Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 7 de marzo de 2010 Num: 783

Portada

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Las ciudades de Carlos Montemayor
MARCO ANTONIO CAMPOS

Montemayor: regreso a las semillas
RICARDO YÁÑEZ Entrevista con DANIEL SADA

La autoridad moral de Carlos Montemayor
AUGUSTO ISLA

Carlos Montemayor: ciudadano de la República de las Letras
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

Recuerdo de Carlos Montemayor
LUIS CHUMACERO

In memoriam
Carlos Montemayor
MARÍA ROSA PALAZÓN

Ser el otro: Montemayor y la literatura indígena
ADRIANA DEL MORAL

Quiero saber
CARLOS MONTEMAYOR

Parral
CARLOS MONTEMAYOR

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Hugo Gutiérrez Vega

LA INFORMACIÓN (VII DE X)

A fines del silgo XIX, Alfred Harmsworth, que en 1905 fue nombrado lord Northcliffe, sacudió a la opinión pública inglesa con sus tácticas financieras y periodísticas de inspiración estadunidense. Fundó el Evening News y, más tarde, el Daily Mail y, con sus métodos audaces y burdos, propios de un Tycoon neoyorquino, organizó un estrecho cerco a las murallas del Times. Los periodistas del viejo órgano de la opinión pública tradicional resistieron el embate por varios años, pero Northcliffe, mediante maniobras financieras y aprovechándose de la debilidad del nuevo propietario, Walter III, logró que la fortaleza se rindiera y entró en el patio de ceremonias, a tambor batiente y títulos financieros desplegados, en 1905.

En el sigo XIX la competencia comercial entre los periódicos de Estados Unidos tuvo rasgos de ferocidad. En 1835, The Sun había alcanzado ya una cifra de producción que rebasaba los 20 mil ejemplares (The Times, de Londres, tiraba 17 mil) y el New York Herald costaba solamente un centavo. Su director, Bennet, no tenía mayores limitaciones morales y consideraba que su periódico debía dar prioridad a las noticias escandalosas “aunque fuese necesario inventarlas”. En contraste, Horace Greeley, director del New York Tribune, estableció su trabajo periodístico sobre premisas diametralmente opuestas. Greeley se inclinó por la publicación de noticias y de comentarios políticos de carácter crítico y nunca permitió que el espacio dedicado a los anuncios fuese mayor al ocupado por las noticias y los artículos de fondo. Fue, sin duda, un buen representante del periodismo doctrinario, un defensor del liberalismo y de los derechos civiles que caracterizan las sociedades anglosajonas. No resulta difícil explicar el hecho de que el Herald tirara 70 mil ejemplares en 1860 mientras que el Tribune apenas llegaba a los 35 mil. Los comerciantes de Wall Street se daban cuenta de que el periódico de mayor impacto popular era el dedicado a despertar el morbo de los lectores, y el periodista de mayor importancia era el que dominaba las técnicas del sensacionalismo aplicadas sin el estorbo de un estricto criterio moral.

El 1868, la competencia entre los periódicos estadunidenses llegó a sus momentos más críticos. Charles Dana, propietario y director del Sun adiestró a sus reporteros para que reunieran noticias a granel. La idea era publicar encabezados sensacionalistas para ganar la atención del público comprador, aumentar la circulación del periódico y llegar a los altares de las grandes empresas con una cifra suficientemente impresionante como para inclinar a los anunciantes a adquirir mayor espacio. Desde ese momento, los periódicos aumentaron de volumen y los chicos repartidores pasaron grandes trabajos para transportar los diarios del tamaño de un directorio telefónico, plagados de los gigantescos anuncios comerciales que apenas dejaban algunas magras columnitas a los artículos de fondo y a los comentarios editoriales. Esta complicada etapa de la prensa produjo personajes como Pulitzer y Hearst. El primero convirtió al vetusto World de Nueva York en un periódico que era, al mismo tiempo, popular y “elitista”. La obsesión de Pulitzer consistía en evitar que su publicación se derrumbara en el sensacionalismo barato y en impedir que se convirtiera en una solemne gaceta inglesa leída sólo por los intelectuales o por los caballeros amantes de la seriedad periodística. Para lograr sus propósitos diseñó una habilidosa estrategia: la primera plana del World ostentaba cabezas escalofriantes, las páginas rojas estaban llenas de noticias terribles atenuadas por un moralismo totalmente impostado; en cambio, las páginas editoriales ofrecían a los lectores serios el atractivo de las firmas de escritores, profesores y periodistas especializados en asuntos políticos y económicos. Con este sistema Pulitzer logró que su periódico tirara más de 374 mil ejemplares diarios en 1892. Afirmaban sus competidores que esta gigantesca circulación se debía en gran parte a la ilimitada malicia con que Pulitzer componía los grandes encabezados de la primera plana. Al margen de las críticas, el éxito pertenecía a los audaces y la sociedad burguesa lo había entronizado sin poner demasiada atención a las tácticas que se usaban para conseguirlo. En los últimos años del siglo XIX, el éxito de Pulitzer estaba asegurado: la edición dominical del World tenía cuarenta y seis páginas, veintitrés anuncios comerciales y veintitrés de noticias, artículos, crónicas y reportajes para todos los públicos. En el país defensor de la libre empresa, la prensa podía jugar con el poder político, amparándose en el poder económico. En última instancia, los conflictos circunstanciales entre las dos fuerzas se suspendían en el momento en que la estabilidad de la clase dominante corría peligro. El sistema siempre quedaba a salvo.

(Continuará)

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