Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de octubre de 2011 Num: 867

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Regalo
Jaime Caballero

Tocando esta juventud
Nikos Karouzos

Tomas Tranströmer: un compromiso con la luz
Ana Valdés

Un Alfonso Reyes llamado Nicolás Gómez Dávila
Ricardo Bada

El tirano democrático
y la libre servidumbre

Fabrizio Andreella

Cien años de La muerte
en Venecia

Enrique Héctor González

El doble rostro de Doble R
Vilma Fuentes

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Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

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Corporal
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Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
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Jorge Moch


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El tirano democrático
y la libre servidumbre


Foto: onmoneymaking.com

Fabrizio Andreella

En los últimos cinco mil años, como lo señala el historiador británico A. J. Toynbee (1889-1975) en su Mankind and Mother Earth, el mayor objeto de culto de la humanidad ha sido el Estado soberano, “deidad que ha reclamado y conseguido hecatombes de sacrificios humanos. […] Siempre, toda la humanidad, con la excepción de pequeñas minorías, ha considerado el asesinar y el ser asesinados en guerra como empresas no solamente justas, sino también admirables y gloriosas”. ¿Por qué? ¿De dónde saca –tanto en la Antigüedad como hoy– su fuerza y su esplendor esa deidad tan multifacética y maciza que es el Estado?

Conjeturas desde el siglo xvi

Un joven francés del siglo XVI, Etienne de La Boétie (1530-1563), fraternal camarada de Michel de Montaigne, puede acercarnos a este asunto con su breve texto Sobre la servidumbre voluntaria, que escribió presumiblemente a los veinticuatro años. En él se pregunta “cómo tantos hombres, tantas ciudades y tantas naciones se sujetan a veces al yugo de un solo tirano, que no tiene más poder que el que le quieren dar; que sólo puede molestarles mientras quieran soportarlo; que sólo sabe dañarles cuando prefieren sufrirlo que contradecirle”.

La reflexión política y psicológica de este Rimbaud del pensamiento, en palabras de Pierre Clastres, parece dirigirse al poder de uno, al tirano, a la monarquía. Sin embargo, para La Boétie “hay tres clases de tiranos”, y una de ellas es la de quien llega al poder por elección popular y “todo lo debe a la voluntad de sus conciudadanos”. Queda claro entonces que, sin importar la forma en que se organiza y se despliega, tirano es el mismo poder, o sea quien impone, de cualquier forma, su propia voluntad como interés público.

El tirano democrático

“Es cosa muy común a esta clase de tiranos –argumenta hablando de los elegidos– mirar luego como una propiedad lo que únicamente recibieron por gracia de los pueblos.” La diferencia con los otros déspotas está en la manera de ganar el poder, pero “casi siempre el modo de reinar es parecido. Los elegidos tratan a los pueblos como a toros que deben domarse; los conquistadores disponen de ellos como de una presa que les pertenece, y los herederos les reducen a la clase de esclavos naturales.”

Lo que aleja La Boétie de los ideólogos militantes y lo acerca a los grandes exploradores de la realidad humana, es el enfoque de su indagación. Su objetivo es abatir la aquiescencia al señorío, porque el cambio político y social pasa primero por la conciencia del estado de dominación sufrido y del absurdo de esa condición.

¿Entonces, por qué el pueblo “se esclaviza y suicida cuando, pudiendo escoger entre la servidumbre y la libertad, prefiere abandonar los derechos que recibió de la naturaleza para cargar con un yugo que causa su daño y le embrutece”? Hoy, estas preguntas son, de hecho, un rendezvous para la política y el psicoanálisis, la ética y la psicología de las masas, aflato revolucionario y el arte de la persuasión y del consenso.

Sobre la servidumbre voluntaria es un clásico del pensamiento libertario. Plantea unas preguntas que siguen sin respuesta y que desafían incluso la sociedad postmoderna, donde la democracia del debate y de los argumentos racionales se ha convertido en la mediocracia del enfrentamiento y los eslóganes emocionales.

