Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de octubre de 2011 Num: 867

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Regalo
Jaime Caballero

Tocando esta juventud
Nikos Karouzos

Tomas Tranströmer: un compromiso con la luz
Ana Valdés

Un Alfonso Reyes llamado Nicolás Gómez Dávila
Ricardo Bada

El tirano democrático
y la libre servidumbre

Fabrizio Andreella

Cien años de La muerte
en Venecia

Enrique Héctor González

El doble rostro de Doble R
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Esas gloriosas mentiras

Edgar Aguilar


Cartas sobre la poesía,
Stéphane Mallarmé,
(Selección, traducción, prólogo y notas de Rodolfo Alonso),
Ediciones de Medianoche/Instituto Zacatecano de Cultura/,
Universidad Autónoma de Zacatecas, México, 2010.

Puede definirse a Stéphane Mallarmé, sin riesgo a equivocarnos, como el poeta de los poetas y, más aún, de la poesía. En él confluyen los más preciados dones del lenguaje. Su obra habría de trazar, junto a Baudelaire y Rimbaud, los signos luminosos de una forma de hacer poesía jamás antes devel.

Cartas sobre la poesía da perfecta muestra de ello. De la voluminosa correspondencia de Mallarmé, Rodolfo Alonso tiene el tino de realizar una selección (además de la traducción, el prólogo y las notas) de las cartas personales del poeta francés referentes a su exégesis poética, que abarcan especialmente entre 1866 y 1871, así como su último período de vida, de 1891 a 1898.

Hay valiosísimos descubrimientos en estos registros epistolares que exigen, me parece, en algunos pasajes, una lectura sumamente cuidadosa, no por eso menos placentera. En una carta fechada el 28 de abril de 1866, por ejemplo, en la que desborda todo su entusiasmo en la redacción de su Hérodiade, Mallarmé confiesa, en una exaltación de sí mismo por demás curiosa, a su amigo Henri Cazalis: “¡Para que te hable con esta firmeza, yo que soy la víctima eterna del Desaliento, es necesario que entrevea verdaderos esplendores!”

¿Cuáles son esos “verdaderos esplendores” que Mallarmé se ve obligado a “entrever”? La respuesta es digna de un profeta: “Sí, lo sé, no somos más que vanas formas de la materia, pero bien sublimes para haber inventado a Dios y nuestra alma. Tan sublimes, ¡amigo mío! que quiero darme ese espectáculo de la materia, teniendo conciencia de ella, y, sin embargo, lanzándose locamente en el Sueño que ella sabe no ser, cantando el Alma y todas las divinas impresiones semejantes que se han atesorado en nosotros desde las primeras edades, ¡y proclamando, ante la Nada que es la verdad, esas gloriosas mentiras!”

Asistimos entonces a muchas de las obsesiones que acompañaron a Mallarmé: la Nada, la Belleza, el lenguaje hecho Música, pero nos encontramos también con distintas minucias que guardan profunda relación con su estrecha amistad con editores de revistas literarias, escritores, poetas y artistas (Mendès, Verlaine, Valéry, Zola o Debussy, entre otros) de la época. Algo que no deja de ser en cierta medida sorprendente si se considera a Mallarmé como un genio creador que da casi la misma importancia a su disquisición poética que a la manera en que sus poemas debían ser publicados.

El 18 de febrero de 1896, agobiado por el exceso de trabajo, y con motivo de la consulta entre poetas para elegir a quien debía suceder a Verlaine tras su reciente fallecimiento, Mallarmé escribe al joven Paul Claudel: “Verá que me han promovido, ¡mediante votos! Príncipe de los Poetas, entonces los periódicos me añaden una cola de barrilete con la cual me escapo por las calles sin otra forma de disimularme que reunirme con el cortejo de los bichos raros. Ser un disfrazado a pesar suyo, Claudel, y cuando uno no ama sino al olvido excepto el suyo.” ¡Menuda forma de ser poeta!


Del poder y la paranoia

Juan Gerardo Sampedro


Disparos en la oscuridad, la novela de Díaz Ordaz,
Fabrizio Mejía Madrid,
Suma,
México, 2011.

En julio de 1977, la revista Proceso dedicó la portada a la renuncia forzada de Gustavo Díaz Ordaz de su efímero cargo como embajador en España. El entonces presidente de la República, José López Portillo, nunca se imaginó el rechazo que originaría esa designación. Díaz Ordaz fue recibido en Madrid con mantas que expresaban un solo contenido: “Asesino”: la sombra de los sucesos de Tlatelolco en 1968 lo perseguiría constantemente, como el papalote que sobre él se plantó encima del palco en el estadio Olímpico, el 12 de octubre de ese mismo año, al declarar inaugurada la XIX Olimpiada de la era moderna. Díaz Ordaz renunció aduciendo desprendimiento de retina: “miopía política”, consignó Proceso.

