Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 7 de marzo de 2010 Num: 783

Portada

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Las ciudades de Carlos Montemayor
MARCO ANTONIO CAMPOS

Montemayor: regreso a las semillas
RICARDO YÁÑEZ Entrevista con DANIEL SADA

La autoridad moral de Carlos Montemayor
AUGUSTO ISLA

Carlos Montemayor: ciudadano de la República de las Letras
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

Recuerdo de Carlos Montemayor
LUIS CHUMACERO

In memoriam
Carlos Montemayor
MARÍA ROSA PALAZÓN

Ser el otro: Montemayor y la literatura indígena
ADRIANA DEL MORAL

Quiero saber
CARLOS MONTEMAYOR

Parral
CARLOS MONTEMAYOR

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

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Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

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ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
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Tempestad

La descomposición y degradación paulatina de la sociedad mexicana, con la carga de violencia y muerte manifiesta en los tiempos más recientes, parecen ser dos de los detonantes principales que han compelido a las compañías Gómer Caracol Exploratorio y Realizando Ideas a urdir una puesta en escena que parte de un referente clásico contemplado con una mirada de actualidad, inmediatez y, sobre todo, cierto aliento de urgencia. Concebido, según las propias palabras del equipo participante no como una adaptación ni como una relectura, sino como “un abierto delirio acerca de algunas ideas de la última obra de Shakespeare”, Tempestad abreva de distintos lenguajes artísticos con una intención incluyente y multidisciplinaria, y bajo ese signo anfibio se presenta en el Teatro El Galeón de la capital mexicana.

Vale consignar, por principio de cuentas, que la escritura en torno a la obra shakespeareana se deriva en buena medida de la dramaturgia de Natsu Nakajima, connotada coreógrafa de danza butoh. La intención de la artista, según también el testimonio del equipo manifiesto en el programa de mano, es la difuminación de las fronteras entre disciplinas artísticas, principalmente el teatro y la danza, las formas primigenias sobre las que se fundan los códigos del butoh. La inclusión de signos desprendidos de otros lenguajes, como el prólogo cinematográfico que repasa el anecdotario principal de la obra de Shakespeare, hace pensar que esta idea de difuminación atraviesa el montaje en un nivel más amplio y acaso más profundo, relacionado con formular esta glosolalia como un correlato, aglutinante y difuso pero acaso tamizado por una sensibilidad consciente y generosa, de los tiempos que habitamos. Un pasaje pudiera confirmar la tesis: aquél en el que Gerardo Trejoluna, de frente al público en pleno proscenio, entona una especie de statement o despedida o canto del cisne que comienza con una frase memorable: “Te dejo mi leche y mi pan del Superama…”

La referencia al pasaje anterior tiene que ver con la ponderación de ese cariz crítico del montaje. Crítico no tanto del status quo imperante en términos generales, sino de lo fatuo de la mayoría de los fuegos pergeñados por el circuito artístico nacional, ajeno casi siempre a la descomposición social imperante y, cuando se decide ocupar de la actualidad, proclive a la sentimentalización de lo inmediato. Es de esta suerte de indignación que Tempestad intenta generar un discurso que pisa, alternativamente, el mundo de la ficción shakespeareana, aquí fragmentada y descompuesta, y un conjunto de fugas hacia una zona nebulosa entre realidad y ficción, entre representación y presencia pura. El espectador, entonces, se ve por momentos interpelado, cuando no directamente incluido en los sucesos de la escena.

Las escenas no parecen concretar la premisa de difuminar fronteras. El despliegue de sus recursos pareciera más bien funcionar a partir del contraste y de una sucesión rítmica, por la sensación de presenciar una serie de pasajes que buscan crear sentido a partir de sus diferencias antes que por sus probables denominadores comunes . Por ende, las fronteras no terminan por difuminarse; en todo caso, los códigos se superponen y se acumulan, con resultados desiguales: por un lado diversidad y riqueza, y por el otro, irregularidades evidentes.

Trejoluna, Jéssica Sandoval y Clarissa Malheiros, con el apoyo de Esperanza Sánchez y Fernanda Manzo, intercambian roles, participan en la puesta desde la interpretación actoral y/o coreográfica y, por momentos, crean alegorías a partir de la utilización de objetos diversos. La innegable calidad de ejecutantes de Trejoluna y Sandoval queda de manifiesto una vez más, y se acompaña de una interpretación sorprendente de Malheiros: matizada, serena, con una presencia que sirve de péndulo y de equilibrio energético. La belleza plástica, la indudable complejidad y hondura emotiva que Tempestad alcanza en algunas de sus partes no obsta para considerar que, en esa acumulación de signos, hay algunos explorados insuficientemente, como la serie de objetos elegidos. Con todo lo anterior, con esta ausencia de una radicalidad que por momentos se insinúa, el proyecto entraña riesgos considerables que, a veces resueltos con mayor fortuna que otras, dibujan una peculiaridad distintiva que, en medio del conservadurismo y de la abulia imperantes en el mundillo escénico de este descabezado, encajuelado y mil veces ejecutado país, alcanzan para ser excepcionales.