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Los años esenciales de Latinoamérica
Periódico La Jornada
Domingo 21 de junio de 2009, p. a20

La vocación periodística de Eduardo Galeano aparece implacable en su Memoria del fuego.

A simple vista, la trilogía (publicada por Siglo XXI Editores) parece sólo una obra de historia, porque cada uno de los tomos está dedicado a una serie de años, cronológicamente dispuestos: el primer tomo comienza en 1492 y termina en 1700; el segundo va de 1701 a 1900; y el último, cierra en 1986.

Pero además del sentido histórico y el lenguaje poético, cada texto tiene también la frescura de una noticia y la potencia de una denuncia política y social.

El primer tomo, dedicado a los nacimientos (publicado en 1982, con 32 ediciones acumuladas, 344 páginas y precio de 235 pesos), se distingue de los otros dos porque presenta los 64 conceptos clave de la cosmovisión galeana: la selva, el papagayo, el cóndor, el jaguar, la yerba mate, la yuca, la papa, la ciudad sagrada, entre otros.

El resto de la trilogía la completan las caras y las máscaras (1984, 23 ediciones, 353 páginas, 235 pesos) y el siglo del viento (1986, 19 ediciones, 374 páginas, 235 pesos).

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En los tres tomos, Eduardo Galeano parece haber escogido los años fundamentales en la vida de América para describir hechos marginados en escuelas de formación básica, donde la enseñanza del pasado es como una visita al museo de cera o a la región de los muertos, donde no hay más remedio que resignarse con el pasado y el presente.

Los textos son como pequeños despachos noticiosos del periodista-historiador, con título, lugar de origen y fecha: Las brujas. Salem Village. 1692. Son mujeres, y mujeres pobres, las primeras condenadas a la horca... El nombre robado. Población Violeta Parra. 1984. La dictadura del general Pinochet cambio los nombres del pobrerío.

Y por si fuera poco, el millar de notas al pie que hay en Memoria del fuego nos recuerda que, como definió el estadunidense Anthony Grafton en Los orígenes trágicos de la erudición (Fondo de Cultura Económica, 1998, 178 páginas), la narración histórica –como la periodística– exige fuentes precisas que le den credibilidad y certeza.