Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de abril de 2011 Num: 840

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La violencia en Cuernavaca
Ricardo Venegas

La raza cósmica:
85 años de utopía

Andreas Kurz

El blog, otro confín
de la creación literaria

Ricardo Bada

Libertad: la demanda
del mundo árabe

Una entrevista con el poeta sirio Adonis

Tres poemas
Adonis

Guillermo Scully,
las formas, el color
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Columnas:
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Orlando Ortiz

¿Fue ahí donde estuve?

Tal vez sea una encubierta o subconsciente inclinación masoquista la que, a veces, me lleva a sitios donde sé que van a decirse cosas que no pienso, y hasta contrarias a lo que pienso. Me justifico argumentando que escuchar ideas adversas a las de uno es algo positivo porque nos obliga a cambiar –si lo que escuchamos nos convence– o, mejor, a afinar y afilar las nuestras para poder replicar con eficacia y sin dogmatismos. Los dogmas, todo lo sabemos, son cuestiones de fe, no pertenecen al ámbito de la razón y el pensamiento. Por lo tanto, resulta absurdo responder con dogmas a una exposición argumental.

Lo anterior viene a colación porque hace unas semanas sentí que mi razón y sentidos peligraban escandalosamente. Había asistido a la conferencia magistral sobre “Poder y educación superior”, esperando que las palabras de Mario Vargas Llosa fueran un exposición brillante y agresiva, contrapunteando la noción de poder tercermundista con la de educación superior, o algo por el estilo. Un discurso cargado de ideología, de política, de filosofía, de planteamientos cuestionadores en serio del statu quo, sin importar el signo de su posición. En cierta manera, es eso lo que lo ha caracterizado a lo largo de su vida: una actitud crítica, disidente, que partió de posiciones de izquierda para devenir en lo contrario (por desgracia, en ocasiones no le faltaba razón).

Pero también por desgracia  su conferencia magistral sobre “Poder y educación superior” fue una charla peligrosamente teñida de consejos de superación personal y autoayuda. Sin embargo, dudé mucho de que hubiera sido eso porque los medios, impresos y electrónicos, alabaron su exposición y le dieron una importancia desmesurada a sus palabras que, insisto, parecían más dignas de un volumen de superación personal que propias de un premio Nobel. Por eso llegué a preguntarme si se trataba de la misma conferencia a la que yo había asistido.

Una semblanza –bastante desangelada– de su persona fue el centro de la conferencia magistral. De ella, los medios destacaron que el novelista hispano-peruano, en un momento de su juventud había decidido ser feliz dedicándose a lo que le gusta, aunque pasara estrecheces, y no caer en la trampa del mundo actual, que ha identificado la felicidad con el éxito económico. (Me imaginé que de un momento a otro aparecerían en escena Chachita, el Pichi, la Chorreada y el Torito. Pero no fue así porque de inmediato puntualizó: la pobreza no garantiza la felicidad. Menos mal.) También se pronunció en contra de la especialización, pero sin matizar –pues el mundo ha cambiado y seguirá cambiando–, y sin asentar que ser especialista no excluye una formación humanística. Actualmente hay muchos científicos y especialistas que han mostrado ser brillantes pensadores y se muestran preocupados por los problemas de la humanidad, sean de carácter social, ecológico, político, ideológico o educativo. Por contrapartida, hay “humanistas” o “intelectuales” tan encerrados en sí mismos que únicamente les importa lo concerniente a sus intereses personales, y lo demás es lo de menos.

Con esto de ninguna manera quiero descalificar por completo a Vargas Llosa. Creo que es un intelectual, ensayista y narrador brillante, con obras muy a la altura de los galardones que ha obtenido, pero... ¿Los reconocimientos le mellaron el filo? ¿Poner en tela de juicio al poder ya no está en su agenda, porque sería morder la mano que le da de comer? Otra posibilidad es que ya esté cansado de librar batallas inútiles contra el establishment y se haya resignado a reducir, o de plano olvidar, su beligerancia.

Su obra es encomiable, y la mayoría de sus novelas me han dejado un muy grato sabor de boca; lo mismo diría de sus ensayos, en los que me ha entusiasmado la agudeza de su visión y la habilidad para disecar las obras de Flaubert, García Márquez, Victor Hugo y Onetti, entre otros. Precisamente por eso mi desencanto fue mayúsculo. Llegué creyendo que vería a un autor polémico y con un discurso para universitarios, puesto que lo estaba dictando en un recinto universitario, sin embargo, el que estaba en la palestra era un autor mediano enarbolando una sarta de ideas manidas y lugares comunes más adecuados para un público lector de Jorge Boucay y similares que para universitarios.

Otra cara posible –me niego a aceptarla, pero no la descarto– es que haya supuesto que los universitarios mexicanos carecían de la formación y nivel intelectual necesarios para digerir una intervención de altura y conceptuosa. O, también, que no la merecíamos.