Opinión
Ver día anteriorMartes 24 de marzo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Demasiada cautela
N

uestro momento cambia todos los días, pero lo que más cambia es el grado de incertidumbre. Las previsiones de distintos organismos y gobiernos parecen empeorar conforme avanza el año. Según sus gobernantes –acompañados en coro por algunos organismos internacionales– hasta hace poco nuestra América Latina creía tener cierto blindaje, por lo menos para 2009. Ese optimismo medio ratonerillo está desapareciendo rápidamente del escenario, tanto en las voces de los gobernantes, como de organismos internacionales diversos. El Banco Interamericano de Desarrollo ahora empieza a apuntar hacia un probable decrecimiento de la economía latinoamericana para este año.

El centro de estudios económicos del Banco Santander, en España, la semana pasada publicó un estudio según el cual están creciendo con rapidez las probabilidades de una segunda ola de crisis financieras, esta vez no originadas en el sector financiero mismo, sino en la insolvencia de las empresas. Sus cálculos no son descabellados, están dentro de la lógica de una crisis cuya magnitud no se le conoce fondo aún.

Las voces más optimistas dicen que en 2010 dará inició la recuperación, pero que será muy lenta, que puede durar varios años (whatever that means). Las pesimistas ven varios años de destrucción de capital antes de que, paulatinamente, se formen agujeros económicos tales que por sí mismos serán campos de inversión para la recuperación.

Es momento de recordar que las economías de algunos países de América Latina se desarrollaban, antes de la crisis de los años treinta, bajo el llamado modelo de crecimiento hacia afuera, basado en gran medida en enclaves de inversión externa que exportaban su producción hacia los países centrales. El efecto de este modelo sobre la economía interna era mínimo: los impuestos a la producción, al ingreso y a las exportaciones que los débiles estados latinoamericanos podían extraer a las poderosas empresas extranjeras, y no mucho más.

Pero esos países pudieron finalmente entrar en un periodo de paulatina industrialización cuando la crisis de los treinta trajo consigo cierto relajamiento de las relaciones económicas coloniales; la relajación de esas relaciones se alargó debido a la entrada del imperio en la Segunda Guerra Mundial.

Poco tiempo después del término de la guerra, una vez que las economías centrales reconvirtieron sus economías de guerra en economías de producción civil, la vuelta a la sujeción dependiente volvió a profundizarse, aunque en otras condiciones. La etapa de crecimiento hacia adentro, por la vía de la sustitución de importaciones, había creado cierto mercado interno que había modificado el paisaje económico latinoamericano. Muchas empresas extranjeras vinieron entonces a producir a nuestros países ya no sólo para exportar hacia el centro, sino a producir para los mercados internos.

Si no hemos de quedarnos cruzados de brazos, tenemos que plantearnos algún proyecto que asuma que la economía mexicana está ya siendo seriamente afectada. La actividad industrial de México bajó un impresionante 11.1 por ciento en enero a tasa anual, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, muy por encima de las previsiones de diversos analistas que anticipaban una caída de 9.7 por ciento, según un sondeo de Reuters llevado a cabo entre 11 bancos.

Revisar nuevamente el modelo de sustitución de importaciones, parece imperativo. Está claro que fiscalmente el Estado mexicano está baldado, en un país cuyos agentes económicos no quieren pagar impuestos y unos gobiernos que nunca se han atrevido a cobrarlos.

En cambio el país sí tiene hoy margen en el rubro de endeudamiento externo. La relación de deuda a producto interno pasa por uno de sus mejores momentos. Las fuerzas políticas pueden: 1) quitar la absurda disposición legal de presupuesto equilibrado; 2) llegar a un acuerdo sobre la ampliación de la deuda externa para una época en que la ortodoxia financiera tiene muy poco que decir; 3) devolver al banco central la función de contribuir al crecimiento, y 4) llegar a un acuerdo económico que implique un programa de gasto de unos cuatro o cinco años, en educación, infraestructura, y fomento a la sustitución de importaciones, ahora en el marco de una economía abierta.

La semana pasada, frente a la comunidad latina de Estados Unidos, Obama retó a congresistas y gobernadores a renovar la educación como fundamento para que ese país salga de la crisis más fuerte que antes de la misma: así como se oye. Dijo: El relativo declive de la educación estadunidense es insostenible para nuestra economía, para nuestra democracia, e inaceptable para nuestros hijos. No podemos permitirnos el lujo de dejar que continúe.

Planteó cinco ejes (me referiré a ellos en una próxima entrega), e invitó a todos a enfrentar juntos la dura lucha que su programa implicará frente a los sindicatos de docentes. Vale la pena destacar una de sus tesis: Si a un maestro se le da una oportunidad o dos o tres, pero aún no mejora, no hay excusa para que la persona continúe en la docencia. ¿Qué tal, señora Gordillo?

Respecto de la educación superior y la investigación científica planteó ofrecer oportunidades de ingreso y permanencia a minorías mediante reformas a los sistemas de becas y préstamos, pero también forzando a las universidades (hablaba de las privadas) a que reduzcan sus gastos de operación y disminuyan el costo de las colegiaturas.