jornada
letraese

Número 158
Jueves 3 de septiembre
de 2009



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate


Ser hombre… hasta la muerte

Juan Guillermo Figueroa Perea*

Los varones harían casi cualquier cosa con tal de responder a las expectativas que la sociedad deposita en su masculinidad. No importa si el costo de no cuestionar el estereotipo es su salud o la de otros.


A partir de la adolescencia, emergen como principales causas de muerte de los varones los accidentes, los homicidios, la cirrosis hepática, el VIH/sida y los suicidios. Así lo han mostrado varios estudios sobre morbilidad (enfermedad) y muerte de los hombres de diferentes grupos sociales y contextos.

Las causas de morbimortalidad son distintas en las mujeres y ello no se explica por diferencias fisiológicas sino por procesos de aprendizaje social diferenciados sobre la forma de construir sus respectivas identidades de género. Esto quiere decir, como se ha documentado, que la dinámica de la salud masculina es reflejo de los patrones vitales de los varones, de sus procesos de socialización, de los papeles que se les ha asignado en la sociedad, de la interpretación social de sus emociones y en el fondo, de la forma estereotipada del “ser hombre”. El investigador Luis Bonino observó que tres de cada cuatro de los jóvenes que mueren por accidentes o violencia en un contexto latinoamericano son varones. El autor habla de una imprudencia personal derivada de la violencia física y psicológica de los varones, lo cual se suma a la temeridad del período adolescente.

Algunos autores señalan que los varones aprenden a usar el cuerpo como una herramienta, minimizando su cuidado e incluso calificando cualquier atención hacia el mismo como una muestra de debilidad y de fragilidad.

Al analizar la enfermedad y la muerte entre la población masculina, el médico y antropólogo Benno De Keijzer muestra la existencia de problemas comunes a ambos sexos, a la vez que distingue los que son específicamente masculinos, como los de próstata. Sin embargo, destaca algunos factores asociados a la situación de género, como los riesgos derivados de un proceso de socialización diferencial para varones y mujeres. A partir de ello, constata la sobremortalidad masculina, en especial desde los 15 años de edad y comenta el descuido suicida por parte de muchos hombres. Lo ejemplifica con un escaso autocuidado de los varones y el abuso de sus capacidades corporales como una muestra de hombría.

Algunos estudios sobre salud de los varones constatan que muchos de los accidentes y homicidios surgen de esa exposición intencional a situaciones de riesgo, legitimada por un estereotipo de la masculinidad. Por ello, diferentes autores concluyen que no son naturales las diferencias entre las causas de morbilidad y mortalidad entre varones y mujeres, sino que muchas de ellas tienen que ver con los modelos de identidad de género que aprenden y que además no cuestionan.

Se trata de una descripción en apariencia extrema de algunos comportamientos, al margen de que haya varones que encajen perfectamente en los mismos; sin embargo, esto suele interpretarse como irresponsabilidad y en menor medida como pérdidas que podrían evitarse o reducirse si se cuestionaran los modelos de socialización a través de los cuales aprendieron a ser hombres.

Un estudio realizado en 2002 en 20 países, comparó los niveles de mortalidad femenina y masculina, y de manera paralela trató de identificar algunas de las causas o factores que condicionan tales diferencias. Los investigadores Randolph Nesse y Daniel Kruger llegaron a la conclusión de que el principal factor demográfico asociado a los niveles de mortalidad y sobremortalidad de las dos poblaciones era el hecho mismo de ser varón. Es decir, se afirma que si se pudiera igualar el nivel de mortalidad masculina con el de las mujeres, el efecto benéfico desde el punto de vista epidemiológico sería mayor que si en general pudiera curarse el cáncer.

Lo que de alguna manera está detrás de esta conclusión es que, más que limitarse a acciones de salud pública y de políticas de salud para atender y curar las causas de morbilidad y mortalidad de los varones, en términos de los efectos visibles y finales de éstas, parece que sería mejor y más eficiente cuestionar las causas que socialmente legitiman el ejercicio de la violencia de unos varones contra otros, así como hacia otras personas con las cuales llegan a vincularse, y a la vez hacia sí mismos.

A propósito del ejercicio de un derecho humano como el de la salud, resultaría interesante discutir su significado en una población que pareciera tener serios problemas, pero no de acceso, sino del discurso y del significado de la identidad de género con el fin de poner en práctica el cuidado de su salud como derecho. Pareciera que en muchos modelos de identidad masculina uno de los atributos que se asignan a los varones es no cuidar de su salud, por tener que vivir riesgos, lo que genera contradicciones a ser analizadas con amplitud.

Masculinidad hegemónica, ¿obstáculo para ejercer el derecho a la salud?
Algunos autores que han investigado sobre el tema encuentran en los hombres (según su interpretación) una mayor dificultad para asumir derrotas, para reconocer el dolor, para reconocer la tristeza, para reconocer la soledad, pero sobre todo una mayor dificultad para pedir ayuda, porque ello supone reconocer cierta debilidad, reconocer fragilidad, “necesitar algo”. Al parecer esto cuestionaría los modelos de masculinidad vigentes y por ende, los varones acaban de alguna manera atrapados en ese aprendizaje cultural, muchas veces reproducido sin mayores cuestionamientos o por lo menos, sin muchas opciones como para poder inventar nuevas modalidades para la vivencia de la masculinidad y sus diferentes consecuencias negativas y contradictorias para los varones.

