Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de abril de 2011 Num: 840

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La violencia en Cuernavaca
Ricardo Venegas

La raza cósmica:
85 años de utopía

Andreas Kurz

El blog, otro confín
de la creación literaria

Ricardo Bada

Libertad: la demanda
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Una entrevista con el poeta sirio Adonis

Tres poemas
Adonis

Guillermo Scully,
las formas, el color
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Francesca Gargallo

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La raza cósmica: 85 años de utopía

Andreas Kurz

La revista Letras Libres registró, en marzo de 2010, La raza cósmica como uno de los doce libros del siglo XX mexicano, el tercero de la serie, después de La sucesión presidencial en 1910 y El verdadero Díaz y la revolución (de Francisco Bulnes). Se evalúa el impacto social y político de los textos. Que el libro de Madero tuviera tal impacto, nadie lo pondría en tela de juicio. ¿Pero los escritos de Vasconcelos? ¿Y precisamente La raza cósmica? El ensayo de 1925 suele leerse con cierta malicia, a manera de una curiosidad histórica. Rafael Lemus, el crítico de Letras Libres, no escapa ni a la tentación de burlarse de Vasconcelos, ni de repetir los reproches que suelen aplicarse a La raza cósmica. El libro es racista, irracional, totalitario, contradictorio. Lemus tampoco escapa a la fascinación que el ensayo ejerce a pesar de todo. Fascinación que se explica por la radicalidad del texto, escrito sin compromisos y sin autocensura, sin fines estéticos declarados, con propósitos políticos claros y la esperanza de que la escritura efectivamente pueda influir en el mundo, pueda dirigir el curso de la historia. Es sabido que Vasconcelos abominaba del arte por el arte y se oponía a las búsquedas formales de sus compañeros del Ateneo de la Juventud. “Desde entonces me preocupaba el contenido y no la forma”, escribe en Ulises criollo, para admitir más adelante, de manera melancólica, que no tiene acceso a la poesía, que desde temprano se ha dado cuenta de su “incapacidad para la forma”. La escritura en Vasconcelos es acción. No influye en el lector mediante la retórica fina, sino busca la provocación directa, busca, en otras palabras, el diálogo beligerante, la polémica y la confrontación entre opiniones opuestas. Lemus comete, en este contexto, un error grave cuando equipara el pensamiento utópico de Vasconcelos con las disquisiciones filosóficas de Thomas Mann en La montaña mágica: “Leemos esos fragmentos con la misma sonrisa sardónica, entre sabionda y clemente, con que repasamos las ya insostenibles parrafadas científicas de, por ejemplo, La montaña mágica.” Lemus olvida que no hay certezas científicas en la gran novela de Mann, que Hans Castorp, el ingenuo buscador de verdades, se halla desubicado y sin rumbo en medio de los eternos pleitos metafísicos entre Settembrini y Naphta, para darse cuenta, al final de la narración, que cualquier búsqueda de verdad es infructuosa si implica posturas dogmáticas. El sanatorio en los Alpes suizos, lugar a-histórico, resulta una trampa fatal. La utopía que, en este caso, incita a una vida al margen de la historia real, termina en el desastre de la primera guerra mundial. Vasconcelos, de su parte, es dogmático. No importa si es un Settembrini o un Naphta, el pensamiento expresado en La raza cósmica nunca invita a un diálogo pacífico. La discusión con el libro termina en pleito, así como los dos sabios de Mann terminan como enemigos mortales, igualmente podridos en su interior. La comparación Vasconcelos-Mann funciona, pero sólo si aceptamos que Vasconcelos podría ser otra figura ficticia con alto valor simbólico en la novela de Mann.


Aarón Piña Mora, mural
La profecía de la raza cósmica (fragmento)

El racismo de Vasconcelos es obvio, su lugar utópico se reserva a una elite mestiza: los negros y asiáticos no tendrán acceso a él, serán eliminados por la ciencia del día, la eugenesia. En otros términos: la utopía de Vasconcelos podría ser realizable porque –así parece creer por lo menos su autor– se basa en procedimientos técnicos medibles. Probablemente este afán realista genera la diferencia decisiva entre la utopía del escritor mexicano y las ideadas por los clásicos del género. Resulta difícil imaginarse que Platón o Moro hayan diseñado sus lugares ideales para el uso práctico. Son mundos artificiales construidos para otros mundos, sólo serán realizables bajo circunstancias radicalmente diferentes a las que predominan en los mundos de sus autores. Nos hallamos ante una tautología: la utopía se realizará cuando se pueda realizar la utopía, mas entonces ya se vivirá en medio de la utopía.