La elección de la servidumbre

Para dar contexto al discurso de La Boétie hay que decir que la Francia del siglo XVI es un país arrasado por conflictos religiosos y levantamientos populares. En esa época la sociedad civil experimenta el nacimiento del Estado moderno, que trata de organizarla y dominarla con la creación del aparato burocrático, así como de ocupar espacios que hasta entonces eran libres y autónomos. En ese contexto, el amigo de Montaigne identifica los elementos que inducen al hombre a arrodillarse ante un poder que lo desdeña. No son las armas y la violencia, sino instrumentos de sedación y seducción, el mágico dúo que hoy el medio televisivo se encarga de esparcir.

La Boétie inicia con la costumbre que, “ejerciendo un dominio irresistible sobre todos los actos de nuestra vida, parece que en ninguno ha puesto tanto empeño como en enseñarnos a ser esclavos”. Con la práctica frecuente, hemos adquirido el hábito de “tragar sin encontrar amargo el veneno de la esclavitud”. Como dice John Stuart Mill (1806-1873) en su ensayo On Liberty: “La tiranía de la costumbre es un obstáculo al desarrollo humano, porque limita la aspiración hacia lo mejor. “

Sigue con la ignorancia, porque “pueden más los libros y la instrucción que cualquier otra cosa para fomentar entre los hombres el sentido de reconocerse y el odio a la tiranía. Por esto [el tirano] no permite en sus Estados otros sabios más que aquellos que pueden lisonjear su despotismo.”

El tercer punto es la atomización social, ya que “por más que la libertad tenga muchos celosos partidarios […], el tirano les priva de toda libertad, de obrar, de hablar y hasta de discurrir; sus pensamientos no pasan de ellos mismos”.

El cuarto es el papel de la diversión: “Teatros, juegos, farsas, espectáculos, gladiadores, animales extraños, medallas, etcétera, fueron para los pueblos antiguos los incentivos de la esclavitud, el precio de su libertad, los instrumentos de la tiranía. Alucinados los pueblos, cebados en pasatiempos frívolos y hechizados por vanos placeres, se acostumbraron paulatinamente a ser esclavos.” El análisis de la coincidencia política de “pan y circo” en el mundo antiguo es despiadada: “En las frecuentes distribuciones de trigo, de vino y hasta de dinero, contestaba el pueblo con descompasados gritos de ¡Viva el Rey! ¡Imbéciles! No se daban cuenta de que con aquella falsa generosidad no hacían más que recobrar una mínima parte de lo suyo, y que el tirano no se lo hubiera podido dar si antes no se lo hubiera usurpado.”

Otro elemento es el carisma construido con el engaño por parte de “los que cometen toda clase de daños a la sombra de las frases lisonjeras de bien común y felicidad pública, halagando con ello al pueblo.”

(Al joven francés que nació tres años después de la muerte de Maquiavelo, le habría llamado la atención una pequeña caja negra con pantalla luminosa, que cinco siglos después de su análisis se encuentra en todos los hogares del mundo y reparte raciones diarias de rutina, ignorancia, atomización social, diversión, falso carisma.)

La distribución democrática de la tiranía

La Boétie agrega a su elenco lo que considera el asunto decisivo, “el principal secreto y resorte de la dominación, el más grande apoyo y fundamento de la tiranía”. Quien gobierna hace de su poder una telaraña de privilegios, una pirámide de abusos con los cuales sus cortesanos pueden ejercer el placer del caudillaje: “Los favores y beneficios que prodigan los tiranos se dirigen únicamente a aumentar el número de quienes consideran provechosa la tiranía, en términos que pueda rivalizar con el de los amantes de la Libertad.”

El sistema es muy simple y eficiente: conceder a varios subordinados el privilegio de pequeñas tiranías para que se enfoquen sobre su poderucho y olviden su servidumbre. Así, los apparatchik, los burócratas del poder, sostienen al tirano “para participar del botín y constituirse ellos mismos en tiranos subalternos”. Ellos “saben soportar vilmente los ataques [del tirano], con tal de poder vengarse, no contra el opresor común, sino contra quien aguanta como ellos el yugo sin reaccionar.” Son la estratificación jerárquica y la difusión capilar del poder que inducen a “abrazar voluntariamente y con ahínco la esclavitud”.