Aquí inicia, para retroceder al recuento de una siniestra y paranoica memoria, Díaz Ordaz/ Disparos en la oscuridad, de Fabrizio Mejía Madrid.

Como toda biografía novelada, el texto de Mejía Madrid se desplaza entre la crónica y la ficción: la personalidad de un ex presidente que odiaba los espejos y que se sentía vulnerable ante los demás porque le podían leer el pensamiento.

De personalidad paranoica, Díaz Ordaz aprendió desde muy joven a obedecer a los poderosos. Siendo gobernador de Puebla, Maximino Ávila Camacho le otorgó en 1937 a “Gustavito” (así era conocido en el medio político), la ciudadanía poblana, requisito indispensable de quienes formaban su grupo cercano.

Díaz Ordaz soportó las humillaciones de Ávila Camacho, pero por igual aprendió de él a reprimir los movimientos sociales y sindicales.

Disparos en la oscuridad gira en torno al ex presidente enfermo y en el abandono quien, en poco más de treinta cuartillas, relee su propia versión de los hechos sobre Tlatelolco en 1968. De apegarse a la realidad, ésa su versión nadie la conocería jamás a pesar de que públicamente, un año después –en 1969– asumiera la responsabilidad ética y política de la masacre.

Desde la secretaría de Gobernación supo manipular a un enfermo presidente López Mateos que lo nombró su sucesor en noviembre de 1963. Conocedor de las trampas y del trabajo sucio, él mismo permitió “para sacar la basura de la casa” que el movimiento popular estudiantil creciera para luego reprimirlo. Pensaba que había una conjura en su contra para destituirlo de la presidencia y boicotear los Juegos Olímpicos. Disparos en la oscuridad es –como lo dice Juan Villoro– “una crónica de la impunidad” sobre uno de los personajes más siniestros de la política mexicana y su enfermiza relación con el clero, los caudillos y la CIA.

Díaz Ordaz murió en 1979. Lo cierto es que se llevó con él su versión de lo ocurrido en 1968 y la sombra de Tlatelolco seguirá permanentemente estacionada encima de su tumba. Disparos en la oscuridad es la biografía de un México que aún no acabamos de conocer del todo.


Nuevas formas de pensar

Jorge Alberto Gudiño


Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?,
Nicholas Carr,
Taurus,
México, 2011.

La discusión en torno al efecto de la tecnología no es algo nuevo. Tampoco lo son los ejemplos que buscan comparar la actualidad tecnológica con otros momentos históricos en los que un medio amenazaba con desplazar al otro. Así, pues, hablar de la imprenta, la radio, el cine, la televisión e, incluso, el teléfono o algunas formas de telecomunicación resultaría redundante. Si acaso, llama la atención el factor común que las engloba: nunca antes una terminó con las anteriores. Por esa razón suena demasiado tremendista el clamor de los que sostienen que internet va a acabar con todos sus predecesores, el libro incluido.

Los argumentos son válidos y se pueden sintetizar de forma clara. Hablar de internet ya no es hablar de esa herramienta abstracta que uno utiliza robándole horas al trabajo. El asunto ha ido mucho más lejos: internet nos acompaña todo el día y a toda hora. Baste ver cómo utilizamos y llenamos de aplicaciones nuestros teléfonos celulares. Pero discutir el tema, enarbolar argumentos asegurando que lo importante no es la herramienta sino la forma en que se utiliza, o sumarse en cualquier grado a las dos posturas radicales que existen en torno al asunto (los fervientes defensores del avance tecnológico o los recalcitrantes fanáticos de la premodernidad) no lleva a nada. Lo relevante radica en aceptar la existencia de estos medios y recursos como algo que se ha insertado, para quedarse, en nuestras vidas.

Nicholas Carr (1959) se ha dado a la tarea de responderse muchas de las preguntas que surgen cuando se aborda el tema. Más allá de puntos de partida bien definidos o de posturas fundadas en las emociones, él llevó a cabo una investigación profunda del fenómeno. En su búsqueda, Carr ha descubierto asuntos inquietantes. Algunos de ellos se basan en experimentos desarrollados por científicos preocupados por la manera en la que el nuevo entorno nos afecta. Así, pues, se puede demostrar de manera contundente que el uso indiscriminado de la computadora, internet y las redes sociales en la forma en la que lo hacemos hoy en día conlleva determinadas consecuencias. Entre ellas destaca la pérdida de la concentración. No es raro que nuestras escuelas y universidades estén habitadas por un porcentaje creciente de alumnos con déficits de atención.

