Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 14 de octubre de 2012 Num: 919

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Episodio de primavera
Iáson Depoundis

Transparencias
de Fuentes

Bárbara Jacobs

Ombligos sin fronteras
Ricardo Bada

Literatura femenina
en Puerto Rico

Carmen Dolores Hernández

Los tiros con chanfle y el Principio de Bernoulli
Norma Ávila Jiménez

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Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
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Galería
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Mentiras Transparentes
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Al Vuelo
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La Otra Escena
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Cabezalcubo
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Javier Sicilia

Paralelismos atroces

Antes de salir hacia Estados Unidos en la Caravana por la Paz, mi amigo Jacobo Dayán Askenazi, director del Museo Memoria y Tolerancia, me abrazó a las puertas del museo y me entregó un texto escrito por su mano:  “Weimar y México”.  Hacía ya tiempo –desde que escribí mi novela El fondo de la noche y trabajaba en el proyecto de una novela sobre Dietrich Bonhoeffer, novela que el asesinato de mi Juanelo frustró, como frustró tantas cosas en mi vida– que me había sumergido en la historia de la Alemania nazi.

De cara al horror de mi país encontraba profundos vínculos entre la irracionalidad nazi y la irracionalidad de la guerra contra las drogas. Sin embargo, no fue sino hasta la lectura del texto de Dayán que algo que intuía se me impuso: el paralelismo entre lo que fue la incipiente República de Weimar y la nuestra que concluyó en el fracaso de la democracia y en la instauración del nazismo.

Al igual que está sucediendo en México, la atmósfera de los años de Weimar era igual de sofocante y violenta:  “Los asesinatos en serie –dice Dayán– eran cotidianos, la corrupción gubernamental y empresarial, inmensa; se vivía una gran agitación política; el electorado fragmentaba su voto, un gran número de mujeres eran violadas y asesinadas; había una gran crisis moral y un alto índice de desempleo.”

Dayán, sin embargo, no se queda en la pura descripción de la realidad social y política. A la luz de la literatura, del cine y de la música de aquella época, encuentra otros paralelismos que iluminan más esas zonas: el repudio del pasado y de la autoridad (Werfel y Kafka); el retrato de la violencia cruda, el poder fuera de control, el vínculo entre violencia y delincuencia, la corrupción del Estado (Fritz Lang, Kurt Weill y Bertolt Brecht). El propio Brecht y Weill, en La ópera de los tres centavos, prefiguraron en el personaje Mackie Messer –un criminal despiadado que adquiere la estatura de un héroe– el rostro de los santones de los narcocorridos.

Detrás de todo ese universo, que abría una profunda grieta en el sueño democrático, emergía terrible, atroz, el totalitarismo nazi.

Ciertamente el nazismo no se instaurará en nuestro país –nuestras raíces se hunden en otro imaginario. Sin embargo, detrás de la misma descomposición que describe Dayán en la Alemania de Weimar, el anuncio de un nuevo régimen autoritario, tan atroz en su intensidad, como lo fue el nazismo, se insinúa. Frente al nihilismo que vivimos, el retorno del PRI –un régimen asociado con formas dictatoriales–, la corrupción y la incapacidad de los partidos y de la clase política para crear una agenda de unidad nacional, la constante militarización del país, el servilismo de los gobiernos a los capitales de la muerte, el desprecio del Estado por las víctimas y la creencia de muchos en que la mano dura puede garantizar el orden, abren el camino a formas totalitarias que México no ha conocido jamás y cuyo espejo puede mirarse en el de la Alemania nazi o en el de las dictaduras latinoamericanas.

De hecho, la manera en que los criminales están asesinando, las violaciones a los derechos humanos de las fuerzas armadas, la intención de aprobar la Ley de Seguridad Nacional, que legalizaría la actuación del Ejército en territorio mexicano, la manera en que el Estado da la espalda a las víctimas y quiere borrar su memoria bajo epítetos que, con el estropajo del eufemismo, recuerdan los epítetos con que los nazis justificaban el exterminio:  “bajas colaterales”,  “criminales que se matan entre ellos”,  “algo habrán hecho”, etcétera, insinúa ya el horror que puede establecerse como una cotidianidad cada vez más brutal y despiadada.

Yo, junto con otros, no he dejado de buscar una salida a ese horror. Sin embargo, el nihilismo parece continuar el mismo derrotero que Dayán describe en su artículo al hablar de Weimar. Frente a él, en el centro del intolerable rostro que marcó sus horrendos rasgos en mi vida, escucho aterrado las palabras de Kierkegaard: “Un individuo no puede ayudar ni salvar una época: sólo puede decir que está perdida.”

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.