Entonces, la tiranía puede perpetuarse sólo gracias a su paradójica disposición “democrática” a dispensar fragmentos reales o imaginarios de ella misma al menudeo. La subordinación es aceptada libremente por los funcionarios del poder (de cualquier poder) porque al mismo tiempo ejercen también su dominio (con electores, ciudadanos, empleados, esposas, parroquianos, pacientes, hijos, países más pobres, etnias olvidadas, minorías de cualquier tipo). Con la concesión de una rebanadita de autoridad, la cadena del poder que nos oprime compra nuestro beneplácito. Somos siervos porque no renunciamos a ser también tiranos. El sacerdote italiano Lorenzo Milani (1923-1967), que por su defensa de la objeción de conciencia al servicio militar fue procesado por apología del delito, tenía razón: “La obediencia ya no es una virtud sino la más sutil de las tentaciones.”

Simios e indiferencia

Nadie carece de responsabilidad social. La democracia es un bien que, sin la vigilancia de todos, puede transformarse en una caja de Pandora para una multitud de pequeños tiranos que se ocupan de su interés privado gracias a su poder público. El descuido indolente es la antesala de la servidumbre. La indiferencia, la incapacidad de percibirse como protagonistas del destino colectivo y parte de la historia desembocan en la sumisión voluntaria.

“Odio a los indiferentes. Creo que vivir es tomar partido. Quien verdaderamente vive no puede dejar de ser ciudadano y partidario. Indiferencia es abulia, es parasitismo, es cobardía, no es vida.”

Así principia un memorable y vibrante artículo de Antonio Gramsci publicado el 11 de febrero de 1917 en plena Gran guerra. El intelectual y político comunista quería evidenciar que los responsables del desastre bélico tenían un soporte formidable en el consenso pasivo de las mismas masas abúlicas que se autoexcluyen de la vida social y política: “Lo que ocurre, el mal que se abate sobre todos, no se debe tanto a la iniciativa de los pocos que actúan, como a la indiferencia de muchos. Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunos lo quieran, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad.” Stuart Mill anticipa y flanquea con su distanciado sarcasmo británico la sanguínea indignación mediterránea de Gramsci sentenciando: “Aquel que deja que el mundo –o el país en que vive– escoja para él su plan de vida, no tiene necesidad de otra facultad más que la de imitación simiesca.”

Voluntad y responsabilidad

La servidumbre, entonces, es una condición que tiene algo de voluntario; el súbdito es responsable, tanto como el tirano, de su existencia. Es una posición muy difícil y controvertida porque parece responsabilizar de su pena a quien la sufre. Sin embargo, hasta su asesinato mediante una paliza policial perpetrado por el régimen racista de Pretoria, el mismo activista antiapartheid sudafricano Stephen Biko (1946-1977) no se cansó de decir a sus hermanos negros: “La mejor arma en manos del opresor es la mente del propio oprimido.”

También La Boétie había llegado a esa conclusión: “Resolveos a no servir y seréis libres. No se necesita para esto pulverizar el ídolo, será suficiente no querer adorarlo; el coloso se desploma y queda hecho pedazos por su propio peso, cuando la base en que se sostiene llega a faltarle.” Para él, la libertad interior que se consigue con la voluntad es la precondición necesaria de la libertad política, la clave para la emancipación. Es una verdad que nadie, ni siquiera el peor tirano, puede sofocar. Afirmación revolucionaria, ya que asevera que la propia condición individual y social son una creación de la mente, de la voluntad: un concepto que, implantado en el debate político, es muy provocador, y que evoca antiguas doctrinas hinduistas y anticipa las últimas fronteras del psicoanálisis y de la física cuántica.

Es la voluntad que transforma el deseo en realidad. Si falta la voluntad, el deseo se vende a aquel poder que promete la libertad a cambio del reconocimiento de su supremacía. Para La Boétie, el anhelo de libertad es lo más sagrado y natural que el ser humano tiene, engañado sí, pero por un tenaz espejismo, es decir por la idea que la libertad es el fruto ofrecido al hombre por un poder. Vivir la libertad y cuidarla de los pequeños tiranos que se esconden hasta en los pliegues de la democracia es la tarea que todos tenemos.