Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de abril de 2011 Num: 840

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La violencia en Cuernavaca
Ricardo Venegas

La raza cósmica:
85 años de utopía

Andreas Kurz

El blog, otro confín
de la creación literaria

Ricardo Bada

Libertad: la demanda
del mundo árabe

Una entrevista con el poeta sirio Adonis

Tres poemas
Adonis

Guillermo Scully,
las formas, el color
y las amigas

Francesca Gargallo

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Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

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Naief Yehya

A Lápiz
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Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
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Directorio
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PUEBLO MAYA QUE SOBREVIVE EN CAMPECHE

RAÚL OLVERA MIJARES


El desarrollo rural en México y la serpiente emplumada.
Tecnología y cosmología maya en la selva tropical de Campeche,

Betty Bernice Faust,
CE-CINVESTAV,
México, 2010.

Los antiguos mayas tenían la creencia de que al final de este ciclo en que vivimos se levantaría del mar una serpiente de agua que engulliría la tierra firme con todo cuanto ésta contiene. Tal profecía, que prefigura un moderno tsunami, no está lejos de cumplirse, si no en forma literal, al menos en el sentido de la profanación que los hombres hemos hecho de los recursos de la Tierra. Betty Bernice Faust, antropóloga estadunidense, se propuso un estudio de caso, centrado en la comunidad rural de Pich, enclavada entre Campeche y Champotón, no lejos de las ruinas de la antigua ciudad de Edzná. Los pichuleños recibieron en varias ocasiones a la doctora Faust entre la década de los ochenta y los noventa.

Por paradójico que resulte para los asesores agrarios, los antropólogos y otros científicos, quienes se han tomado el trabajo de analizar las técnicas inmemoriales de labranza del suelo de la selva, han llegado a la conclusión de que la agricultura de tumba, roza y quema, tal como se practicaba en la antigüedad, era sustentable. El concepto clave es el de milpa, cultivo que gira en torno del maíz, un grano que se considera oriundo del área maya. En el saco donde se lleva el maíz van entremezcladas semillas de frijol y calabaza. Las excavaciones arqueológicas han dejado en claro que los mayas poseían canales de riego y construían mesetas de cultivo. En las ciudades se han hallado cisternas o chultunes que aprovechan el agua de lluvia. Además estaban las aguadas, muchas de estas represas ostentan en el centro uno o más agujeros para que cuando bajara el nivel, en épocas de sequía, quedara todavía agua.

Ahora con los pozos profundos que ha perforado el gobierno hay agua casi todo el año, aunque también llega a escasearse en época crítica. De ahí el consejo de los viejos de mantener limpias las aguadas comunitarias. Los programas agrarios sólo han servido para deforestar amplias extensiones del bosque. En general, los pichuleños se designan a sí mismos como pobres, campesinos o gente humilde, jamás como mayas. Una historia reciente de sobajamientos y vejaciones está aún presente en la memoria colectiva. Sólo los viejos se saben herederos de una de las civilizaciones más portentosas que haya conocido la historia humana. Existen innumerables lagunas acerca de la historia de esta civilización. Se ha minimizado su influencia afirmando que ya estaba extinta, al menos en los centros urbanos, a la llegada de los españoles. Hoy se sabe que alrededor de muchos de los principales sitios arqueológicos existían poblaciones dispersas. En algunos lugares, como en Pich, algo ha quedado de la antigua sabiduría y la manera en que se debe preservar los bosques, cuidar el agua y educar a los jóvenes. Todos estos conocimientos, aún vivos hoy, son una fuente de riqueza para el acervo integral de la humanidad.


VIOLENTA, PERO FABULOSA

LEO MENDOZA


El seminarista,
Rubem Fonseca,
Traducción de Rodolfo Mata y Regina Crespo,
Cal y Arena,
México, 2010.

Rubem Fonseca es un apasionado de la música y por ello una de sus mejores novelas, de corte histórico, relata la vida de Carlos Gomes, un compositor brasileño decimonónico que triunfó en Europa y terminó sus días pobre y olvidado, y cuyas obras dejaron de escucharse y se convirtieron en una curiosidad hasta que, a finales del pasado siglo, Plácido Domingo rescató su O Guaraní. De hecho, el narrador de la novela busca en las tiendas de discos alguna obra de Gomes y se da cuenta de que el músico ha sido prácticamente olvidado.