Algunos de los experimentos muestran cómo es que esto sucede. Si se le da un texto impreso a una persona, ese mismo texto desplegado por una pantalla y ese texto desplegado incluyendo hipervínculos (aunque no los active) los procesos mentales son diferentes. Al parecer, basta con la simple posibilidad de distracción para que nuestra mente deje de concentrarse en lo que está leyendo. Y, si es así, esta posibilidad se exacerba con quienes han utilizado internet con regularidad: nuestro cerebro se ha acostumbrado a tomar decisiones cuando se topa con una palabra “resaltada”, con un link que apunte a algo más. Incluso la decisión de ignorarlo implica un ejercicio mental que no es compatible con la lectura. Y el cerebro de cualquiera que haya utilizado internet sabe de estas posibilidades. Lo alarmante es que bastan unas cuantas exposiciones al medio para que la mente se adecúe a la nueva forma de procesar la información.

Ejemplos como el anterior los hay por docenas en Superficiales. También algunos que hablan sobre los aspectos positivos de internet, como el hecho de aumentar ciertas habilidades espaciales. Al margen de ello, no debe entenderse al libro como una crítica a nuestra realidad hipertecnologizada. Por el contrario, es un llamado de atención. Resulta innegable que nuestros cerebros funcionan de manera diferente, a nivel neurológico, que hace apenas un par de décadas. Es un cambio tan real como irreversible. Por eso no tiene sentido luchar contra él. Aunque tampoco es el momento de resignarse.

Nicholas Carr nos hace conscientes de lo que nos está tocando vivir mediante una prosa clara y profunda que cautiva de inmediato. También nos habla de los cambios, del porvenir y de las alternativas que existen para ser habitantes de los dos mundos sin menoscabo del otro. Al hacerlo, no sólo nos abre un panorama que, para muchos, se estaba clausurando. También nos invita a no dejarnos llevar por la corriente, sino ser partícipes de ella al tiempo que nos resistimos a su arrastre. A fin de cuentas, se mire por donde se mire, no podemos sino sabernos parte de este momento histórico. Lo que nos corresponde es actuar en consecuencia.


 


La Otra, revista de poesía,
artes visuales y otras letras,

núms. 11 y 12,
México, año 3,
abril-junio y julio-septiembre de 2011.

Estos son los dos más recientes números de la publicación que conduce el editor y poeta José Ángel Leyva. El número 11, dedicado al poeta Antonio Gamoneda, ofrece textos dedicados a la obra del español escritos por el propio Leyva, Juan Gelman, Jordi Villaronga, Rodolfo Häsler y Juan Manuel Roca, además de dos poemas del propio Gamoneda. En gráfica, se presenta un dossier del fotógrafo Yima Medrano y un ensayo alusivo de Fernando Andrade Cancino. El número 12, por su parte, tiene como figura homenajeada al chileno Hernán Lavín Cerda, sobre cuya obra escriben Leyva, Eduardo Casar, Rodolfo Mata y Hernán Bravo Varela. En “otras letras” se incluye un relato de Jaime Echeverri; en “Lengua de sastre” hay sendos ensayos, uno de Carmen Ruiz Barrionuevo sobre la poesía de José Emilio Pacheco y otro de Marco Antonio Campos sobre el italiano Emilio Coco.



Blanco Móvil,
núm. 118,
México,
verano de 2011.

Con el tema general “Violencia, literatura y vida cotidiana”, la publicación dirigida por Eduardo Mosches pone el dedo en la llaga del tema recurrente, urgente e insoslayable de estos días que corren en México. Escriben, entre muchos otros, el uruguayo Alfredo Fressia, el catalán Pere Casanovas, la italiana avecindada en México Francesca Gargallo, Floriano Martins, así como los mexicanos Guillermo Vega, Agustín Monsreal, Saúl Ibargoyen, Clay González, Claudia Hernández del Valle-Arizpe, Mayra Luna y un largo etcétera.



Rojo-Amate, revista de política, economía y cultura,
núm. 5,
año 2, México,
agosto-octubre de 2011.

Dirigida por Julio Moguel, esta publicación trimestral de vocación colectiva presenta como su tema central de esta entrega “México: ayer y hoy”, integrado por tres ensayos: “La impunidad y la generación del fuego (recordando el 10 de junio)”, del colega Arturo Cano; “Siete tesis sobre los saberes colectivos”, de Arturo Argueta Villamar, así como “Revisitando el Plan de Ayala: herencias para una sociedad justa”, de Carlos San Juan Victoria. Bajo el rubro “Economía y política en los gobiernos de izquierda del DF” aparecen ensayos, entre otros autores, de Pablo Yanes, Raúl Cabrera, José Roa y Ana Cristina Ramírez Barreto.