Portada
Presentación
Bazar de asombros
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Tres días en bagdad
Ana Luisa Valdés
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Todos los hijos son poesía
Ricardo Venegas entrevista
con Rocato Bablot
De la saga chiapaneca
de Eraclio Zepeda
Marco Antonio Campos
Habermas y la crítica
de clases
Agustín Ramos
Una mujer de la tierra
Dimas Lidio Pitty
El alma rusa en Latinoamérica: breve historia de una seducción
Jorge Bustamante García
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Platónov, fundamental
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Columnas:
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Las Rayas de la Cebra
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Bemol Sostenido
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Verónica Murguía
Piensa mal y acertarás
Como todos los mexicanos, soy paranoica. Desconfiada, recelosa, incrédula, maliciosa, suspicaz, descreída. Escéptica. Haber nacido en este país significa que para cierta edad uno ya fue engañado, bolseado, chamaqueado, estafado y burlado. Le han pedido mordida, cobrado la luz del vecino, vendido kilos de ochocientos gramos, perfumes falsificados, alcohol malo disfrazado de brandy, ropa con etiquetas falsas y se ha dado de narices con el mendigo lastimero que fingía ser mudo, cuando éste pedía a gritos otro taco de maciza.
A mi edad uno ya no regala latas de atún para los damnificados si el camión que las lleva no tiene el logo de la UNAM, ni cree que los excedentes que ha acumulado PEMEX en estos diez años panistas, más de 521 mil millones de pesos que nadie sabe para qué se han usado o dónde están, vayan a servir para mejorar el país. Si los políticos ponen cara de circunstancia ante cualquier asunto, me los imagino riéndose en el baño o detrás de la puerta de sus oficinas. Si Gabriel Quadri de la Torre, el candidato del PANAL, jura que su campaña no ha usado dinero del ISSSTE, no le creo. Al contrario, logra sembrar la certeza de que ahí viene el escándalo.
Este es el país en el que el inefable exlíder del Partido Verde, el junior González Torres, intentó vender reservas ecológicas para construir hoteles. Es más, el Partido Verde de México no es considerado como un partido con una agenda ecologista por el resto de los partidos verdes del mundo, por lo que el Partido Verde Europeo solicitó su expulsión de la carta de los Green Parties.
Cuando en los titulares de los periódicos aparecen encabezados que nos advierten de, por ejemplo, el fenómeno casi universal del espionaje telefónico, generalmente murmuro un furibundo lo sabía. La imagen de un pobre empleado del CISEN, con auriculares y oyendo mis conversaciones, aburrido hasta el llanto, es una de las que acuden a mi mente cuando escucho cualquier ruido raro en el teléfono.
Me lo imagino en mangas de camisa, en un cubículo pintado de verde, amueblado con un sillón forrado de vinipiel y una mesa con cubierta de formica. Por lo general me lo represento con un vaso de unicel en la mano. El café que llena el vaso es inmundo, pero no es lo peor. Es el tedio. El pobre ya conoce las opiniones de mi familia acerca del gobierno, la guerra de Calderón, las campañas políticas o la visita del Papa. Pero escuchar conversaciones ajenas es su trabajo, así que se tiene que soplar largos intercambios entre señoras que discuten los méritos del retinol; señores que alaban la UEFA (eso sí le gusta, pero considera que quien habla es villamelón); libros –entonces se frota los párpados con un gesto de hartazgo–, y chismes babosos.
Y cada vez que menciono esta imagen, mi interlocutor asiente y procede a describir su propia fantasía. En lugar de preguntar “¿Por qué estarían interesados en nosotros?”, respuesta quizás lógica, el mexicano medio menciona múltiples casos de espionaje. Conversaciones, correos, el atroz Góber precioso y sus cómplices horribles; el patibulario Julio César Godoy y la Tuta. En lugar de pensar que uno es inocente, a diferencia de los mencionados, uno piensa que ellos son poderosos y uno no.
En estos días me llené de desconfianza ante los espectaculares amarillos que, por toda la ciudad, agradecen al Papa el reconocimiento de los beatos cristeros. También he visto anuncios de una película titulada Cristiada. Ya ni la amuelan. No se nos vaya a olvidar que somos un país dividido respecto del papel de la Iglesia en política. Si de verdad el Papa vino a contribuir al proceso de reconciliación, ¿por qué hizo hincapié en recordar una guerra ya pasada? ¿No basta con la presente?
Las extrañas declaraciones del señor Luis Fernando Guevara, miembro de los Caballeros de Colón, sobre la gira de las reliquias cristeras por todo México, provocan una sensación incomodísima. Que si son reliquias de primera mano, pues cada relicario trae un huesito (sic) del mártir; que recorrerán la República, que si es hora de recordar esa guerra, reconocer a las víctimas. Pero la Iglesia no da buenos ejemplos: el papa Juan Pablo II pidió perdón por las Cruzadas (siglos XI, XII y XIII), en el año 2000. Nueve siglos después.
Por eso no creo nada. Me los imagino, a jerarcas políticos y católicos, mirando la Constitución y encogiéndose de hombros con una sonrisita. “Qué tanto es tantito”, han de haber dicho.
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