Pocos lectores de Fonseca considerarían que gran parte de su obra (tan cargada de violencia, de sexo, de miseria) tuviera algo que ver con la música y muy especialmente con la ópera. Sin embargo, en su última novela, El seminarista, la conexión aparece por momentos muy clara, pues la historia poco tiene que ver con una recreación de la realidad y sí, mucho, con los tópicos operísticos: la traición, el amor, el cumplimiento de un destino, la muerte. Esta novela bien podría ser una suerte de puesta en escena de los temas más afines al narrador brasileño, a la manera de la Reina Margot, de Patrice Chéreau.

El protagonista de la novela, un antiguo seminarista que deviene asesino profesional, es un personaje solitario, violento, irónico, que, sin embargo, es capaz de sucumbir al amor, ser víctima de una traición y que acaba por tomar venganza contra aquellos que lo traicionaron. Es un hombre que puede realizar con enorme facilidad su oficio, sin temor a ser descubierto, y capaz de mantener el más absoluto anonimato. Todo ello, que podría ser un defecto, termina por convertirse en una virtud cuando leemos la novela como una exageración ficticia, cuidadosamente planeada y narrada.

No es que la novela no tenga como telón de fondo la violenta realidad de nuestros países; lo que ocurre es que la relación del personaje con su entorno podría incluso llegar a cansarnos: el ex seminarista que se convierte en asesino, capaz de sobrevivir en solitario en un mundo marcado por la traición, y que todo el tiempo lanza frases en latín que nos recuerdan su paso por el seminario, resulta por momentos tan poco verosímil que la única manera de creer en su realidad es viéndolo como si fuera el personaje de una ópera verdiana.

Fonseca ha logrado en El seminarista que el lector acepte este mundo imaginario que, evidentemente, se conecta con la realidad de nuestros países, pero que se desvía hacia sus propias obsesiones. Es probable que algunos lectores estén tentados a abandonar la novela, toda vez que los crímenes perpetrados por el seminarista parecen ser exitosos per se y sin que nadie pueda impedírselo. Incluso logra salir de un secuestro que, de otra forma, significaría su muerte. La aparición de la hija de su contratista, con la que encuentra el amor, también parece un acto gratuito que nos presenta más dudas sobre la realidad de la novela.

Sólo cuando entendemos que la exageración reina en esta historia y que Fonseca ha echado mano de todo tipo de tópicos para que su narración se convierta en una historia fabulosa (violenta, pero fabulosa), y sólo entonces, podemos disfrutarla plenamente.


AGRAVIOS INGRÁVIDOS

ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ


Versus: otras miradas a la obra de Octavio Paz,
Varios autores,
Ediciones de Medianoche,
México, 2010.

¿Qué hay en Octavio Paz, en su figura intelectual, en su vasta obra, que provoca sólo la adhesión o la diatriba? Hay, por lo pronto, el divorcio evidente entre dos Octavios Paz claramente delineables: el hombre público, el intelectual independiente (no obstante su sedicioso coqueteo con el poder), el cacique cultural que, desde sus revistas y cofradías, vilipendiaba y degustaba sus disgustos con enorme talento –y soportaba difícilmente la crítica; el que no dejaba hablar a sus interlocutores, por inteligentes que fueran, en los programas televisivos que, hombre de labia sabia, se hizo patrocinar; el que polemizaba para volver invisible a ese otro sobre el que tanto escribió, al que tanto respetó en la “sana teoría”, como diría Borges, pero al que anuló caprichosamente en la práctica inmediata. Esto es: el bebé.

Y por otro lado está el Octavio Paz que ahora podemos leer libremente y del que podemos discrepar: el poeta de algunos libros memorables (Blanco, Pasado en claro, Piedra de sol); el lúcido ensayista cuya intuición crítica, cuyo fraseo preciso y rotundo, sólo puede leerse desde la envidia o el enamoramiento; el lector avidísimo que podía acercarse a casi todas las artes y a no pocas ciencias sociales con suficiencia y rigor intelectual; el embajador que renunció a su cargo con la meridiana honestidad del poeta: escribiendo un poema; el difusor literario. Es decir: el hombre, el creador.

