Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 14 de octubre de 2012 Num: 919

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Episodio de primavera
Iáson Depoundis

Transparencias
de Fuentes

Bárbara Jacobs

Ombligos sin fronteras
Ricardo Bada

Literatura femenina
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Los tiros con chanfle y el Principio de Bernoulli
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Columnas:
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Hugo Gutiérrez Vega

Con Noica en Bucarest

Para Leandro Arellano

Rumanía ha dado algunos de los grandes ensayistas del pensamiento moderno: Mircea Eliade, Constantin Noica, Emile Cioran, Ioan P. Couliano, entre otros. Eliade se refugió en la Universidad de Chicago; Noica aguantó, al lado de Blaga, el gran poeta y filósofo notable, el temporal dictatorial del paranoico (retiro esta palabra, ya que funcionaría como atenuante de la responsabilidad penal) conducator que llevó a Rumanía a la miseria y la hundió en la barbarie autoritaria. Cioran se fue muy pronto a París y Couliano huyó en cuanto pudo y se unió a Eliade en Chicago y en el mundo de la historia de las religiones.

Conocí a Noica en Bucarest. No salía de su casa y pasaba la vida en retiro, leyendo y escribiendo su genial ensayo sobre las enfermedades mayores del espíritu europeo. Tuvimos una cena en su departamento. Me acompañó Georges Lazarescu, el director del Centro de Estudios Italianos de la Universidad Bucarestina. Nos sirvieron un plato de mamaliga (una especie de polenta o, para ser más exacto, de tamal de cazuela. Los rumanos son hijos del maíz como nosotros), con sarmale (hojas de col rellenas de carne) y una ensalada de castraveti (pepinos). Nos acompañó un vino blanco muy seco que nos ayudó a gozar en plenitud de la palabra del viejo pensador en exilio interior. El chiste político (los rumanos lo manejan con maestría) hizo su aparición y Lazarescu nos contó que un señor bucarestino fue encarcelado una noche inquieta. A la mañana siguiente salió al patio y se puso a charlar con sus compañeros de prisión. Compararon delitos y condenas. Uno padecía prisión por haber cometido un fraude. Lo sentenciaron a ocho años de trabajos forzados. Otro estaba preso por un homicidio y lo condenaron a veinticinco años. Cuando le llegó su turno, el recién llegado informó a los veteranos que le habían echado dos años. Cuando le preguntaron qué clase de delito había cometido, contestó que él no había hecho nada. “¡Que injusticia!”, exclamaron los delincuentes: “Por nada es un año.” Así, con este humor negro, se defendían las víctimas del conducator de cuyo nombre no quiero acordarme (nuestro santo patrón literario dixit).

La segunda parte de la tertulia giró en torno a tres personajes del pensamiento y el arte de la antigua Dacia ovidiana: Panait Istrati, Mijail Sebastian e Ioan P. Couliano. Pensamos en la Comorofca, el barrio griego de Braila, la ciudad danubiana, y en Kyra Kyralina, el entrañable personaje de Istrari que emocionó profundamente a Romain Rolland. La plática en torno a Mijail Sebastian nos llevó a los terrenos de la época fascista rumana presidida por Codreanu, el líder del cursi y horrendo movimiento que llevaba el peregrino nombre de Legión del Arcángel San Miguel. Sebastian, gran dramaturgo (su obra más cuajada es El juego de las vacaciones) y original pensador, andaba por esos terrenos y, cuando se dio cuenta de la fealdad moral del fascismo, salió por piernas y lanzó valientes críticas a la Legión. Sebastian murió joven en un accidente carretero y la Legión se convirtió en La Guardia de Hierro, “brazo ideológico y retórico” del conducator Antonescu. Couliano salió a la plática por la forma en que lo asesinaron en un retrete de la Universidad de Chicago: sentado, defecando y con una bala de rifle 22 con silenciador. Esos crímenes y su acompañamiento de ritual vejatorio fueron típicos de la legión o, algunos años más tarde, de la Securitate, la policía secreta del conducator hecho papilla sanguiñolenta (en compañía de su paranoica consorte) por su propio pueblo, aquella noche de los cuchillos y los cuernos de chivo largos que puso punto final a la dictadura más paranoica de todas las sufridas por los pobres y entrañables rumanos. Recordamos la colaboración de Couliano con Mircea Eliade en el Diccionario de las religiones, así como la maestría formal, la enorme información y el acercamiento original con los que Couliano escribió su admirable libro titulado Más allá de este mundo.

Salimos de casa de Noica cuando ya empezaba la amanecida. Ese mismo día me fui a Sinaia y me sumergí en el sortilegio de los Cárpatos.

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