Antes y después de Spengler

Vasconcelos, sin embargo, concibe sus ideas como realizables a mediano plazo, pretende no sólo escribir y proponer una utopía, sino a la vez concretarla. El trasfondo filosófico de los años veinte en México es propicio para lo intentado en La raza cósmica. Irracionalismo e intuicionismo provenientes de Alemania y Francia predominan el pensar del Ateneo y, poco más tarde, del grupo de Contemporáneos cuya cercanía a Vasconcelos es conocida. Nietzsche, Henri Bergson y muy especialmente Oswald Spengler son los pensadores de cabecera de un gran número de intelectuales mexicanos, Vasconcelos entre ellos. Redacción y publicación de La raza cósmica coinciden con la edición de la primera traducción española de La decadencia de Occidente, la obra maestra de Spengler. Los cuatro tomos aparecen entre 1923 y 1927, traducidos a iniciativa de Ortega y Gasset. No cabe duda de que Vasconcelos conoce el texto por lo menos de manera fragmentaria. Tampoco cabe duda de que no hubo recepción profunda en América Latina de las ideas spenglerianas que atraen en primer lugar por su maniqueísmo, porque incitan a la polémica intelectual. La afinidad con la manera de pensar vasconceliana es clara. Si Europa caduca, entonces América Latina podría ser su sucesora; si una verdadera cultura se basa en sus símbolos originarios, entonces hay que averiguar cuáles son esos símbolos en Cuba, México, Argentina, etcétera. Vasconcelos traza en La raza cósmica el camino hacia el relevo cultural. Spengler justifica la utopía del pensador mexicano y, lo que es más preocupante, la masacre de la primera guerra mundial –recuerdo vivo para Vasconcelos– parece exigir su realización pronta.

En 1925 las ideas spenglerianas siguen vigentes en Europa. Sin embargo, al mismo tiempo se les opone una corriente basada en la estricta racionalidad del pensamiento originada sobre todo por el Círculo de Viena y por dos de sus disidentes, ellos mismos enemigos intelectuales irreconciliables: Wittgenstein y Karl Popper. El “racionalismo crítico” de Popper pretende relativizar y, en ocasiones, ridiculizar las propuestas (pseudo)científicas basadas en el dogmatismo. Una teoría es una teoría, nos dice Popper, y ninguna teoría podrá ser verificada sino sólo falseada y sustituida por una nueva teoría que –quizás– se acerca más a una verdad que, por definición, es inalcanzable. Marxismo y psicoanálisis, entre otras, son teorías ad hoc, sin valor científico. En ellas los hechos sirven para confirmar y resaltar la teoría. Ésta no explica los hechos, sino sólo a sí misma. Un ejemplo sencillo: Freud busca en los sueños de sus pacientes los elementos que podrían verificar sus teorías múltiples. La teoría así “verificada” explica los sueños de los pacientes y, el colmo de la irracionalidad, pretende curarlos. Si creemos a Popper, el proceso debería funcionar al revés: primero se formula una teoría, luego se observan los hechos bajo la premisa de esta teoría y, caso normal, se rechaza la teoría por insostenible e incompatible con los hechos. Último paso que, al mismo tiempo, es el primero: se formula una nueva teoría. Vista desde esta perspectiva, ninguna utopía es científica. No sólo porque las utopías suelen ser ficciones, sino sobre todo porque, dentro del mundo que generan, son teorías ad hoc y, por ende, truistas: lo que no armoniza con la utopía debe ser excluido para no poner en riesgo su existencia ficticia; es el caso de Platón, que cierra la puerta a los poetas. Mas, repito: las utopías no pretenden ser, en la mayoría de los casos, realizables, ni –mucho menos– ciencia. La utopía formulada en La raza cósmica sí. Vasconcelos cree en la cientificidad del espiritualismo y la esotérica, clara herencia de Henri Bergson, declaradamente uno de sus maestros filosóficos. Su propio postulado de un “a priori estético” en el que ritmo, melodía y armonía generan formas constructivas que producen un orden que no coincide con la lógica de las matemáticas, un mundo en el que la ecuación 1 + 2 no da tres, se ubica de manera consecuente dentro del pensamiento irracional e intuicionista.