Era frecuente que en Octavio Paz el berrinche y la tiranía pueril del primero convivieran con la lucidez y la generosidad intelectual del segundo. No han pasado muchos años, cierto es también, desde la muerte de Octavio Paz, como para estar en condiciones de evaluar con el suficiente aplomo su obra; el tiempo no ha ayudado, tampoco, para separar el artículo apresurado (si bien inteligente) del ensayo intuitivo y esclarecedor; o el poema elemental y complaciente del que hace de la concisión y la sencillez un hechizo del lenguaje. Sin embargo, el asunto habla, por cierto, de un ejercicio crítico que poco se ha llevado a efecto en virtud de la ya señalada polaridad que ha convocado siempre su figura y su obra: o se le rasguña con rapacería o se le venera de manera vergonzante.

Versus, libro negro, de formato pequeño y editado de manera muy atractiva, pudo ser el punto de partida del examen riguroso y desprejuiciado que siempre le ha hecho falta a los acercamientos a la obra de Paz, pero a menudo se prefirió en él la anatemización al análisis estricto. Al recoger sólo un tipo de miradas (las otras), el editor se olvidó de los elogios acríticos (¡qué bueno!), pero también de los balances ponderados: ¡qué lástima! Se perdió otra vez la oportunidad.

Hay de todo, sin embargo, en los trece ensayos del libro, en las nueve voces que los escriben (Evodio Escalante y el antologador, José Vicente Anaya, colaboran con dos artículos; Heriberto Yépez suma tres): argumentos sólidos y originales y otros que carecen del equilibrio indispensable para que la diatriba eluda la trivialidad. Anaya, por ejemplo, repite el lugar común del “plagio” que representa El laberinto de la soledad con tal candor que incluso fustiga que, en su defensa, Paz haya apelado a un aforismo de Valéry (“Es que los leones nos alimentamos de corderos”) sin reconocer que era de Valéry. Con una sintaxis licenciosa y una admirable ingenuidad, Anaya observa: “Defenderse de un plagio, plagiando, es el colmo en el que sólo una extrema falta de ética intelectual pude incurrir, como fue el caso Octavio Paz.”

Salvo el ensayo inicial, donde Jorge Aguilar Mora estudia con eficacia la retorcida retórica de cierto Paz, el volumen dispensa generalizaciones y disparates (“Octavio Paz es el responsable directo de la crisis en que está sumida la poesía mexicana de hoy”, escribe Alí Calderón), cobija la conocida inquina (de Anaya y Escalante) y el agravio ingrávido, pues pesa poco lo que no sopesa con mesura. Así, el libro no terminó por convertirse en un conjunto de ensayos serios, salvo el ya señalado trabajo (breve, por desgracia) de Aguilar Mora, las puntuales observaciones de Mónica Mansour a propósito de las contradicciones de Paz en su Sor Juana y las no menos exactas de Yépez cuando habla, entre otras cosas, de los oxidados oxímoros en que naufraga, a veces, el estilo paciano. Tres de trece: algo es algo, pero se pudo ser más riguroso, menos visceral.



Los buenos oficios.
Responso a Los demonios y los días de Rubén Bonifaz Nuño,

Miguel Maldonado,
Secretaría de Cultura del Gobierno del estado de Puebla,
México, 2010.

Afirma el también poeta Jorge Valdés Díaz-Vélez que estos “buenos oficios” han sido elaborados por su autor, Maldonado, tomando como punto de partida o pre-texto –y como lo indica el propio título del poemario– uno de los libros fundamentales del fundamental Bonifaz Nuño. Medio centenar de piezas componen el volumen.



Francisca,
Alejandra Atala,
Felou,
México, 2010.

La portada indica –a saber a quién le pareció que se precisaba indicación– que esta es una novela. La China Mendoza sostiene que esta es “una señera y dolorosa historia de amor entre niñas”, mientras Javier Sicilia confiesa que esta Francisca le recordó al canadiense Jean Vanier, que también, como Atala, ha escrito acerca de personajes con discapacidades mentales, como lo es la propia Francisca.



Sendas de Garibay: memoria, espíritu y astucia,
Ricardo Venegas,
Mester de Junglaría,
México, 2010.

Este ensayo, escrito gracias a la beca del Centro Mexicano de Escritores que el autor recibió en 2004-2005, está dedicado a la memoria de dos de los mentores del autor: los irremplazables Alí Chumacero y Carlos Montemayor. Aquí, Venegas prosigue la tarea de análisis a fondo que, desde hace más de una década, ha realizado a la obra del igualmente enorme maestro Ricardo Garibay.