Opinión
Ver día anteriorMartes 24 de febrero de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Arte de AL
L

as siglas FEMSA corresponden a la regiomontana Fomento Económico Mexicano, SA, con liderazgo en bebidas en América Latina, que apoyó en 1977 la apertura del Museo de Monterrey en el edificio de la cervecera, mismo que desafortunadamente ya no existe como museo, aunque la colección se salvaguarda. Se integra de adquisiciones, importantes donaciones y premiaciones en la Bienal de Monterrey, que va por su undécima versión, siempre dirimida por un jurado que invariablemente integra a un artista o teórico de otras latitudes de América.

Empieza a circular un libro que sorprende por su coherencia ilustrativa, integrado por reproducciones fotográficas de unas 120 obras. Rebasa la categoría del cofee table book por sus apartados en rubros, por el bien ideado ordenamiento de las láminas que entremezclan a los autores de cualquier latitud y por el impecable enlistado final, presentado en recuadros.

Para quienes siguen trayectorias de artistas y específicamente para curadores y profesores, el volumen ofrece insospechadas sorpresas –al menos ese fue el resultado de mi observación– pues yo sólo conocía, mediante algunas visitas, las piezas premiadas en la bienal, más unas cuantas exhibidas en el museo de la cervecera.

Hay firmas consagradas de varias latitudes: la estupenda pintura (1968) del chileno Nemesio Antúnez, el óleo apaisado de Wifredo Lam; Edulis (1942), de Roberto Matta; un paisaje de Armando Reverón con marco enramado, a más de obras que para algunos de nosotros fueron punto de partida en el estudio de las corrientes latinoamericanas actuales, como los cuadros del argentino César Paternosto, la pieza de hierro de Eduardo Ramírez Villamizar, la construcción en tela y madera de Marcelo Bonevardi o el austero objeto gráfico (1972) de la suiza brasileña Mira Schendal. No faltan los exitosos peruanos Claudio Bravo y Julio Larraz (sorpresivamente el cuadro de Bravo es muy bueno, porque no es obvio), además de una consabidamente obesa Santa Rosa de Lima, de Fernando Botero, o el hombre parado visto de espaldas ante un paisaje (1976), de Antonio Seguí.

Las fotografías se entreveran con las pinturas, esculturas y objetos contemporános, y van desde firmas clásicas como Hugo Brehme, Manuel Álvarez Bravo y Graciela Iturbide, hasta otras piezas soberbias, como la pequeña fotografía del brasileño Mario Cravo Nieto, Nido de fibra de vidrio, en plata sobre gelatina, análoga en temática y técnica con el paisaje desértico del coahuilense Alfredo di Stefano.

El acopio de esculturas es menor, pero todas las incluidas son relevantes y destacan las de algunos regiomontanos: Gerardo Azcúnaga y Miriam Medrez, por ejemplo. Édgar Negret está muy bien representado, así como Luis Ortiz Monasterio, con una obra de 1972.

La corriente geometrista conjunta a algunos de los ya mencionados con Manuel Felguérz, Vicente Rojo y Francisco Moyao, y el rubro antecedente corresponde a Joaquín Torres García y el Taller del Sur.

Hay un apartado surrealistoide en el que destacan mujeres: Mi vestido cuelga aquí, de Frida Kahlo, seguido por una pintura (cursilona aunque muy acuciosa, como todo lo que ella hizo) de Leonor Fini; no podía faltar Leonora Carrington, que le está anexa en ordenamiento a Papilla estelar (1958), de Remedios Varo. Se le encadena la pieza fotográfica de la cubana Marta María Pérez y obras emparentadas con el llamado surrealismo no ortodoxo, entre las que está un cuadro de Tamayo junto con Matta y Lam. Todo el apartado de nexo surrealista inicia con Vista de los Remedios (1930), de Agustín Lazo.

La cronología va desde el cuadro cubista El grande de España (1914), de Rivera, hasta piezas de Diego Teo, Betsabé Romero y la brasileña Leda Catunda, con Vida animal. Hay además obras mexicanas muy curiosas, como el retrato de Fernández Ledezma con marco simbolista de Roberto Montenegro (1921), al que siguen pinturas tan relevantes como el Alanceado, de Orozco y un formidable Siqueiros.