Para propósitos de discusión y reflexión colectiva sobre el sentido del derecho humano a la salud en la experiencia de los varones, podemos recordar las categorías que diferentes autores han utilizado para describir la sobremortalidad de los hombres con respecto a las mujeres. Por ejemplo, De Keijzer interpreta la sobremortalidad de los varones como un proceso de “morir como hombre”; los hombres se mueren porque necesitan demostrar que son “muy hombres”, señala el autor. Él mismo habla de “la masculinidad como factor de riesgo”, ya que la forma de vivir de muchos varones es un riesgo tanto para ellos mismos y para otros hombres, como para las mujeres y para los niños y niñas. Es decir, el abuso del riesgo y la falta de autocuidado de los varones generan una violencia real y simbólica como parte de modelos hegemónicos de masculinidad en algunos grupos poblacionales.

Otra de las interpretaciones de este comportamiento temerario y con buenas dosis de imprudencia alude al “mito del héroe”, que señala la socióloga Florinda Riquer, según el cual muchos varones aprenden que para poder legitimarse como hombres deben llevar a cabo actos heroicos ya que con ello tienen historias que contar. Una de las formas de hacerlo es exponerse a situaciones peligrosas y luego conversar de “las que se sobreviven”. Como un ejemplo, lo que han mostrado algunos estudios antropológicos sobre la construcción masculina de los cuerpos, es cómo los varones presumen de sus cicatrices, pero no de las que se hacen accidentalmente sino de las que supuestamente se originan por sobrevivir a situaciones riesgosas. Incluso hay muchos varones que reconocen que la cicatriz es una huella de una batalla ganada, de una aventura vivida, de una situación riesgosa sobrellevada y entonces es una marca muy relevante.

Sobre este aspecto reflexiona la antropóloga social Denise Fagundes al discutir la construcción social del cuerpo masculino. Describe la experiencia de muchos varones con un cuerpo activo que sabe exponerse a riesgos y que busca respeto a través de la violencia y los duelos verbales, ya que eso le va dando una historia que contar y le permite caracterizar su vida como algo heroico. Por su parte, Edison Gastaldo, investigador de la Universidad de Vale do Rio dos Sinos, en Brasil, discute la forma de “forjar hombres de hierro” a través de deportes de contacto corporal, ya que ello constituye un cuerpo para la lucha, en el cual se aprende a despreciar el dolor. Existe un uso y percepción social del cuerpo masculino para la resistencia y el enfrentamiento a los otros.

La filósofa feminista Franca Basaglia señaló, en la década de los ochenta, que muchas mujeres aprenden a ser “un ser para los otros, un ser para los demás”; lo que la literatura sobre masculinidad a veces pareciera reflejar es que muchos varones aprendemos a “ser un ser para nosotros”, no para los otros, “un ser para sí”, o un ser, como dicen algunos, a pesar de los otros, “un ser auto referido”. Lo que es muy extraño es que un ser para sí, no cuide de sí; ¿qué pasa con alguien que ve por él, pero no cuida de él? Es decir, ve por él simbólicamente en muchos contextos, ya que trata de cumplir un estereotipo de la masculinidad, porque existe una presión de los pares y de la colectividad para cumplir el estándar, pero a la par se mueren por ser hombres, tratando de alcanzar cierto modelo de la masculinidad, en particular por no cuidar de sí mismos.

Derecho humano a la salud en la experiencia de los varones
La reflexión sobre el sentido que puede tener un derecho humano a la salud adquiere matices diferentes dependiendo si la salud se interpreta como el menor número posible de enfermedades, padecimientos o síntomas de molestia, o bien como avances en el estado de equilibrio o bienestar biológico, psicológico y social de una persona, de un grupo o de una colectividad. Esto resulta muy relevante después de esbozar la caracterización de las causas de morbilidad y mortalidad de los varones.

Es claro que dichas causas pueden combatirse asignando recursos para hospitales en donde atender a los sujetos que sufren accidentes, lesiones diversas, cirrosis hepática y algunas otras problemáticas que caracterizan la mortalidad de los hombres, pero un cambio sustancial implícito detrás de este proceso de salud y enfermedad de los hombres, pasaría por un cuestionamiento de las formas de constituirse como hombre, sin que ello implique un proceso de violencia hacia sí mismo y hacia los demás.

Versión editada de “El derecho a la salud en la experiencia de los varones: ¿un concepto ambivalente en los modelos de masculinidad vigentes?”, en Exclusión y derecho a la salud. La función de los profesionales de la salud. EDHUCASALUD, Lima Perú 2007, pp.373-392.
* Juan Guillermo Figueroa Perea es investigador en El Colegio de México y docente en la Universidad Nacional Autónoma de México.

 

S U B I R


Masculinidad estereotipada
es un factor de riesgo para
la salud

“La masculinidad es la forma en que una cultura nos enseña desde niños lo que debemos hacer para considerarnos ‘hombres’ dentro de una sociedad. Esta enseñanza está llena de estereotipos..

“En particular en nuestra sociedad se valora si un hombre es temerario, es decir, que no muestre ningún temor y se aviente a hacer algo sin pensar en las consecuencias. Por esta razón es común que un hombre no prevenga situaciones que pueden perjudicarle y poner en riesgo a otras personas. Esto está presente en muy diversas situaciones de su vida; por ejemplo, al no protegerse en sus relaciones sexuales –como no usar el condón–; el cinturón de seguridad o el casco; tener poco autocuidado con el cuerpo, o no quejarse si sufre de alguna enfermedad por creer que eso lo hace menos “hombre”.
“Por todo lo anterior podemos afirmar que la masculinidad estereotipada es un factor de riesgo ya que si los hombres dirigimos nuestros comportamientos por estas ideas nos exponemos más".

Fuente: Dirección de Equidad de Género
y Salud Reproductiva, Secretaría de Salud.