enseñar a otros– que pedagógicas –aprender uno mismo– aun a riesgo de caer en lo sumario. Más que de ensayos sería más preciso hablar de artículos de fondo, donde el autor aborda un tema que procura despachar o dejar en claro, recurriendo a un esquema de premisas y conclusiones.

La forma que Paz supo imprimir a su prosa temática o informativa se vale de un procedimiento brillante, basado en ciertos recursos retóricos, propios de la poesía –oposiciones violentas, empleo de la paradoja, el oxímoron, la enumeración, el estricto control del ritmo, el tono, el fondo– que da esplendor a una serie de ideas tradicionales, prejuicios y hasta comentarios casi al margen, mediante los que el cabecilla de un influyente grupo cultural mandaba recados laudatorios a sus correligionarios o bien conminatorios a sus numerosos opositores. Despliegue magnífico de las posibilidades del lenguaje, la obra articulística y ensayística de Paz es una de las más robustas y expresivas del siglo XX, testimonio de lo que un poeta y un humanista pueden decir cuando ambas direcciones del espíritu coinciden en un mismo ser humano.