Opinión
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Tiempo de Blues

El retorno de Carlos Santana

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Santana puede hacer lo que quiera, saltar, volar, requintear, que de esto sabe un ratoFoto Chava Rock

Primera llamada

E

sta será una crónica de lo que vi en uno de los conciertos más descomunales a los que haya asistido.

Llegar al caparazón del Palacio de los Deportes –esa gigantesca tortuga de cobre– caminando en silencio era una especie de peregrinación en la que sólo los gritos de ¡playeras de a cien vaaros! interrumpían ese andar pausado de los miles de aficionados convocados por el espíritu de la música, por el rencuentro con Carlos Santana.

La mayoría de los asistentes eran adultos, muchos de los cuales iban acompañados de sus hijos, dos generaciones unidas extrañamente por el mismo artista, y otros muchos no lo habían escuchado en vivo. ¿Cuántos conservan aún ese primer elepé titulado escuetamente Santana?

Lo sorprendente es que ya han pasado ¡40 años! desde la presentación ante el mundo de esa irreverente formación de jovencitos, encabezada por un desconocido y magro guitarrista mexicano en el ya mítico concierto de Woodstock, que se llevó a cabo en una granja de Bethel, Nueva York, los días 15, 16 y 17 de agosto de 1969.

Ese joven guitarrista (aunque acumula más de seis décadas) sigue en la palestra como uno de los mejores músicos, que cambia, evoluciona, se renueva, para continuar siendo Santana, ése que ha vendido más de 90 millones de discos.

Segunda llamada

Con 20 minutos de retraso empezó el esperado concierto del domingo pasado. El escenario lucía sobrio, sin la parafernalia de luces y equipo que rodean a estos espectáculos masivos. Primer gran acierto: pasar en la enorme pantalla escenas del concierto de Woodstock, en el momento en que toca Soul Sacrifice. Poco a poco se fue integrando el sonido de la banda actual, con todo y Santana, para terminar tocando todos al unísono: los de antes y los de hoy.

Ahora entiendo –40 años después– lo que fue ese trabuco de congas, pailas, batería y demás percusiones que enmarcaron las notas de rock y blues en la guitarra de un músico mexicano (que ni siquiera había grabado un disco) y que se quedaron grabadas en el más de medio millón de asistentes a ese festival.

Carlos Santana debería poner en un cuadro esos mil 50 dólares que recibió de pago en aquella ocasión, para mirarlo todos los días y recordar ese enorme trecho que ha recorrido, artística y financieramente hablando.

Algo poco común en este medio de la música, tan lleno de egos y envidias, ha sido la capacidad que Santana ha tenido para conjuntar tal cantidad de talentos, sin duda los mejores. El buen sonido, a pesar de las limitaciones del Palacio de los Deportes, permitió escuchar una máquina perfecta de hacer música y apreciar las cualidades de todos y cada uno de sus integrantes.

Tercera llamada

El gran secreto (por todos conocido) es esa pasmosa batería de percusiones, que sustenta con polirritmia permanente sus notas. Santana puede hacer lo que quiera, saltar, volar, requintear, que de esto sabe un rato, porque siempre va a estar allí ese enorme colchón de cueros, pailas y congas percutidos por músicos que, por sí solos, son un espectáculo visual y sonoro.

¿Cómo describir ese triunvirato encabezado por Dennis Chambers en la bataca naranja? Una coordinación que se antoja irreal; velocidad y técnica excepcional; un baterista que se coordina como metrónomo con esa dupla que les pega a los cueros con una vehemencia que sólo aquí, de este lado del océano, se da: Raúl Rekow y Karl Perazzo son de una finura y precisión maravillosas.

Los demás no les van a la zaga: Chester Thompson en el Hammond, Bill Ortiz en la trompeta, Jeff Cressman en el trombón, Tommy Anthony guitarra y voz, Andy Vargas voz, Benny Rietveld al bajo y Tony Lindsday. Todos son el complemento ideal de Santana.

El concierto comenzó con Soul Sacrifice y terminó con Jingo, la locura. Santana fue complaciente e interpretó todos sus éxitos. De las prédicas del músico, que asistió enfundado en una playera con la Virgen de Guadalupe (¿dónde he visto eso?), y de ese mundo sin fronteras, me quedo con ese otro mundo no excluyente.

¿El concierto? Irrepetible. ¿Santana?, sigue siendo ese gran invocador de los espíritus del blues, sus primigenios maestros, el extraordinario creador de su propio sonido y que cumplió la gran sentencia: Llevar la música un poco más allá de donde la encontró. Y en esto Carlos Santana ha sido pródigo.

Me retiré con el privilegio de haber asistido a ese excepcional ritual encabezado por Carlos Santana.