El pensamiento serio de Vasconcelos se encuentra en su “monismo estético”, no en La raza cósmica, un texto de propaganda según muchos. No obstante, el espiritualismo entendido a manera de ciencia dura como germen de este monismo estético predomina asimismo el sistema utópico de La raza cósmica. De este modo, la herencia de Bergson se une al maniqueísmo tentador de Spengler y construye Universópolis.

La eugenesia, ciencia irracional si la hay, le proporciona una herramienta valiosa a Vasconcelos. Uno de sus propagadores principales en México ha sido Bernardo J. Gastélum, sucesor de Vasconcelos en la Secretaría de Educación y, meses después, primer secretario de Salubridad. Gastélum podría ser el representante de una eugenesia dura que se propone erradicar definitivamente el elemento indígena estorboso: “No continuar cultivando como plantas valiosas aquellos sectores de especies que no guardan ya ningún mensaje para el porvenir y que representan un grave estorbo a toda labor de altura”, escribe en la revista Contemporáneos y hay pocas dudas acerca de quiénes son “aquellos sectores”. En La raza cósmica, Vasconcelos parece rehuir de tal radicalidad. Polemiza contra “quienes condenan la mezcla de razas, en nombre de una eugénica que, por fundarse en datos científicos incompletos y falsos, no ha podido dar resultados válidos”. Podríamos interpretar que Vasconcelos aboga por el sinsentido de una eugenesia a-científica generada por la estética y el espiritualismo. Escribe: “Por encima de la eugénica científica prevalecerá la eugénica misteriosa del gusto estético” que finalmente logrará la purificación racial y producirá la quinta raza, la cósmica. En otras palabras: Vasconcelos da una receta, las instrucciones exactas para realizar su utopía, hecho que podría poner en tela de juicio inclusive el carácter utópico de La raza cósmica, dado que el “cómo” no suele integrarse en las utopías clásicas. Estamos ante una utopía aplicada, error trágico de ideologías y regímenes totalitarios del siglo XX.

Vasconcelos y la utopía popperiana

Karl Popper empieza en los años veinte, como discípulo y pronto crítico del Círculo de Viena, a desarrollar su propio sistema epistemológico basado sobre todo en la idea de la falseabilidad de las teorías científicas y dirigido precisamente contra las utopías aplicadas cuyo testigo es en la famosa “Viena roja” de los austro-marxistas. Las teorías del irracionalismo no son falseables, por ende no son ciencia. Ninguna predicción puede ser científica, dado que no hay garantía que las regularidades de hoy lo sean también mañana. Una utopía es esencialmente una predicción con variables inseguras. Su cientificidad es nula. Nada malo en esto, según Popper. Lo malo reside en el intento de aplicar una teoría no falseable: los totalitarismos del siglo XX nos dan material suficiente para ejemplificar los peligros inherentes a aplicaciones de este tipo. Por otro lado, Popper formula su propia utopía: la del tercer mundo, el mundo científico objetivo, sin sujeto cognoscente. Se trata del mundo formado por teorías, ideas, hipótesis, experimentos, revistas, academias, libros, artículos, etcétera, pero sin científicos. Se trata quizás de la utopía más consecuente: la racionalidad pura que opera y funciona sin individuos cuya subjetividad es incalculable. No estamos lejos de la diosa Razón de los revolucionarios franceses y, curiosamente, no estamos lejos tampoco de la quinta raza de Vasconcelos. La eugenesia estética, de la que fabula el pensador mexicano, opera de manera subterránea, secreta, sin que políticos o científicos influyan en ella. El tercer mundo popperiano es, de modo parecido, el sustrato subterráneo que garantiza el progreso de las ciencias a pesar de los errores de los científicos, porque progreso ha de haber tanto con Popper como con Vasconcelos.

Agrego: el mercado neoliberal funciona igual, como base inefable del desarrollo económico mundial, fuera del alcance de empresarios y científicos. Utopías aplicadas, utopías peligrosas; el mismo mecanismo rige la Universópolis del pensador mexicano, el tercer mundo del filósofo austro-inglés y el mercado de la Escuela de Chicago.